Las cartas del sobresalto
Ya lo decía aquel, «a veces llegan cartas con sabor amargo». Otras cartas, como la del hermoso poema de Miguel Hernández al que puso música ... Serrat, «son un vino… el único alimento para mi corazón». Pues bien, actualmente los buzones están quedando huérfanos de emociones. La mayoría de las cartas que se reciben se reducen a anuncios y propaganda. El cartero, una figura capital que todavía hace medio siglo convocaba a los vecinos a la hora de repartir el correo, sumergido en cartas anodinas, ha perdido esa aureola de singularidad.
Pero a veces llegan cartas que nos consternan e intranquilizan. Recibo con más frecuencia de lo deseado, cartas que contienen multas de tráfico. Ya se sabe que el conductor es el único animal que tropieza más de dos veces en el mismo radar. El de la autovía del Cantábrico, a la altura de Quintes, el de la variante de Avilés, el de la entrada de Gijón por la 'Y', son viejos compañeros que he aprendido a conllevar, con calma y sin prisa. Sin embargo, las cartas del sobresalto no son las de tráfico, sino las de Hacienda. Aunque me esmero en cumplir las obligaciones fiscales, cuando recibo una carta de la Agencia Tributaria, aunque sea meramente informativa, me da un vuelco al corazón.
Se me pararon los pulsos, como diría Rafael de León cuando recibí la última carta certificada del sobresalto. Meses antes había hecho reformas en la casa, que pagué religiosamente a la empresa X. Cuando abrí la carta, leí atropelladamente que el Tesoro Público me reclamaba la cantidad que había abonado a X. En realidad, la carta, adobada con términos como embargo previo, diligencias y una carta de pago, se refería llanamente a que, si tenía cuentas pendientes con X, las pagase directamente a Hacienda. Resuelto el embrollo, me quedó el susto, que se hubiese evitado por una redacción más clara y menos amenazante. Además de economistas, Hacienda necesita redactores.
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