Pavos
Les han contado a esos hijos nuestros que no se estresen, que su aprendizaje, sus habilidades y destrezas, ya irán llegando suavemente
No es que me guste mucho eso de los pavos, expresión de moda para hablar de euros, pero era la forma con la que se ... refería a ellos mi compañero de mantel, hace unos días. Hablaba así porque, según me decía, es como todos llaman ahora a la pasta. Se trataba de un buen amigo, compañero de facultad, apuntes y mus; uno de esos de toda la vida. Un gallego muy gallego, pragmático, profesional y muy viajado, con el que suelo compartir unes fabes cuando se deja caer por estos lares. Hablábamos de cómo iban las cosas por aquí y por allá, como siempre. Ya que ambos tenemos hijos en edad de trabajar, le contaba la paradoja que parece darse en Asturias, donde la tasa de desempleo juvenil se ha convertido en la más alta de España, y le sorprendió la alarmante cifra del 47% que le conté. Le explicaba que esto contrastaba con la opinión de muchas empresas, que te cuentan que no encuentran mano de obra, y que cuando lo hacen hallan mil problemas con las condiciones laborales, los horarios y jornadas. De apretar un poco, sábados por la mañana o domingos de viaje, de los que andábamos ambos bien curtidos, ni hablamos. Esto, le decía yo, no hay quien lo entienda. Unos dicen que no encuentran y otros, que no hay. ¿Cómo lo ves? Entonces mi entrañable comensal, después de elogiar una vez más lo buenas que estaban les fabes, me explicó sucintamente que él lo tenía muy claro. Me preguntó si recordaba mi primer sueldo, cuando empezamos, allá por el 90, y sin dejarme responder me contó que él había empezado a trabajar en Madrid, tras universidad, máster, inglés y demás méritos curriculares, con un sueldo bruto de tres millones y pico de pesetas al año, lo que vendría a ser veintidós mil euros de ahora. A continuación, me explicó que dos de sus hijos, universitarios como él, habían empezado a currar, también en Madrid, treinta y dos años más tarde, con un sueldo bruto más o menos igual al suyo de entonces, unos veintipico mil euros, y gracias. Ni que decir tiene que compartían piso y que, de vez en cuando, el padre les mandaba pavos, no solo por Navidad. Benditas pesetas, recordamos alzando nuestra copa de vino; éramos entonces los reyes del mambo. Tras eso, prosiguió, nos llegó el euro, allá por el 2002, con aquel cambio a 166 que nos salía de memoria. La caña y el café, a un euro, ¿te acuerdas? Lo absorbimos rápido, ya que la economía iba viento a favor, y no teníamos tantos recibos domiciliados como ahora, tarifas, tasas, wifis, plataformas y esas cosas. Pese a los tipos de interés, aquellos desorbitados 14 y 15%, las cosas eran más simples: 'cash' y billetera. De esa forma fuimos tirando, incluso abriendo planes de pensiones para cuando tocara. Ahora, continuó, les han contado a estos hijos nuestros que no se estresen, que es muy malo. Que miren bien sus condiciones, no vaya a ser que un mordaz empresario, sea pequeño, mediano o del IBEX, como los Ferroviales, intente timarles. Que no sufran, que su aprendizaje, sus habilidades y destrezas ya irán llegando, suavemente, sin disgustos ni agobios, que tan mal sientan. Que no se preocupen por los IPCs, que duran solo un rato y mientras tanto ya les van dando cosas, pagas, cheques o bonos-algo. Además, les suben el SMI a mil euros, fíjate qué detalle. Que con veintitantos tacos y la 'o' del canuto aún por hacer, alguien se lo va a arreglar con un contrato fijo. Discontinuo o no, eso vamos a dejarlo para otro día, ya te irán llamando. ¡Ah!, y que no se os olvide: mirad bien la papeleta y atinad con el sobre, que las ayudas no las da el Estado, sino nosotros, sus Señorías, que ni tenemos ni tendremos vuestros problemas, pero así os cuidamos, generosamente dándoos. Total, que se nos fueron terminando les fabes, en medio del visceral monólogo que le salió de las tripas a mi entrañable comensal, como si se le hubiera revuelto el compango. Un agobiado papi, currante vocacional sin horario, de monótona vida, muchos viajes, aunque pocos sin corbata, multitud de canas y ya algún achaque; una pequeña hormiga disfrutando de un exceso gastronómico que, con toda seguridad, le iba a amargar el viaje de vuelta a casa. Me confesó que a sus hijos la vida que él llevaba les daba a veces algo de lástima, todo el día por ahí rulando. Al final, coincidimos en que nos la habían armado buena, a cada uno en su casa, con los euros, la presunta calidad de vida, el ocio, y demás espejismos vitales. Nada cambia: las sumas y las restas, el barquero y su cuenta. Y acabamos cayendo en el arroz con leche, como siempre, la puntilla inevitable en estos casos. A vivir, que son dos días, qué carajo. Por cierto, estaba muy, muy rico, y cocido a fuego lento, a base de impuestos, inflaciones y tipos de cambio, como los pavos.
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