Quien nos roba los sueños, nos roba la vida
Decisiones tomadas por terceros marcan nuestras vidas. Desde las cosas más anodinas hasta las más importantes. Y cada vez dejamos que esto ocurra con mayor frecuencia
Un hombre que no se alimenta de sus sueños, envejece pronto», escribía Shakespeare, y yo, he de confesar, suelo alimentarme con frecuencia de ellos, aunque ... cada vez cueste más trabajo hacerlo. Desde niña me gusta soñar despierta con posibles e imposibles. Todavía hoy -¿por qué no?-, de vez en cuando lo hago. ¿Imposibles? Sí, imposibles. ¿Por qué dejarlos solo para la infancia y sus recuerdos? ¿Por qué no soñar como si delante solo tuviéramos un infinito papel en blanco en el que pudiéramos escribir todos los deseos y sueños que nos harían mejores; más felices? ¿Se lo imaginan?
El papel en blanco, sin embargo, no es tal, aunque a veces nos empeñemos en creer lo contrario. Y no lo es porque nuestro destino ya esté escrito -como si de un designio metafísico se tratara- y no podamos hacer nada para cambiarlo. No me refiero a eso, sino a que son otros los que escriben en nuestro papel porque nos los han robado.
Así, decisiones tomadas por terceros marcan nuestras vidas. Desde las cosas más anodinas hasta las más importantes. Y cada vez dejamos que esto ocurra con mayor frecuencia. Sí, dejamos porque, al fin y al cabo, aunque nos produzca reparo admitirlo, el poder se lo hemos dado nosotros. Políticos, economistas, expertos, agentes sociales, etc. Y cada vez bajamos antes los brazos y optamos por que sean esos otros los que decidan. ¿Para qué voy a ir a la fuente a por el agua si el cántaro, al final, siempre se rompe?
¿Cuáles son sus sueños? ¿Cuáles sus ilusiones? ¿Y a cuántas de todas ellas renuncian cada día? ¿Y qué deseos han olvidado por completo? Díganme, ¿les quedan aún sueños con los que soñar, despiertos o dormidos, o los han perdido todos?
En el fondo, lo sé, es más cómodo, más sencillo, decidir que no tenemos sueños, porque no los queremos y porque el cántaro siempre se rompe; porque los castillos en el aire siempre acaban derrumbándose. Eso creemos o eso hemos aprendido a creer. Y yo les pregunto: ¿y? «Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos», explicaba Thoreau.
Repito: ¿y? ¿Qué pasa? Acaso no podemos soñar lo que queramos aun sabiendo que muchos de esos sueños no se cumplirán, pero que habrá otros que sí lo harán. Otros que llegarán a buen puerto. Pero para eso, para llegar, primero hay que soñar. Y soñar de todo. Posibles e imposibles. Realidades y quimeras. Verdades y ficciones. De todo para que algo de ello consiga germinar. «Ves cosas y dices, '¿por qué?'. Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, '¿por qué no?'» (Bernard Shaw).
Entiendo que ya es agotador luchar cada día para salir adelante, por lo que cuesta, y mucho, hacerlo también por tomar el control de los sueños, pero si no lo hacemos el mundo quedará en manos de solo unos pocos que nos dirán cuándo y cómo vivir. Unos pocos que no sueñan. Unos pocos que no saben qué es eso.
No, no es una exageración. Las guerras, las crisis, la pandemia... nos deberían servir de ejemplo. Ellas aúpan a oportunistas que roban sueños, los papeles en blanco en los que escribirlos y, con ello, las realidades que algunas de esas visiones podrían llegar a crear, porque el mundo avanza gracias a los soñadores a los que un día llamaron locos. A los que soñaban con curar, volar, inventar, contar, crear...
Y recuerden, ya decía Virginia Woolf, que «quien nos roba los sueños, nos roba la vida».
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