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Tiempo de vacunas

De un tiempo a esta parte la salud se ha convertido en un arma política de unos contra otros y de todos contra todos. Y con eso, queridos lectores, no se juega

Sábado, 8 de noviembre 2025, 01:00

Sería más fácil no meterme en un charco, pero creo que lo voy a hacer, aunque es muy posible que con ello me gane las ... críticas de un buen número de lectores que, por lo que he visto (con mayúscula sorpresa) mantienen una actitud de lo más furibunda contra decisiones que a mí, en principio al menos, ni siquiera me suscitan sospecha alguna.

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Confieso mi ingenuidad, mi candor. Yo no creo que exista una confabulación para limpiar a una gran parte de la población del planeta y para ello los poderes (que sí, ya sé que existen, mi candidez no llega a tanto) utilizan toda clase de subterfugios. No, yo no creo que nos estén sulfatando desde los aviones. Tampoco creo que la tierra sea plana, que los dirigentes mundiales sean reptilianos, aunque algunos lo parecen y mucho, ni que la llegada a la luna tal como la vimos sea una filmación en un estudio; hasta tengo el atrevimiento, y eso ya es muy arriesgado, de no creer la teoría de los autoatentados del 11S. Así de inocente soy, me dirán todos esos tan al cabo de la calle, tan conocedores de la 'berdaz'.

Bueno, pues por encima de todo ello, yo creo que las vacunas sí que son buenas, efectivas y consiguen que nos libremos de enfermedades graves y hasta de la muerte. Y por eso estos días me he quedado de piedra pómez cuando he leído los comentarios que suscitaba el anuncio de las facilidades que la Administración proporciona para vacunar al mayor número posible de personas de la amenaza de las complicaciones que los dichosos virus traen consigo cada año. Claro que cada uno es muy libre de vacunarse o no. Lo que me inquieta es toda esa gente (sigo ganándome antipatías, me temo) que considera que si nos facilitan las vacunas, alguna secreta intención tendrán, y aunque la teoría de los microchips parece haber bajado algunos enteros, sigue la sospecha de que nada bueno puede haber cuando la malvada Administración se empeña en que nos vacunemos. Y eso no solo me deja perpleja, también me preocupa. Porque de un tiempo a esta parte la salud se ha convertido en un arma política de unos contra otros y de todos contra todos. Y con eso, queridos lectores, no se juega.

Me aterran los padres que deciden no vacunar a sus bebés por quién sabe qué convicciones que los llevan a pensar que son más listos que toda la comunidad científica, y lo que consiguen con su «privilegiado conocimiento» es resucitar enfermedades que solo eran recuerdo. También me aterran quienes por sus cuestionables principios religiosos pueden dejar morir a un hijo antes que permitir una transfusión. Nadie dice que la ciencia sea infalible, nadie está a salvo de un error, pero que las vacunas son un arma de indudable eficacia parece fuera de cualquier discusión.

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O no. Porque en los comentarios que he leído estos días la cerrazón, la ignorancia alimentada desde las redes donde el iluminado más estrambótico tiene mayor credibilidad que el científico serio y documentado, hacen que se tambalee mi habitual optimismo en el avance de la sociedad.

Sé que vacunarse no es una garantía al cien por cien de evitar una gripe, o una infección. Sé que a veces hay molestas reacciones que deberían hacernos pensar que si una dosis mínima nos provoca malestar a ver qué íbamos a hacer si la infección nos pillara sin vacuna. Pero sé también que llevo más de quince años vacunándome yo diría que con mucho éxito, y pienso seguir haciéndolo. Y miren ustedes, no creo que me hayan instalado un microchip. Pero claro, es que soy tan cándida, que tampoco creo que la tierra sea plana.

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