Mussels
No queremos imaginar qué sería de nosotros sin esos chigres virtuales
En este tiempo de disgustos y preocupaciones, ahí va una de amigos. Hay ahora tantas cosas injustas sobre las que escribir que esta vez, haciendo ... un esfuerzo, intentaré tan solo entretener un poco a quien lea esta columna. 'Mussels' es el código de uno de los chats en mi teléfono, patio virtual de gandules disfrazados de normales ciudadanos. Uno de tantos grupos en los que todos nos hemos refugiado de un tiempo para acá, en esta época en que el cara a cara escasea y toca comunicarnos a través de teclados táctiles y gafas para ver de cerca. Como sabrán, Mussel significa mejillón en inglés y no sé a qué genio se le ocurrió tal nombre ni por qué. Desde luego no se rompió la cabeza, aunque bien pensado es perfecto; de hecho, un bivalvo desneuronado de esta especie animal encajaría a la perfección en este chigre digital, sin serrín por el suelo, pero muy bullicioso y casi siempre surrealista por sus contenidos y ocurrencias.
Como otros muchos chats, este empezó con un noble y loable fin deportivo, el cual no voy a concretar porque es lo de menos, y ya no pinta nada. Y al igual que otros tantos grupos, acabó degenerando hasta el punto de que cuando alguien osa proponer un plan que tenga que ver con el objetivo inicial, es decir, cualquier actividad sana o sensata, simplemente no se le contesta. Al principio había quien respondía con alguna broma, hasta que se cayó en la cuenta de que no estamos para perder tiempo atendiendo a propuestas absurdas. Relájate, chaval. Estamos muy ocupados con las fotos y los vídeos, principalmente de farturas.
En nuestros comienzos encargamos incluso una llamativa equipación, en un alarde de buenas intenciones. Sin cortarnos lo más mínimo, nos hicimos con un atuendo totalmente 'pro', una indumentaria agresiva, colorista, y ceñida hasta cortar la circulación. Los mejores tejidos y la mejor tecnología: Thinsulate, Goretex, la pera. Tope-gama. En un momento dado, alguien sugirió que el 'culote', al ser tan ajustado, debería ser negro, por razones obvias que ahora no vienen al caso. Unánimemente, se le acusó de clásico, trasnochado y cobarde, ya que esa propuesta atentaba contra el espectáculo, que era, y sigue siendo, el fin fundacional del grupo. Hasta se llegaron a organizar una serie de salidas para estrenar esas prendas diabólicas, todos vestidos iguales, como un pelotón de gente seria. Hay que admitir que hubo ahí mucha motivación; de hecho se puede decir bien alto que algunos Mussels dieron con esas prendas lo mejor de su efímera vida deportiva. Ni que decir tiene, esa indumentaria ya no le entra a nadie ahora. Tras varias cremalleras rotas, y algunos síntomas de gangrena, aquellas ambiciosas tallas S y M fueron abandonadas en el fondo de armarios y forman ya parte de un tiempo pasado, del que algunos deberían avergonzarse, aunque no se ha detectado arrepentimiento alguno por el momento.
En esas primeras (y únicas) salidas había que ir con fondos, dada la tendencia a detenerse frente a los chigres. Qué volantazos al ver los letreros. Una vez, acometimos la arriesgada ruta Gijón-Candás. Todo un reto: un carril-bici infernal, con un firme imposible. Tuvimos además la mala suerte de toparnos allí con la fiesta del pulpo. Terrible experiencia, la ruta se hizo muy dura. Seis interminables horas para pasar las carpas de fritanga situadas en el puerto deportivo. Fue un calvario, acabamos agotados. De hecho, uno se olvidó en Candás el casco, y otro, los guantes. El balance, 30 euros por barba. Sufrimos todos mucho.
En otra de esas arriesgadas aventuras, un miembro del equipo se sumergió al intentar pasar una charca, hasta desaparecer por completo bajo el lodazal. Por supuesto, nadie le ayudó en nada, pero se grabó desde dos ángulos distintos. Lo primero es lo primero. Quizás ahí se empezó a reflexionar sobre los peligros de tanta audacia y la conveniencia de evitar esos riesgos extremos; al fin y al cabo, todos tenemos familia. Se pensó en encargar una cuba de hormigón para tapar esa letal ciénaga y, de paso, construir un monolito conmemorativo de la hazaña, aunque nunca se pudo llevar a cabo, al ser terreno público y paso de viandantes. Una completa injusticia, pero así es la Administración, tan inflexible.
Por fortuna, a día de hoy este chat de Mussels sigue activo y es una máquina de fabricar chorradas. Tras ocho años, va a peor, degenera sin remedio. Seguro que esta historia le suena a muchos grupos de amigos, que empezando bien acabaron mejor, con la cordura suficiente para utilizar su chat favorito tan solo para acumular momentos de diversión, risas e incluso solitarias carcajadas. «Oye ¿De qué te ríes, ahí solo? De nada, de nada…». Instantes de fugaz felicidad, que valen hoy en día más que el oro. Un chat sin penas, propósitos serios, o asuntos importantes. Una burbuja de permanente simplicidad bivalva sin recados, avisos, ni tareas. Es seguro que si le pides a cualquier miembro de uno de estos antros digitales que se salga del grupo te dirá que ni lo sueñes. Aunque esté silenciado, la tropa de descerebrados anda por ahí suelta, vibrando en su bolsillo. Ni imaginar queremos qué sería de nosotros sin estos chigres virtuales. Antes, matadnos a todos. Son los graves efectos colaterales de las pandemias, los aislamientos, la soledad, y los buenos amigos.
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