La Lloca del Rinconín
Hemos leído estos días en la prensa una noticia muy preocupante para Asturias: nuestra comunidad se sitúa a la cabeza de Europa, no ya de ... España, en la tasa de desempleo juvenil. En España hemos adelantado en esta lacra a países como Grecia, símbolo reciente del descalabro económico en la zona euro, y nos hallamos tristemente lejos de las cifras de otros países vecinos. Dentro de este desastre español, Asturias supera ampliamente la media estatal, y peor aún es que nuestros datos de desempleo entre jóvenes, cercanos al 40%, se han disparado en dos años, en concreto 12 puntos en tan corto periodo de tiempo. Me parecen estas unas cifras terribles, desesperanzadoras, incluso diría que vergonzantes para nuestra comunidad.
Al mismo tiempo, y por extraño que suene, se escucha con frecuencia una queja en diversos sectores acerca de las dificultades de muchas empresas para encontrar mano de obra formada. Si se analiza además esta contradicción en un contexto de reformas laborales tendentes al incremento de salarios mínimos, mejora de las expectativas en la jornada laboral y otras medidas sin duda atractivas para el empleo, resulta un cóctel difícil de entender: parece no haber trabajo donde se dice que lo hay, o puestos de trabajo donde faltan los perfiles adecuados, o quizás tan solo trabajos cuyas condiciones o esfuerzo no merecen la pena. Que levante la mano el que no haya oído nunca eso de 'es que la gente no quiere trabajar'. Se pide experiencia, pero esta escasea porque para ello hacen falta antes aprendices, y para aprender se necesita práctica. El cuento de la pescadilla y su cola, en este caso 'callo', curriculum, destreza o como se quiera llamar una vida laboral. Esa parece ser la peligrosa espiral en que se ve envuelta nuestra comunidad.
A este paso, a la escultura gijonesa de 'La madre del emigrante', aunque nadie la conozca ya por este nombre, va a haber que hacerle unas cuantas copias, y plantarlas en otros muchos lugares de nuestra querida Asturias. La 'Lloca del Rinconín' lleva entre nosotros tan sólo cincuenta años mal contados, desde 1970, pero en ese tiempo nos ha dado tiempo no solo a ponerle el original apodo por el que todo el mundo la conoce (en Asturias somos unos máquinas a la hora de poner motes, destrozar nombres, y cambiar tildes donde nos da la gana), sino también a mutilarla varias veces, a cortarle dedos, pies y casi a derribarla, la pobre. A la Lloca toda la vida le he visto una gran fuerza y simbolismo, tan flaca, desaliñada y triste, señalando desesperada al mar. Los días de galerna parece aún más imponente, su bronce es más negro, su melena está más revuelta y su expresión es aún más sombría. La Lloca mira al mar porque antes nuestras gentes se iban en barco. Ahora, en cambio, lo hacemos por tierra, mar y aire. Con peaje sólo de ida en el Huerna o billete 'low cost' desde Coruña o Santander, que se han convertido en los aeropuertos internacionales de los asturianos. El caso es que salimos pitando para nunca más volver, si acaso por Navidad a ver a la familia, como en el anuncio del turrón.
Siempre he pensado que irse fuera a trabajar, y vivir lejos de casa por un tiempo, es muy recomendable. Dejar tu zona de confort, curte. Por mal que a uno le vaya, siempre aprendes cosas nuevas, ganas experiencias, conoces personas distintas, y comienzas a valorar más las croquetas de casa. Quien escribe se pasó treinta y dos años por ahí, echando de menos tantas cosas, y tantas veces. Por eso, la figura de esta mujer me trae a la mente muchas vivencias. No obstante, pienso que lo que habría que hacer ahora, vistas las circunstancias, es girarla. Quizás pudiera ser esta una genial idea urbanística más a adoptar en Gijón, una de tantas, quién sabe. Digo lo de girarla porque ahora tendría que mirar hacia tierra, directa a nuestros ojos, para recordarnos hacia dónde vamos. Para recordarnos que en Asturias emigrar ya no parece ser una opción, sino un ejercicio de básica supervivencia, una obligación. Y tendría que haber otras réplicas en Oviedo, en Avilés, en las cuencas mineras, en el occidente, en Unquera, en Pajares, en el Alsa o en el aeropuerto. Todas ellas más pequeñas que la del Rinconín, que para eso somos grandones, pero todas giradas y mirando hacia nosotros, a ver si nos damos cuenta de que tenemos que hacer algo para cambiarle el semblante a esta triste madre.
Algunas veces, al contemplarla, me pregunto qué propondría esa mujer, viendo a tantos hijos e hijas yéndose, para poder bajar su desesperado brazo y cambiar su despedida por un abrazo de acogida, de reencuentro. Qué haría, si no fuera tan solo una figura de bronce, para mejorar las cosas. En algún sitio oí a alguien decir que Asturias algún día estaría en seiscientos mil habitantes y me lo tomé a broma, pero ahora, visto lo visto, el pronóstico ya no me parece tan descabellado. Ojalá pudiéramos ver algún día a la Lloca alegrar su endurecido aspecto, peinar su desaliñada melena, coger unos kilinos, y sonreír al mar. De verdad, me gustaría poder conversar con ella, y preguntarle cómo lo ve, qué planes tiene para nosotros y nuestros hijos y nietos. Seguro que tendría cosas importantes que decirnos, el testimonio de una mujer con las ideas claras, amante de su ciudad y sus gentes. Y por cierto, le preguntaría también si le gustan los toros.
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