Lo mejor, el toro
Asistimos estos días al lamentable espectáculo con que se nos obsequia en Gijón a cuenta de la fiesta de los toros. Un esperpento en toda ... regla, en el que todos los implicados han metido la pata hasta el cuezo, y en el que ninguno parece haberse retractado o disculpado por nada, al menos que yo me haya enterado. Los que mandan, por su radicalidad, su totalitarismo abolicionista y su ignorancia al presuponer que el nombre de los animales estaba puesto a mala leche, sin ser capaces luego de admitir sus lagunas, o más bien océanos, culturales, cuando se les ha explicado que esto de los nombres es hereditario. Según su modus operandi, lo hecho, hecho está y las buenas razones para el gato. El rodillo socialista, que cambia fiesta, alegría y sol, por cascayu y monotonía. Los organizadores taurinos, por su torpeza, por su falta de instinto de supervivencia, por creer que España es solo suya y por tratar de anteponer sus ancestrales tradiciones en un mundo que cambia, y ahora más que nunca, a toda velocidad. Vamos a ver: si la plaza no es vuestra y si sabéis que el amo del prao os tiene tantas ganas que os quiere meter mano, no le provoquéis, no se lo pongáis tan a huevo. Si te topas con un Mike Tyson cabreado, no le metas un dedo en el ojo. Y si se lo metes, aunque sea sin querer, sácalo rápido, y discúlpate a toda pastilla. No saludes sonriente con la mano a un francotirador. Si sabéis como está el tema taurino en España, ¿por qué no les llamáis, por ejemplo, torito 1 y torito 2 y así tenemos la fiesta en paz, nunca mejor dicho? Pues no. Que yo sepa, el toro bravo no es una mascota que acude mansa y meneando el rabo cuando la llamas, es más, me imagino que a estos bicharracos les dará igual su nombre, bastantes problemas tienen como para andarse con remilgos vocales.
A mí, la verdad, no me gusta la fiesta de los toros. Mejor dicho, me gusta la fiesta, pero no lo que ocurre en ella. He asistido varias veces, pero mi problema es sencillamente que el animal me gusta mucho más que lo que se hace con él. El toro bravo me parece tan superior, tan majestuoso, tan noble y tan honesto con el uso que hace de enorme poderío, que desde muy pequeño siento pena al verlo sufrir. Puede que sea éste un sentimiento demasiado primario o infantil, admitido. Pero es así, y en el fondo me alegro de que aún quede algo en mí de aquellos lejanos años. Recuerdo llorar de niño a lágrima viva ante un toro indultado, en la 2 de la tele, en blanco y negro, y ver la cara del torero tan emocionado como yo, a la plaza en pie ovacionando a un animal rendido sin bajar la cabeza, solo ante la barbarie humana, cuadrado en medio del ruedo, con las patas juntas, sin entender nada, pero seguro que más cerca de Dios que el resto de mortales que estábamos contemplando su agonía. Desde entonces, a mi este bicho me produce un gran respeto. Tanto, que no voy a los toros ni invitado, no vaya a ser que se me escape un puchero para burla de mis acompañantes. No obstante, los años me han hecho entender que sin fiesta no hay toro bravo, sin espectáculo no hay bicharraco, porque dejaría de moverse la rueda, es decir el dinero, y entonces ese precioso animal dejaría de existir. Así que en ese espacio me debato. En Francia, en cambio, lo tienen muy claro y están esperando el menor descuido nuestro para apoderarse de un arte que admiran tanto como envidian. Sueñan con hacer de nuestra fiesta la suya, y que 'olé' se pronuncie en francés. Están ya en ello, y van de frente y con estoque en mano, así que vete a saber cómo estará este asunto dentro de diez o veinte años. Se llevaron a Messi, y ahora a Feminista. Qué poco finos andamos.
Pero bueno, al igual que no me atraen los toros, tampoco me da más por el marisco, ni por el tabaco, pero no voy por ahí voceando para que prohiban a los demás disfrutar de esas cosas. Prefiero dejar que la gente haga lo que le dé la gana, dentro de los límites de la ley y el orden. Supongo que las langostas del Cantábrico y los centollos marroquíes estarían encantados de que se impusiera una veda a perpetuidad y se privase a todo el mundo de tan glorioso manjar. Por otro lado, no tengo tampoco claro que cocer a un animal vivo sea menos cruel que estoquearlo. Las empresas y familias que viven de ellos, probablemente no pensarán igual. Me da que a la fiesta taurina siempre se la han querido cargar no solo por el toro, sino porque se llama 'fiesta nacional«, lo que nos faltaba para terminar de liarla. Los catalanes la odian por su vociferado eslogan, y algunos de aquí, porque sí, porque suena a tradición, a España, a alegría, a color, a puro habano, a peluquería, a rosa en el pelo, a tacones y corbatas, a galantería, a estampita de Santo, a sacristía y a va por ustedes. La leche. A por ellos, y con todo.
Mi conclusión, oídos los unos y los otros, es que éste asunto, cómo diría un playu, 'no hay por dónde lo coger'. Los unos, prohibiendo impunemente, coartando, manipulando, tergiversando, ignorando argumentos, y en definitiva, abusando de su poder. Y los otros, en lo alto de su higuera, pensando con la taleguilla, y anacrónicamente dogmatizando en un país que, aunque no quieran enterarse, está girando. Todos parecen equivocarse, pero nadie admite ni por asomo ninguno de sus flagrantes y repetitivos errores.
Por lo tanto, lo tengo claro, y me reitero en lo dicho: el mejor, con enorme diferencia, es el sufridor, el héroe de la fiesta, el 'mocín' de la película, el guapo en el drama. Nuestro admirado toro bravo, que guste o no, es Español, y de raza.
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