El parque de los suspiros
Los parques siempre han sido los lugares más propicios para la paz, el silencio y las artes amatorias. Y para colocar estatuas, bustos, fuentes, esculturas, ... monumentos... que son pensamientos y lecciones en piedra y bronce con el alma cubierta por el musgo de la edad. En ciudades y de hierro y humo, con las ultimas chimeneas preindustriales y los escapes dejando negras las piedras y los pulmones, los parques son como domingos de ramos para los niñas y niños, que, con sus madres y abuelos, depositan aquí su infancia. Y para jóvenes enamorados. Y para jubilados y bronquíticos viejos, que cuando tosen son como una alfombra apaleada con el polvo de los siglos. El parque, los parques, socializan a los niños que juegan entre ellos sin mediar mucho los adultos quitándoles de las pantallas del televisor. Y entre todos los parques de Gijón está este de Isabel la Católica, levantado, por los años cincuenta, sobre un marjal o marisma que fue rellanada con los escombros de la última guerra civil, tal como si se quisieran hacer crecer sobre tanta ruina, odio y desamor nuevos caminos, prados y glorietas, árboles y flores para la vida, la paz y el consuelo. Y como dice mi estimado amigo el bibliófilo Arturo Muñiz, aquí, en este parque, está una parte muy importante de la obra del gran escultor, nacido en Trubia, Manuel Álvarez-Laviada y Alzueta, primera medalla de la Exposición de Bellas Artes de Madrid, en 1930: Bustos en bronce de Fleming, de Evaristo Valle, Diana cazadora, la Maternidad y la Alegoría, entre otras. Más otras muchas de varios autores importantes, algunas de las cuales están como trasterradas en una nave llamada de Piti, situada en Leorio, concejo de Gijón, y que sería bueno, justo y hasta necesario que el concejal de Cultura se acercare por allí, y que viera el gran patrimonio artístico que espera su reposición.
El parque, además de servir para las artes amatorias de los jóvenes, es también, en los inviernos de su vida, placer y reposo para muchas personas que viene hasta aquí desde los altos y bajos gijones. Parque, sí, de lentos buscadores sin destino, caminando por la escondida senda, que diría Fray Luis de León, en las noches de contraluna. ¡Es tan complejo el corazón! Ahora, los árboles ya van deshojando las hojas de su vivir, y pronto, otra vez, el parque será una alfombra de un charol rojo y amarillo.
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