Sáhara: cuando la sociedad suple al Estado
El pasado miércoles, la terminal del aeropuerto de Asturias se convirtió en un jardín de infancia. No es la primera vez y, hace sólo dos ... años, ocurrió lo mismo. Niñas y niños saharauis, beneficiarios del programa 'Vacaciones en Paz', que se inició hace cuatro décadas. Este acogimiento temporal, oficialmente para criaturas de diez a doce años, permite a estos menores conocer la cultura occidental de la que fue metrópoli de sus abuelos y hacerlo, como reza la iniciativa solidaria, 'en paz', lejos del conflicto que, en aras de la independencia del Sáhara Occidental, mantiene el Frente Polisario con el Reino de Marruecos.
Realmente –y lo digo con pena– no se puede hablar de unidad en la antigua provincia española. No es lo mismo la población acogida, bajo la generosa protección argelina en Tinduf, donde, por cierto, la enseñanza del castellano está abrogada, que la que, bien combate o bien intenta sobrevivir en los límites con Marruecos que, en fin, quienes residen en los campamentos, con tanta precariedad como apego a sus tradiciones, incluida la enseñanza, en su limitada organización escolar, del castellano.
A España, donde, en los últimos veranos, por distintos motivos –incluida la irritación de Argelia con nuestro país–, vienen menos niños que hace años, lamentablemente no suelen llegar los más desfavorecidos. La llamada República Árabe Saharaui Democrática (RASD) no es, siquiera, un Estado fallido. Es una delimitación con algunos reconocimientos internacionales desde que Marruecos la ocupó ilegalmente en 1976 y la troceó con Mauritania que, tres años más tarde, se retiró del mapa, dejándole manos libres al reino alauita. La RASD controla lo que llama 'Zona Libre' o territorios liberados, que es una superficie al este del denominado muro marroquí. Pero aún sin territorio sobre el que ejercer plena soberanía, el Frente Polisario supervisa los movimientos de este discontinuo territorio que otrora tuvo una unidad que se pretende recuperar, aunque cada vez las expectativas parecen menores, a salvo ese neoprotectorado argelino en los límites –árabes y francófonos– de Tinduf. Esa fragilidad y nula cohesión territorial e institucional no ayuda, ciertamente, a que, incluso, los menores que vienen en julio y agosto a nuestro país, lo hagan con estrictos criterios objetivos, sin ningún condicionante económico o de influencia. Es hasta normal. Eso sí, me consta que la preocupación por los niños enfermos es prioritaria y nuestro país es ejemplar a la hora de procurar y restaurar la salud de estos pequeños huéspedes.
La sociedad, es decir las familias solicitantes y acogedoras, las organizaciones solidarias y no pocos profesionales, singularmente de la medicina y el voluntariado, suplen la carencia lamentable de un Estado que abandonó a sus antiguos súbditos (expresión propia de la época) y que hace sólo unos años, desoyendo todas las resoluciones y doctrinas descolonizadoras de la ONU, dio por bueno el propósito marroquí de una mera autonomía para el Sáhara de contornos y calado indefinido; algo muy propio de la democracia imperfecta de nuestros vecinos del sur. No sé aún el porqué de esta completa sumisión a Mohamed VI y, prescindiendo de bulos, me temo que la posición de Francia y Estados Unidos condiciona nuestra política diplomática y hasta humanitaria. Por cierto: cuando el Gobierno de Sánchez dio este (mal) paso, pensé que la oposición parlamentaria se iba a lanzar a muerte contra tal posición. Pero los reproches no llegaron ni a una faena de aliño, lo que me hace preguntar ¿qué hay detrás de esta desidia, apenas maquillada con algunas pancartas o concentraciones?
La sociedad asturiana -y también su sistema sanitario, que, al cabo, es Estado- sí se vuelcan con este pueblo, casi apátrida y no pocos de los niños que han venido durante años a disfrutar de nuestros pueblos, de nuestro mar y de nuestras montañas, han podido regresar más tarde e iniciar otra vida, estudios u ocupación laboral en el Principado. Pero me quedo, en este comentario, con el cariño recíproco que se genera entre quienes abren sus casas y quienes disfrutan, desde sus pocos años, de la hospitalidad, en este caso de las familias asturianas. No es la solución que algunos, o muchos querríamos, pero bueno es que los sentimientos de la población sean más profundos que la frialdad de la política exterior con respecto a este pueblo.
Como anécdota, resultaba curioso, el pasado día 3, leer en los paneles del aeropuerto de Santiago del Monte, la salida, a las 22,10 de un vuelo a Tinduf. Un exotismo que, ojalá, algún día permita otras frecuencias y otras libertades de tránsito. Por cierto, pocas veces se ven criaturas de rasgos tan bellísimos como los de nuestros pequeños vecinos estivales.
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