La silenciosa multiplicación de la miseria
Los datos macroeconómicos no son nada, son estertores de humo, ronquidos producidos por la podredumbre de un sistema fundamentado en la desigualdad
La pobreza nunca fue santo de devoción de los titulares del mundo. Si acaso un apunte, un dato fugaz, una ligera referencia, y muy de ... vez en cuando. Cada día necesitamos comer para vivir, pero no son noticia aquellos que un día tras otro carecen de un sustento mínimo. Sí es noticia diaria, sin embargo, la actual disminución del consumo de lo superfluo. Son más noticia y de más continuidad las borracheras de las luces de las calles comerciales que la falta de electricidad en un barrio de pobres. Mejor hablar de la exuberancia eléctrica de Vigo que de la oscuridad de la Cañada Real.
Hay más de mil trescientos millones de pobres de solemnidad en el mundo, y la mitad son niños. Lo recoge el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. La pobreza es tanta y está tan extendida que necesita ordenamientos continuos y definiciones nuevas. Hay pobrezas extremas, relativas o probables. Hay índices de desigualdad y de exclusión social. En nuestro país son cerca de diez millones de personas las que están en riesgo de alcanzar la pobreza. El dato más desesperanzador es el que se refiere a los trabajadores cuyo salario no alcanza para comer todos los días. Sin embargo, la irrisoria subida de unas décimas en el salario mínimo nos dicen que podría socavar los cimientos del sistema de la plusvalía y la prosperidad.
La pobreza persiste, y provoca enfermedades del cuerpo y del alma, y mata, y arruina las vidas a base de multiplicar la miseria y espantar la esperanza. Algunos habían conseguido escapar de la pobreza en los últimos años, pero la maldita pandemia les ha obligado a retroceder. También los conflictos bélicos y el cambio climático han propagado la peste de las hambrunas. Dicen los sabios de los pronósticos que la actual crisis empujará a unos cien millones más de personas a la pobreza extrema.
Todos los gritos de todos los miserables tienen la misma música, sus lágrimas tienen la misma sal, sus ojos el mismo brillo sobrenatural, sus heridas sangran con idéntico descaro. El poder intenta negar la pobreza, volverla invisible, porque se sabe responsable de ella. Los pobres emiten gemidos de desamparo y de soledad. El poder ronca. Escupe estadísticas, índices de mejora. No son más que los resuellos de la complacencia. En la pobreza, después de las heridas que sangran, no hay más que circunstancias adversas o resoluciones ajenas que determinan la existencia. Los pobres no tienen nada y por eso no se los ve, no merecen los titulares de cada día.
Ahí están los datos del aumento descarado y vergonzoso de la desigualdad. A mayor pobreza, más fortunas y de más consideración. La relación es inapelable. El patrimonio de los que todo lo poseen aumenta. El número de los que nada tienen se multiplica. El poder envuelve estos datos con música celestial. El poder tiene la capacidad de legislar, de cambiar las cosas. La pobreza no es un capricho de los dioses del azar. Los 'estudiosos expertos' señalan algunas de las causas de este aumento de la pobreza y de la desigualdad: una fiscalidad que renuncia a ser radical y definitivamente progresiva, brechas salariales indignas, esclavismos encubiertos, precios abusivos e incontrolables en productos básicos, salarios mínimos irrisorios y salarios máximos sin ningún control, plusvalías sin límite, recorte, cuando no privatización, de los servicios básicos, o negocios desproporcionados con los recursos naturales que son de todos. Son muchas las causas. ¡Se habla tan poco de ellas!
Los datos macroeconómicos, a los que aluden como a dioses del infierno los gobernantes sin alma y los economistas a sueldo, son fantasmas concebidos en las sórdidas cavernas de sus conciencias, son como aquellos demonios con rabo a los que aludían los predicadores para ahuyentar del carácter de los súbditos el atrevimiento y ensalzar la resignación. Los datos macroeconómicos no son nada, son estertores de humo, ronquidos producidos por la podredumbre de un sistema fundamentado en la desigualdad, es decir, en la circunstancia de que unos exploten a otros, de que unos se olviden de otros, de que unos pocos se enriquezcan más a costa del aumento de la muchedumbre de los miserables. La pobreza aumenta de manera universal y trágica, pero la noticia está en otro lugar, la noticia se empapa con los vómitos brillantes de la borrachera de los consumos.
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