'Pleasuredome'
Como nos cantó Frankie en 'Goes to Hollywood' en su día, bienvenido a la cúpula del placer cotidiano
Me entero hace unos días que tengo que poner un papelito en el coche para poder ir a Gijón, y también en la moto, pese ... a ser menos contaminante y dar menos la lata. Si no lo hago, 90 euros de multa, me cuentan. Como no me pueden salir tan caras mis visitas a la ciudad donde nací, ese Gijón que quiero y que tanto adoro, y que cada vez es menos mi tesoro por radical y complicado, me dirijo a una oficina de Correos a por el distintivo. Me han dicho que se saca previo pago de 5 euritos, bien en una de sus oficinas, bien en el laberinto on line del que es difícil salir airoso, con lo cual opto por el combate cuerpo a cuerpo. Cola hasta la calle, empezamos bien. Espero. Llegado mi turno, utilizo seis palabras: Buenos, días, la, pegatina, por, favor. No hay, se han acabado. Vuelva la próxima semana. Ok. A continuación, aprovechando el día y como al parecer no voy a poder volver a Gijón en una temporada, voy al banco, a hacer un frugal ingreso. Antes era mi banco, ahora es el banco. También hay cola, y también es al raso. Uso otras cinco palabras, mientras poso mi DNI ante la mampara del mostrador: buenos, días, un, ingreso, gracias. Termino, me giro y me voy. No conozco, no saludo, no miro a nadie. Los tiempos del cómo estáis, todo bien, qué tal la familia, y esas cosas propias de humanos quedaron ya atrás, y si no se anda con cuidado, se puede dar la impresión de ser pesado, estar ocioso, o lo que es peor, ser amable.
Entro en una cafetería. Miro el teléfono. Cinco whatsapps. Contesto uno. Movilizo de nuevo mi mandíbula para pronunciar otras cinco palabras: café, con, leche, por, favor. Dos de ellas son ya poco útiles, casi prescindibles, pienso. Será la inercia, la costumbre, y la edad. Abro un periódico que encuentro a mano y leo al presidente de los españoles diciendo que su gestión es ejemplar, con foto y todo, micro en mano y subido a una tarima. Ejemplar, oigan. Otro que no tiene abuela, pero sí rostro de hormigón armado, barrunto. Con un par. Paso página, y leo la noticia de la inflación del mes, y los augurios del Banco de España sobre el empobrecimiento poblacional. Sigo. La gasolina volvió a subir ayer, mala pinta. Fatigado ya, llego a deportes y leo que el Sporting negocia la renovación estelar de uno de sus capitanes, que no juega pero es buen chaval y da buen ambiente. ¿Aceptarán mi CV? Menos mal que en la página siguiente me encuentro con Rafa Nadal, salvavidas emocional de los españoles, faro que ilumina en la penumbra, oxígeno en las profundidades. Encuentro ahí la fuerza para pasar página y acabar el periódico, con la crónica del concierto de los Stones en el Wanda, que es la única noticia que leo de principio a final, saboreando cada línea, la crónica del eterno talento, el gigantesco cuento de unos monstruos del show bussiness, unos tipos que dicen castigarse pero que llevan sesenta años engañándonos a base personal trainers y ensaladas. Nadal y los Stones, esos sí que son ejemplares, pienso, y no el guapo de la navaja y el «tumbao» al caminar. Cierro el periódico y lo dejo. Pregunto cuánto es, y vocalizo dos palabras más. Uno cincuenta, doscientas cincuenta pelas. Como éstas. Al menos pillé periódico.
Total, que son las nueve de la mañana, y he utilizado diecisiete palabras para hacer tres gestiones, una de ellas fallida, siendo la más acuciante, ya que sigue fastidiándome que me multen y me embarguen la cuenta, qué le voy a hacer. Cosas mías. A partir de aquí mi día es online, y a base de teclados con y sin teclas, emails, pdfs, y hojas de cálculo, además de este rato en el Word para expresar mi frustración por haber utilizado tan solo diecisiete palabras esta mañana. Comunicación moderna. ¿Será posible conseguir lo mismo con menos? Me acaba de entrar otro whatsapp, mira. Este es de mi hija, así que lo contesto raudo. En casa, como pacto familiar, aún tenemos instalado lo de la última conexión y mensaje leído, así que ella sabe que ando por ahí y la he leído. Si la llamo se va a sorprender, puede que se alarme y piense que es algo urgente o grave, aunque lo más seguro es que no me coja el teléfono porque lo tenga silenciado. Es curioso, ya casi nadie se corta a la hora de quitar esos rastros del 'wasp', con lo que no sabes si te leen o pasan de ti, pero ye lo que hay, como se dice ahora. Le envío dos palabras, y tres emoticonos. Me devuelve ella otro, el careto con dos lagrimillas, que indica que lo mío le ha hecho gracia, al parecer. Algo es algo.
Calculo que, salvo que reciba alguna llamada inesperada, hasta mediodía no tendré que volver a mover la mandíbula, y esa vez al menos será para comer. Recibiré unas cuantas decenas de mensajes y emails, y miraré mi móvil unas treinta veces. Hace poco leí que lo miramos de media más de cien veces al día, así que treinta o cuarenta no me parece mucho para media jornada. Así transcurre una mañana cualquiera en un concejo a las afueras de Gijón, entre la búsqueda de pegatinas imposibles para sobrevivir en la micro jungla urbana de un pueblín que siempre quiso ser grandón, diecisiete palabras lanzadas al aire, wifi en vena, y pantallas de varios tamaños esparcidas ante mí. Como nos cantó Frankie en 'Goes to Hollywood' en su día, bienvenido a la cúpula del placer cotidiano, bienvenido a nuestro moderno 'Pleasuredome'.
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