El silencio es una batalla perdida
Hace ochenta años, cuando una persona ponía un disco o la radio, era porque quería escuchar. Y si alguien encendía la televisión, es que quería ... verla. Ahora no. Usted llega a un bar solitario en el que solamente está un camarero y una televisión puesta. El camarero que no ve la televisión es probable que, ante la llegada del cliente, suba el volumen de la caja tonta, aunque nadie le preste atención. ¿Por qué lo hace? No es por ahuyentar al cliente, sino por hacerse la ilusión que en el local hay más gente porque hay más ruido.
Con la música ocurre algo similar. Es casi un reflejo que, incluso en reuniones familiares, suene una música constante que nadie escucha. Esa música, que a veces puede ser de alto nivel artístico, se prostituye reduciéndose a un ruido ambiental. Ni siquiera llega a ser una decoración sonora, sino una tabarra incómoda ante la que intentamos abstraernos. ¿Es música ambiental? No, lo contrario. Es música distorsionadora de la sonoridad ambiental, cuya función no es musical, sino la de crear un espejismo de estar acompañados y menos solos, aunque seamos multitud.
A mediados del siglo pasado, Theodor Adorno escribió en el libro 'Disonancias', editado en castellano por Akal, un interesante ensayo sociológico sobre la tipología del oyente de música. Adorno estructura una clasificación de 'escuchantes'. El experto; el buen oyente, que sería el que comprende sin conocer las normas; el purista, calificado por Adorno como resentido. Y en la escala más baja, el 'no musical', que es aquel que pone la radio, el tocadiscos o lo que demonios se ponga ahora, no para oír y mucho menos para escuchar, sino para crear una falsa idea de compañía. El no oyente siente terror ante el silencio, y por eso, lo primero que hace al entrar en una habitación es poner música. Para Adorno, esta tipología era minoritaria. Se equivocaba. Yo también pensaba que un acto reflejo como el de encender el altavoz para que escuchen otros, acabaría desapareciendo, tanto por educación como por respeto al medio ambiente. Hoy veo que no es así. El silencio y la escucha selectiva, es una batalla perdida. La derrota nos hará, además de más tontos, más bulímicos sonoros e intolerantes, al no saber escuchar.
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