Mercadear la nostalgia
Resulta curiosa la resistencia que termina por convertirse en tendencia por 'lo viejo' disfrazado de vintage, que automáticamente le da el brillo de modernez
La imperiosa necesidad del mercado de estar en permanente cambio, de introducir en nuestras vidas modas, visiones, productos, y de convertir en imprescindible lo que ... jamás imaginaríamos como tal, suele chocar con frecuencia con otra pulsión humana: la nostalgia.
Lo curioso del asunto es que, aunque la novedad tiene de su parte toda la fuerza que imprime la sociedad de consumo, la nostalgia extiende sus tentáculos y nos atrapa sin remedio. Si la una se apoya en la proyección de futuro para pintarnos un mundo mejor, más cómodo, con más glamour, o con más confortabilidad, la otra trae consigo el peso del pasado, la transformación con que juega la memoria, de forma que cualquier tiempo que el calendario haya dejado atrás se transforma mágicamente en tiempo añorado, y hasta los más aparentemente enganchados a la racionalidad terminan por admitir aquello tan trillado de teníamos muy pocas cosas, pero éramos felices, o los chavales de hoy están definitivamente refalfiaos.
En esa pelea discurren los días, y aunque parece que gana por goleada el tributo que se rinde a la novedad y nuestras casas y nuestras vidas se van atiborrando de gadgets, de objetos cuyo uso se nos habría hecho imposible imaginar, y nuestra vida digital suma más y más redes, más y más plataformas, más y más servicios, la nostalgia continúa con su lenta y concienzuda labor: la de situarnos al borde de nuestras emociones, la de dibujarnos una historia propia que igual no era tal, pero qué más da si así la recordamos, y para ello, no solo los afectos, los amigos de la infancia, los familiares ya perdidos, los sabores que a saber en qué rincón de los invernaderos o las cámaras frigoríficas se perdieron. Para esa nostalgia, también los objetos que nos acompañaron, que constituyeron el decorado de los días.
Si no, no se explica ese continuo retorno. Las modas en el vestir, ya se sabe, vuelven cíclicamente aunque nunca sean idénticas las propuestas. Cada cierto tiempo nos maldecimos por habernos deshecho de aquel abrigo, de aquel vestido, de los trajes de abuelos que acabaron en Cáritas, y que en alguna de las décadas posteriores, revival mediante, volverían a colocarnos en cabeza de lo más moderno, y hasta acabamos por abrazar con entusiasmo aquel tipo de pantalones que juramos que 'jamásdelosjamases' volveríamos a ponernos.
Pero más allá de eso, de sobra conocido, resulta curiosa la resistencia que termina por convertirse en tendencia por 'lo viejo' disfrazado de vintage, que automáticamente le da el brillo de modernez. Quienes han resistido heroicamente con sus viejos vinilos, con sus frituras en el sonido, con las carátulas desgastadas por el uso, contemplan con una mezcla de perplejidad y satisfacción como los más modernos persiguen el formato de singles y elepés, con fiebre de coleccionistas, y hasta son muchos los artistas que optan por publicar sus creaciones también en ese formato.
Todo vuelve, pero es una trampa. Quienes se deshicieron por inservibles de los discos viejos (era tan moderno el CD, era tan moderno el Mp3, era tan moderno Spotify) están dispuestos a pagar una pasta por lo que un día desecharon.
Y no solo eso: vuelve el VHS. El recuerdo de las tardes de sábado de la infancia o la adolescencia eligiendo películas en el videoclub no las compensa esa hiperabundancia de títulos en tantas plataformas, incapaces de competir con el delicado aroma de la nostalgia.
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