Joan Carles
Hace unos días se nos informaba, a través de todos los medios, del archivo por la Fiscalía General del Estado de las causas investigadas desde ... hace más de dos años contra nuestro Rey emérito. Recalco lo de 'todos los medios' porque en este país funciona eso de 'dime qué lees, y te diré cómo piensas'; cada cual tiene su información a medida, que ensalza o pone a parir a quienes molan u odian, como ocurre con la prensa del Real Madrid o del Barsa. En esta noticia, sin embargo, parece que todos estaban de acuerdo y reportaban parecido: nuestro 'ex' se librará de la ardua investigación contra sus, hasta ahora, presuntos y aireados tejemanejes.
Al mismo tiempo se publica, aunque esta vez no de forma unánime, que el Gobierno de España no se plantea, o no apoya un posible retorno del Rey emérito a su país. Al menos por el momento. La razón, al parecer, es un posible perjuicio a la Corona, a su hijo, argumentando que éste último no se merece tanto revuelo. Resulta que ahora, y de repente, la salud de nuestra monarquía le preocupa mucho al Gobierno. Oh, sorpresa. Se nos dice que la oposición gubernamental es 'de momento', pero dada la edad del afectado y su aparentemente delicada salud, viene a sonar más bien a un 'never', 'jamais', o como se diga 'nunca' en el árabe de Abu-Dhabi. Un 'ya veremos' con ochenta y pico tacos y cayendo en picado, viene a ser como la ronda de penaltis en el fútbol: uno va despidiéndose y poniéndose la chaqueta.
He de reconocer que no he sido nunca muy monárquico. Me parecía un anacronismo que alguien ocupase todo un trono porque sí, con independencia de capacidad, méritos o atributos. Lo veía demasiado chollo, eso de reinar, como para que te lo dieran por la cara, solo por el hecho de nacer. Luego caí en la cuenta de que si no había un titular, el puesto de trabajo de jefe del Estado español se lo tenían que dar a otro u otra, porque no podía quedar vacante. A otro, y a toda su familia, ojito. Fue solo entonces, vistos los posibles candidatos, cuando me fui haciendo más tolerante con el asunto de la absurda consanguinidad. Puro instinto de supervivencia, no vaya a ser que nos acabe viniendo uno con cuchillo entre los dientes, con pantalón 'skinny' y chupa dos tallas más pequeña. O directamente con coleta o coleto. Si la familia real, como dicen, ha devenido en florero, al menos que luzca y adorne bien y no haga pasar vergüenzas ni sofocos. De seguir así, me veo terminando como un monárquico a ultranza, un perfecto pitecántropo defensor de tronos, siervos y vasallos. Quién me lo iba a decir. Aunque, bien pensado, siervos y vasallos somos todos, todas e incluso todes, y 'a full time', por mucho que nos quieran vender la moto. Trabajamos y vivimos para su Majestad el Sistema.
Nuestro Rey emérito, si bien se le atribuye un importante papel en nuestra Transición, nunca me ha parecido, dicho sea con todos los respetos, un gran prodigio de inteligencia. Su vida personal tampoco parece muy ejemplarizante, y sus meteduras de pata tenían a veces hasta cierta gracia, por lo torpe de sus andanzas. Durante un tiempo hubo por Gijón unos carteles en las calles satíricamente titulados 'Probe, cualquier día mátasenos', que daban cuenta en bable de sus accidentes en cacerías, fiestas, barcos y demás aventuras, y que eran para partirse de risa, un alarde de creatividad de los anti-monárquicos que los editaron. Los busqué en Google pero no los encontré, qué pena. En una de esas 'esgonció' al ir a matar un elefante, y nos tuvo que pedir perdón y todo. Un incorregible travieso profesional, 'maizón' como él sólo, y financiado con la pasta de todos. Entrañable.
Hasta aquí, mi punto de vista sobre la persona, que puede que defraude o contraríe a muchos, pero que no ha de empañar la cuestión de fondo. Estamos en un país en el que se está permitiendo lo antes impensable a cambio de votos. Nuestro Gobierno está flexibilizando hasta el extremo su política penitenciaria, concediendo privilegios y permitiendo homenajes a delincuentes juzgados, condenados y ni siquiera arrepentidos. Acercamientos de presos, excarcelaciones, beneficios penitenciarios, negativas a extradiciones, o directamente indultos a súbditos del Estado que han asesinado, mutilado, extorsionado o alterado el orden constitucional, y que han sido condenados por sus delitos. Gente que sigue sacando pecho después de joderles, con perdón, la vida a tantas personas normales y corrientes.
Mientras todo esto sucede, a nuestro exjefe del Estado se le niega el pan y la sal, se le persigue sin tregua y se embarra aún más el poco prestigio que le queda. Se pone la diana en un hombre que, habiendo cometido errores, tiene ya ochenta y tres años y no parece que le quede mucho tiempo. Un paisano de carne y hueso, como decimos por aquí, que con todos sus defectos no tiene causas pendientes con la justicia de ningún país, y a buen seguro que quiere a España y a sus compatriotas. Alguien que, como casi todo el mundo, tiene hijos, nietos a los que no ve y también una vida, supongo. Una persona que, guste o no, es historia viva de nuestro país, por no decir protagonista de nuestro actual estado de derecho. Estamos pues ante una cotidiana ración de doble rasero, al cuadrado. Y luego nos quieren hablar de convivencia, perdón, pasar página y todas esas cosas. Patrañas. Menudo cuento. Seguro que si se llamase Joan Carles, y tuviese un puñado de diputados en el Congreso, las cosas cambiarían, y a nuestro desterrado le iría mucho mejor. Así es la vida, en lo que queda de España.
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