Progresos y nostalgias
Necesito con urgencia sustituir 'whatsapps' y 'skypes' por una conversación frente a un café. Por un abrazo de esos sin tecnología, cálido, interminable
Cuando hace muchos años y por exigencias curriculares me tocó aprenderme aquello de la 'Ley del Eterno Retorno', no podía imaginar que acabaría pensando en ... ella muchos años después y por circunstancias que no necesariamente tenían que ver con el planteamiento filosófico, pero que inevitablemente me remitían a ello. Y por algo tan tonto como que el otro día me regalaran un CD. Aclaro, para quienes lo hayan olvidado, que me refiero a un disco, un disco compacto. Eso, sí.
A mí me pasa y seguro que no soy la única. En cuestiones que tienen que ver con la tecnología y sus alrededores, abrazo con fervor las novedades. Quienes me conocen saben de esa debilidad mía por los cacharros y por lo que suponen. Soy de las que se incorporan a 'lo nuevo' con entusiasmo y luego se queda aguardando a que quienes consideraban innecesario, por ejemplo, conectarse a internet, o tener un teléfono móvil, o las redes sociales (ellos igual ya no se acuerdan, pero los hubo) terminen por caer y se conviertan en defensores a ultranza de lo que un día despreciaron porque ignoraban.
Lo reconozco: en tiempos como estos, las noticias a las que más atención consigo prestar tienen que ver con la ciencia y la tecnología. Todas esas cosas que, como desconozco los procedimientos, me parecen mágicas y maravillosas, que permiten que una persona pueda imprimirse en su casa una prótesis para un brazo, que un reloj que llevas en la muñeca pueda monitorizar un montón de constantes vitales que hace décadas eran materia hospitalaria, que con solo pulsar una tecla tengas acceso a un universo cultural inabarcable, que una señal te permita conocer en cualquier momento dónde está exactamente un familiar mayor que empieza a tener problemas de memoria, que puedas pasear virtualmente por cualquier ciudad del mundo, o que un cirujano intervenga a miles de kilómetros a un paciente.
Bueno, pues con todo esto, y declarado mi incondicional amor por la novedad, del que no reniego en absoluto, reconozco que hay cosas que terminan por devolverte a la casilla de salida, a recordarte que hay mucho de cíclico en lo que vivimos, y la razón seguramente está en algo tan sencillo como la emoción. De un tiempo a esta parte, y sin abandonar en absoluto mi fascinación por cuanta innovación se me ponga delante, he empezado a sentir una necesidad de retornar: han vuelto los discos a mi vida, y no solo los compactos, también, y con una gran fuerza, los vinilos. Los libros nunca desaparecieron, claro, pero empiezo a pensar que la coartada del no tengo espacio para tanto ya no me vale . Los periódicos de papel han vuelto a irrumpir con fuerza en mi casa y con ellos la ceremonia aquella de los noventa, descartada en parte por los digitales, de los fines de semana con varios periódicos y sus correspondientes suplementos dominicales compartiendo cama y desayuno. Vuelvo a tener nostalgia de sala de cine, ahora justamente que dispongo de tantas posibilidades en plataformas que aunque viviera millones de años no tendría tiempo de verlo todo.
Pero, sobre todo, en ese retorno inapelable, necesito con urgencia sustituir whatsapps y skypes por una conversación frente a un café. Por un abrazo de esos sin tecnología, cálido, interminable.
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