La regla de tres
Si nos convertimos en rebaño y nos desposeemos de métodos de cálculo, nos haremos inmunes a las decisiones. Solo habrá que enseñarnos a balar
En estos días de verano, en los que muchos de nosotros disponemos de un poco más de tiempo de ocio, bien porque estamos de vacaciones, ... bien porque lo están los que trabajan con nosotros y no podemos currar a nuestro ritmo, me ha dado por leer por encima los nuevos planes gubernamentales para la reforma de la educación primaria. Dicho sea para entendernos, lo que se les enseña a los niños en el colegio. Lo que se da en el cole, el temario, los deberes y esas cosas. Ahora lo llaman planificación de las habilidades socioemocionales de los alumnos, alumnas y alumnes. Qué pereza.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención sobre la reforma, es la advertencia del profesorado ante la omisión de herramientas o conceptos básicos. No escribo 'la denuncia de los profesores' por temor a que suene demasiado agresivo, tendencioso o conservador. No quiero herir sensibilidades, ya saben. Una de las sonadas ausencias del temario es la tan elemental, útil y práctica regla de tres. La lógica aplicada a la proporcionalidad, con tres cifras, una 'X' y dos palitos. El sencillo método para despejar la 'X', que es lo que queremos averiguar. Se trata tan sólo de ponerle una cifra a nuestra duda, resolver nuestro problema, y salir de la incómoda incertidumbre que aportan las cifras abstractas, o dicho de otra forma, el no tener ni pajolera idea en un cálculo.
A mí no es que se me dieran muy bien las matemáticas, es más, diría que en mis años colegiales mis profesores tuvieron mucha paciencia conmigo, y puede que cierta piedad en algunos momentos. Todavía a día de hoy sigo sin entender para qué sirven el logaritmo neperiano, el seno, el coseno, la tangente y su santa madre, que tanta preocupación me trajeron en la adolescencia. Bueno, preocupación poca, admitámoslo, a mí me gustaba más el balonmano, para desgracia de mis educadores numéricos. Pero así y todo, tuve que esforzarme en algunos momentos, pasar por el aro de las matemáticas, y algo bueno me quedó, supongo. Por lo menos, puedo coger un lápiz y hacer una división con tres cifras en el divisor, calcular un porcentaje con cierta exactitud, o incluso hacer una raíz cuadrada, aunque de esto último confieso no estar muy seguro.
En el último tramo de mi vida académica, en el que compartía aula con ingenieros, economistas, y perfiles mucho más aventajados en números que yo, tuve un brillantísimo profesor catalán que un buen día nos dijo lo siguiente: «Mireu: con saber sumar, restar, multiplicar y dividir, podréis llegar muy lejos en la vida... Y cuanto menos restéis y dividáis, mejor». El profe en cuestión daba una asignatura llamada Análisis de Decisiones, y qué razón tenía, qué a gusto me sentí con aquella afirmación, en medio de tanta lumbrera numérica. ¿Veis cómo yo tenía razón?, les dije a algunos, en broma pero medio en serio.
En todo caso, a mí la regla de tres que ni me la toquen. Mis hijos ya se la saben, y bien que la usan, pero el día que tenga nietos, si Dios (con perdón) me concede esa dicha, pienso explicársela personalmente, si en el colegio no tienen a bien hacerlo, o si no entra en su progresista temario socioemocional y de perspectiva de género. En otros países se opta por educar a los niños en materias más útiles, o más enriquecedoras para sus futuros talentos, que aún están en muchos casos por descubrir. Pongo por ejemplo la música, la oratoria, la expresión corporal, las técnicas de estudio, las habilidades básicas negociadoras o incluso los primeros auxilios. Ninguno de estos temas están bien desarrollados en los temarios, y todos ellos, pensándolo bien, son esenciales en el desarrollo personal, y en nuestro día a día.
Cuestión aparte son los idiomas. En España, a diferencia de la mayoría de países miembros de la UE, incluido nuestro vecino Portugal al que todavía hay quien quiere mirarlo por encima del hombro, resulta aún difícil encontrar jóvenes con un buen nivel de inglés. Y de otros idiomas, ni hablamos. Eso sí, nos ponemos a gastar nuestro dinero público en sustituir los carteles de toda Asturias para cambiar 'calle' por 'cai', y demás asuntos poco útiles de identitaria inmersión lingüística. Como si fuésemos más asturianos por decir 'cai' o 'güei'. Quizás, y pensándolo bien, esta deriva tenga un fin saludable, ya que puede estar buscando la inmunidad de rebaño. Si logramos convertirnos en rebaño, y además nos desposeemos de métodos de cálculo, nos haremos inmunes a las decisiones, perderemos capacidad crítica, y entonces, triunfalmente, solo se nos tiene que enseñar a balar, como a las ovejitas. Aprobado general, y problema solucionado. Por favor, más reglas de tres, más educación útil... Y menos chorradas.
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