El chacachá del tren
Pasaron muchos años desde aquel primer tren compuesto por un cajón alargado, con una chimenea humante, puesta casi en la parte posterior, y, detrás, seis ... vagones pequeños, que marchaban, sin que se viera señal alguna de los rieles. Muchos decenios desde aquellas palabras dichas en 1842 por el senador navarro González Castejón: «Mi opinión constante ha sido que nunca, por ningún estilo o moda, deberían allanarse los Pirineos para que pase un tren; antes, por el contrario, otros Pirineos encima son los que conviene poner. Yo, antes de dar mi voto para que se abriese, renunciaría a ser senador y también a la faja que tengo».
Así, de este modo, andaban las cosas en España, hasta que en 1860 fue terminada la línea de Francia-Madrid, y se continuó construyendo el camino de hierro que habría de unir a nuestro país con el resto de Europa. Desde entonces, el tren comenzó a silbar por toda nuestra geografía: norte, sur, este y oeste; y los viajeros a detenerse, subir y bajar del tren; un tren con una lucecita roja, que brillaba un momento y luego iba desapareciendo en la lejanía mientras marchaba entre nubes de vapor, humo y carbonilla. Así eran los silbantes trenes con sus largas colas relampagueantes, con su equipaje humano y sus torpes maletas corriendo de un sitio para otro. Trasbordos del tren Gijón-Madrid en Venta de Baños, con mujeres a pie de andén vendiendo mantecadas de Astorga. Quioscos de estación, urinarios y retretes rococós, relojes y mozos de cuerda y carretilla, banderas y silbatos dando entrada y salida a los trenes correos, nocturnos y de madrugada, con su carga de cartas en las valijas rebosantes de toda esa literatura burocrática y doméstica. Y trenes de los grandes expresos europeos. En fin, lector, aunque tú, quizá, no lo sepas, esto fue así antes del coche y el transporte aéreo. Tiempos heroicos aquellos del chacachá del tren, tendiendo líneas desde Gijón hasta Langreo, Carreño y Avilés, y todo paí palante. Si, se puede escribir, y se ha escrito, toda una literatura viajera lírica y ferroviaria, en la que los poetas se daban a comparar el paso del tren con la fugacidad de la vida. Ahora, horadada que ha sido nuestra ancestral montaña, abierto el camino de hierro del Norte, nuestro tren entrará vencedor en las estaciones como el héroe de la Marcha triunfal de Ruben Darío. Pues eso: ¡Viajeros, al tren!
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