Piedras y flores
La esperanza de que esto vuelva a aquella normalidad que tanto añoramos se ve frustrada por noticias de nuevas cepas, de mutaciones, de otros virus, por las prospecciones de desastres económicos derivados de la situación actual
No es fácil lidiar con todo esto. Se nos está haciendo muy largo y encima, como la hidra aquella de las siete cabezas, nos crecen ... amenazas que lejos de suavizar el panorama lo ennegrecen, lo hacen irrespirable. Cualquier atisbo de esperanza de que esto vuelva a aquella normalidad que tanto añoramos (y contra la que también despotricábamos, conviene no olvidarlo), se ve frustrado por noticias de nuevas cepas, de mutaciones, de otros virus (qué buen momento para volver a hablar de la gripe aviar, hombre), por las prospecciones de desastres económicos derivados de la situación actual, secuelas a largo plazo, desequilibrios emocionales que se adueñarán de todo lo que somos.
No va a ser fácil lo que aún queda y me temo que esta certeza empieza a ser asumida por mucha gente con consecuencias lamentables. Mete en una coctelera frustración, miedo, incertidumbre, injusticias, agravios (imaginarios o no) acumulados; sobre una base de ignorancia convenientemente cultivada, añade una reducción drástica de salidas de emergencia de esas que canalizan los malestares, en forma de restricciones de todo tipo; agítalo con un movimiento sutil de intereses enfrentados, tan miserables unos como otros, y ya lo tienes listo. Ahí está: violencia, bronca, confrontación, piedras para lanzar desde cualquier trinchera.
Hay gente a la que le gusta alimentar esa situación. Esa gente. La versión digital de aquellos que antes recorrían el pueblo a ver si encontraban a quién contar que fulanito estaba muy enfermo o que menganito se acababa de morir. Esa gente, ahora, te llena el correo y el whatsapp de enlaces terribles: amenazas de virus (más) mortales, violencia en las calles, cifras escalofriantes de paro y otros desastres económicos, escaladas brutales de delincuencia, y un apocalipsis que no es que esté próximo, sino que ya se ha instalado, y la prueba es que hasta la Pantoja se va a quedar sin Cantora. Esa gente que lleva los bolsillos llenos de malas noticias, que lo mismo te informa de que un simple clic mal dado en la red puede vaciar tus cuentas, que te ofrece cotilleos maledicentes sobre unos u otros. Eso sí, siempre hay una secreta voluntad de ponerte sobre aviso, de sembrar el miedo, de incitarte a acumular piedras para lanzar cuanto antes. Contra quien sea.
Cuando todo esto pase, vendrán los análisis. Cualquier aprendiz de sociólogo sumará dos y dos, y formulará teorías acerca de este complicado inicio de los años veinte. Cuanto más se analice, más se correrá el riesgo de abrazarse a postulados ya descritos y como suele suceder, la historia se escribirá con trazos más gruesos de los que sería recomendable. No sé si la existencia de esos movimientos subterráneos, de la influencia de esos programas de televisión empeñados en inundarnos las retinas con una parte de la realidad (desengáñense, siempre será una parte: también hay otras realidades que no salen), el veneno suministrado desde tantos lugares, será reconocido.
Harta de tanta insidia, de tanta ponzoña, me estoy construyendo un búnker de paredes transparentes y planto flores. Lo hago desde que hace algún tiempo, cuando me estaba lamentando de lo negro que se veía el futuro, una amiga me envió una viñeta: «Yo creo que va a ser un año de flores» «¿Un año de flores? ¿Cómo puedes ser tan optimista?». «No sé. Yo planto flores».
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