Renunciar como elección
Algún síntoma hay ya. Que falten camareros puede ser un toque de atención, y tengo la impresión de que no será el único. Hay demasiados sectores condenados a condiciones de trabajo que no se diferencian gran cosa de la esclavitud
Es difícil entender las cosas que ocurren justo cuando están ocurriendo. Nos falta un manual de lejanías que nos permita tomar la distancia suficiente para ... conocer la dimensión exacta de lo que vivimos, sin que el análisis apresurado nos lleve al error. A veces los cambios son imperceptibles mientras suceden, apenas un movimiento leve de las olas, pero visto en perspectiva y con el tiempo suficiente, puede comprobarse que tienen consecuencias de tsunami.
También la mirada influye. El ánimo con que contemplamos el devenir de los acontecimientos y esa inevitable confusión que nos traemos entre la realidad y el deseo. Ante indicios pequeñísimos y seguramente inútiles, tratamos de atisbar el signo de cambios que serán para bien. No es la primera vez que nos pasa, y no está tan lejano el día en que creímos, qué cosas, que la pandemia iba a hacernos mejores.
Desde hace algún tiempo se viene hablando de La Gran Dimisión, o La Gran Renuncia, un fenómeno que se está dando en los Estados Unidos (sí, esos mismos que cuando estornudan el resto del mundo se constipa) y que lleva a millones de personas a abandonar su trabajo, a renunciar a él, para buscar otro o para sencillamente buscarse la vida. Es posible que la pandemia nos haya enseñado algunas cosas, entre otras, que igual hay que vivir de otra manera, que las condiciones de trabajo a las que condena este sistema van en contra de la lógica y que aunque ya sabemos que trabajar consiste en vender pedazos de vida para, a cambio, conseguir lo que nos permite seguir manteniéndola, igual el precio es demasiado caro.
Parece que ese movimiento de Gran Dimisión no será extrapolable a todos los países y que esto de la economía es un misterio difícil de desentrañar (aunque en el fondo el mecanismo es sencillo: todo consiste en que unos ganen cada vez más a costa de los que pierden cada vez más), y ya hay augures diciendo que no, que en España esta situación no se va a dar. Esos analistas tan listos y tan bien informados, a pesar de que nunca las vean venir, seguramente tienen motivos para afirmar que aquí no será masiva la renuncia al trabajo actual en busca de otras formas de vida. Pero algún síntoma hay ya. Que falten camareros puede ser un toque de atención, y tengo la impresión de que no será el único. Hay demasiados sectores condenados a condiciones de trabajo que no se diferencian gran cosa de la esclavitud. Hay demasiada presión, demasiado sufrimiento que proviene de un chantaje más o menos velado cuyo fin último es el temor a quedarse sin trabajo. Igual habría que empezar a pensar que el miedo también se puede perder. Que hay demasiada gente que ha perdido demasiadas cosas y otros muchos que han descubierto que se puede vivir de otra manera. Después de todo, es posible que la pandemia nos haya proporcionado alguna que otra enseñanza valiosa.
Tal vez, lo único que queda es que algunos, los que se empeñan en que la vida es ganar más a costa de los que más pierden, ya que no parecen demasiado permeables a aprender cosas nuevas, recuerden aquel viejo refrán que tuvieron que haber oído alguna vez y consideren la posibilidad de que la avaricia rompa el saco.
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