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Las variaciones Godberg' de Bach, son un rito y un reto. Rito porque a través de hora y media asistimos a ese milagro de la ... unidad en la variedad. Reto, porque abordarla, más allá de las notas, de los difíciles cánones y ritmos de danzas de la obra, dándole continuidad y sentido, es un desafío para los dedos y el cerebro. El martes pasado, el clavecinista Diego Ares (Vigo, 1983) abrió, en la sala de cámara del Auditorio Príncipe Felipe, la 'Primavera Barroca' con una interpretación sublime e interiorizada de esta cumbre de Bach.
Diego Ares aborda las 'Variaciones' desde una concentrada austeridad, que no excluye ni la riqueza de los adornos, ni el infinito juego de colores a través de las combinaciones de los dos teclados. Realiza las repeticiones de todas las secciones, lo que alarga, por fortuna para el público, la obra, pero nunca una repetición es igual, sino que se modifica con fantasía en los adornos y sutileza en los matices. Todo ello con una naturalidad por la que hasta los pasajes con endemoniados encabalgamientos de las manos se despliegan con una claridad musical esencial. Claridad rítmica, que nos hace pensar que muchas de las variaciones intermedias son tiempos de danza, como si pertenecieran a una suite de colores infinitos por la que, entre los complejos cánones y tocatas, intuimos zarabandas, chaconas y gigas.
Las posibilidades tímbricas del clavecín de dos teclados, son ilimitadas. Por ejemplo, en la emotiva 'Variación 25', el adagio adornado en el que las voces parecen cantar un recitativo infinito, se proyectaba la sonoridad del laúd y de un violonchelo en pizzicato. O la riqueza polifónica del 'Quodlibet' final, una alegre francachela al final de una interpretación magistral.
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