Irrealidades
Cualquiera, con aplicaciones sencillas y hasta gratuitas, puede cambiar cualquier foto y, por tanto, lo que podía tener como finalidad atestiguar, se convierte en la herramienta para transformar la realidad
Como no es fácil librarse de las obsesiones personales, no tengo más remedio que volver al asunto de la inexistencia de la realidad. También porque ... los días no hacen otra cosa que proporcionar argumentos para que cada dos por tres nos reafirmemos en la certeza de que lo que llamamos real no es otra cosa que una construcción. Tampoco existe la verdad, que quién sabe a la vuelta de qué esquina del tiempo terminó diluida en la meliflua inconsistencia de los adjetivos posesivos: la Verdad (con mayúsculas) pasó a ser mi verdad o tu verdad, y su contundencia, que tenía que ver con lo real, también dejó de existir. Seguro que por la misma razón.
Vivimos en un mundo raro, pero esto tampoco es nuevo. Eso sí, como cada día esa rareza se incrementa y sube un peldaño en la escalera de nuestra perplejidad, la capacidad de sorpresa se extiende hasta un infinito que no sabemos a qué destino puede conducirnos.
Jugamos con aplicaciones que nos permiten poner nuestra cara en la secuencia de una película para, por arte de magia, cantar bajo la lluvia, bailar con John Travolta o movernos como Marilyn. Mientras nos divertimos, esa tecnología que nos entretiene se hace más sofisticada, de forma que cualquier grabación modificada pone la historia en entredicho. Hace años pensábamos con ingenuidad que, claro, tal vez los hechos narrados como ciertos en la historia no lo eran tanto, que tal vez las gestas se hayan cantado al gusto y a la mayor gloria de quien las pagaba, pero, decíamos, las fotografías no mentían. No mentían hasta que descubrimos, primero, las artimañas de algunos gobernantes para eliminar lo que no les gustaba (colaboradores, banderas) y transformar la realidad, y después que también cualquiera con aplicaciones sencillas y hasta gratuitas puede cambiar cualquier foto y por tanto, lo que podía tener como finalidad atestiguar, se convierte en la herramienta para transformar la realidad. En esa inocencia de hace un par de décadas, y asumido ya lo engañoso de las fotografías, pensábamos que al menos quedaba la imagen en movimiento, pero tampoco. Es tan sencillo presentar a un mandatario, o a quien sea diciendo algo que no ha dicho, haciendo algo que no ha hecho, que definitivamente tenemos que entender que no hay realidad, y que nuestra memoria no es suficiente para combatir esa niebla inconsistente: desapareceremos y para la historia quedará lo que cualquiera decida, pero nada que se parezca a la verdad.
Ni siquiera se libra lo que ya no existe, que puede ser devuelto a la realidad. Unos cuadros de Klimt que quedaron convertidos en cenizas durante la segunda guerra mundial acaban de ser recreados a partir de unas fotografías en blanco y negro y unos bocetos. ¿Ha sido necesario el talento artístico del pintor? No. Sí ha sido preciso el talento: el de quienes consiguen que un algoritmo haya sido capaz, después de entrenarlo (y de mostrarle cerca de 100.000 obras de arte, de introducirle cientos de catálogos, de críticas de periódicos de la época, muestras de trabajos del propio Klimt en esa época), de interpretar los colores perdidos, de revivir los cuadros y hacerlos 'reales'.
Nada se libra de esta irrealidad en que existimos (o no). Yo vivo con la sensación de que en cualquier momento alguien oprimirá el botón de off y esto (sea lo que sea) en que vivimos se irá a negro y entonces será la nada.
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