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Parece que este 3 de mayo es un día insulso en el calendario, entre la fiesta laboral por antonomasia y el comercial Día de la ... Madre, que en España se celebra el primer domingo de mayo. Nuestro vecino del norte lo hace el 25 de este mes. Pero el 2 de mayo, no sólo en Madrid, también es una fecha importante, desencadenante, tras la invasión francesa de la Guerra de la Independencia. Y el 3, tal día como hoy de 1808, tuvieron lugar los trágicos fusilamientos inmortalizados por Goya en la montaña de Príncipe Pío. Un cuadro realizado en 1814 por encargo de la regencia liberal a un artista que, también por los avatares políticos y persecutorios, acabaría huyendo a Burdeos en 1824, falleciendo allí cuatro años más tarde y dejando, a orillas del Garona, un importante legado artístico y humano, como lo recuerda la magnífica estatua erigida en su recuerdo.
Pero ese citado 3 de mayo fue un día siniestro en Madrid, cuando las tropas de ocupación francesas ejecutaron masivamente a vecinos, condenados, como siempre en los conflictos armados, por una Comisión Militar sin garantía procesal alguna, por participar en las revueltas del día anterior. Unas descargas, como se ha dicho, que se consideran el inicio de la Guerra.
Las idas y venidas de la historia y de sus héroes y villanos hicieron coincidir el lienzo de Goya con el destierro, también un 3 de mayo, del ya depuesto emperador Napoleón Bonaparte a la isla de Elba.
Ahora, justamente por las mismas fechas del año, Francia nos ha salvado con otro tipo de descarga. Inmediatamente producido el apagón, el gestor francés RTE (Réseau de Transport d'Electricité) anunció que estaba plenamente operativo para prestar asistencia al operador español REE. Y así fue: se comenzó a enviar energía a través de las interconexiones eléctricas que cruzan los Pirineos. En un principio, según fuentes oficiales, RTE anunció que estaba preparada para apoyar a España con 950 MW, pero incrementado el problema en España, sin precedentes, Francia elevó su asistencia a 1.400 MW y, finalmente, a 2.000 MW, lo que, según señalan las mismas informaciones técnicas, equivalente a dos reactores nucleares, desde un país que no le hace ascos a la energía nuclear.
España tiene pendiente, al respecto, tal y como figura en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (Pniec), una interconexión de 400 kilómetros de longitud, de los cuales, aproximadamente, 100 son terrestres y 300, submarinos (fundamentalmente, bajo el Golfo de Vizcaya), con un coste estimado en el entorno de 2.400 millones de euros. Un proyecto que resalta la cooperación en una Europa sin fronteras, que permitirá que la capacidad de interconexión entre España y Francia alcance los 5.000 MW. Pero mientras esto llega –ya hay más de tres años de retraso–, quedémonos con la solidaridad francesa que también ha tenido efectos positivos en Portugal. Han pasado 217 años, pero las descargas letales se han vuelto recarga salvífica de la vida y la economía de los españoles. No quiero pensar en una España autárquica ante un suceso como el padecido el lunes.
Naturalmente, quedan dos cuestiones vitales por resolver: acreditar la etiología del apagón, calificándolo legalmente como fuerza mayor o caso fortuito y, en directa relación con ello, qué responsabilidades son exigibles y a quiénes. Patrimoniales, políticas y hasta personales. Y me figuro, porque no queda otra en una democracia que lleva impresa en la Constitución la garantía de depuración de responsabilidades, que el Gobierno disparará con sus armas jurídicas –ceses incluidos, naturalmente– sin temblarle el pulso y con la mayor transparencia en la depuración de culpas. Como el destierro a Elba de Napoleón. Y ello, con independencia del debate sobre la idoneidad de ciertas privatizaciones absolutas que, en absoluto, eran una exigencia sin matices de las instituciones europeas.
Pero, de momento, festejemos hoy el Día Mundial de la Libertad de Prensa, que visto lo que ocurre en el planeta y no tan lejos de donde nos encontramos –y los profesionales lo saben bien– no sólo debe suponer un motivo de celebración sino de alerta, reivindicación y lucha. Es, como en la justicia, también una guerra por la independencia.
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