Respetemos las fiestas
Junto al éxito de algunas de nuestras celebraciones, siempre está el justo lamento por los efectos indeseados de la ingesta masiva de alcohol y el desprecio hacia los escenarios naturales de la región
Aunque aún no han terminado, agosto ha sido, como todos los años, una sucesión de fiestas, muchas veces patronales, en multitud de lugares de nuestra ... comunidad.
Celebraciones que, sin solución de continuidad, no han dejado de celebrarse de punta a punta de la geografía asturiana y que hoy culminan con La Regalina de mi querido Cadavedo.
Son manifestación y motivo de alegría vecinal y de los muchos visitantes que, de forma ya difícilmente sostenible, nos acompañan en el periodo estival y que, sin duda, aún incrementarán su presencia en los próximos años. Aunque este agosto ha sido climáticamente excepcional, en comparación con el sur sigue siendo nuestra región no sé si refugio, pero sí tentación para disfrutar, sin la tortura de sentirse abrasado día y, sobre todo, noche.
Junto a esa satisfacción lúdica, en medio del descanso del mes, está también la repercusión mediática y turística de alguna de nuestras fiestas más conocidas en el plano nacional e incluso fuera de nuestras fronteras. Pero junto a este éxito deportivo, folclórico o musical de algunas de nuestras celebraciones, siempre está el justo lamento por los efectos indeseados de la ingesta masiva de alcohol y el desprecio hacia los escenarios naturales de la región, que tienden a convertirse en verdaderos estercoleros.
En descargo de los incívicos que llenan de basura nuestras praderas y riberas fluviales, están también las improvisaciones de algunos organizadores que, para docenas de miles de asistentes, colocan un número exiguo de contenedores y nula vigilancia ambiental... ¡y de todo tipo, porque el episodio del botellazo a un músico ya desborda todo lo imaginable y permisible.
Pero hoy quisiera referirme a algo menos manido y lamentado que los efectos de la sobresaturación de nuestros eventos más famosos. Quiero hacerlo al respeto debido a algunas tradiciones festivas de nuestros pueblos. Hemos visto, en estos días pasados, desfiles, comitivas, procesiones, actos recreacionistas en los que los vecinos o las comisiones de festejos o parroquiales depositan un gran trabajo e ilusión. Muchas veces son un éxito, pero también es exigible, especialmente a quienes no participan directamente de estas comitivas, el mayor respeto posible. He visto unas cuantas filmaciones en las que los visitantes o asistentes pasivos no guardan la debida compostura con estos actos tradicionales.
El tema de las fotos y vídeos con el teléfono móvil ha hecho que raro sea el cortejo en el que no irrumpan estos fotógrafos amateurs, incluso interrumpiendo el paso de quienes desfilan. ¿Tanto cuesta orillarse para presenciar estas manifestaciones sin alterarlas física o estéticamente?
Si en un pueblo hay, desde muchos años atrás, un recorrido con trajes regionales, escenas costumbristas, bailes o música de la tierra, ¿qué pinta la gente entrando en bermudas y chanclas a hacer una foto entre los danzantes y los gaiteros, por poner un ejemplo, y los hay a miles? Por no hablar de los que intentan meter el coche en el trayecto a pie.
O, y esto me duele más por vínculos familiares, en una procesión religiosa hacia la ermita de la patrona, cuidadosamente preparada, ver entrar al medio del camino, rompiendo lo planeado, entre pendones y estandartes y la banda musical que los sucede, a estos fotógrafos ocasionales que quieren llevarse a casa un recuerdo filmado de la fiesta del lugar donde veranearon, sin importarles que también ellos son filmados rompiendo toda estética de vestuario. Incluso, en el caso aludido, he visto intercalarse con los participantes ataviados al uso, a dos niños con la camiseta del Real Madrid. No es el lugar ni el momento.
No se trata de ser un cascarrabias ni un Herodes, pero sé del trabajo que llevan a cabo los organizadores de las fiestas esperando que todo salga bien y que los medios de comunicación, especialmente los gráficos y televisivos, recojan imágenes de una festividad brillantemente celebrada.
En suma, creo que debemos darle una vuelta a estas cuestiones para lograr que nuestras fiestas sean un ejemplo en todos los órdenes y no un motivo de lamento por lo incívico, la suciedad acumulada o el destrozo de la estética con la que se pretende organizar al más alto nivel y con el mayor cuidado, los detalles de las manifestaciones externas y hasta plásticas, de estas festividades. Inversamente, me consta que hay cientos de fiestas de prao y verbenas locales que son ejemplares y concitan a vecinos y ausentes, que regresan para las celebraciones, y hablo incluso de segundas o terceras generaciones que resucitan por unos días a pueblos que van deshabitándose. A salvo algún pequeño exceso de sidra o similar, las orquestas tocan, mejor o peor y las romerías nos llenan de una alegría que, aunque por una tarde o noche no parece tener límite, como en la famosa canción de Víctor Manuel.
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