San Silvestre
Cada uno va trazando su propia carrera, su propia vida. Con sus vivencias, errores y aciertos, en un camino más o menos tortuoso
Me vino a la mollera esta columna el pasado día 31, mientras corría con mis hijos la San Silvestre de Gijón. Mejor dicho, me custodiaban ... ellos en mi lento trotar, misericordes como quien acompaña a un padre que es solo ya un 'runner' esporádico, y entrado en años. Así ocurrió hasta que, con un ademán de mi brazo, les liberé de mi tediosa marcha de veterano. Entonces tiraron cuan lebreles, pitando, para nunca más volverles a ver, hasta el tradicional abrazo de cada año un buen rato más tarde, frente a la plaza del pescado. Un gesto, el del 'tira tu solo', que simboliza la vida misma; ese que nos hicieron a nosotros un día y que años más tarde tenemos la obligación y fortuna de ofrecer. Tira tu solo, chaval, y ya no pares más.
Mientras corría, me di cuenta de que la San Silvestre es quizás el acontecimiento que más me gusta de la Navidad, y tiene que ser así porque he participado siempre que he podido en los últimos treinta años. En este tiempo se ha ido modificando el recorrido, ya que antes se salía del parque hacia la derecha, mientras que desde el año pasado se sale en sentido contrario, hacia la izquierda. Si no fuera por la alcaldesa que tenemos, diría que esto es simple casualidad, aunque vaya usted a saber. También se pasaba por la plaza de toros, por cierto. Yo ahí lo dejo.
La cosa es que esta carrera me parece, como antes dije, una metáfora de la misma vida: la vas aprendiendo a correr a medida que cumples años. Al principio, en los años jóvenes, sales zumbando para luego agonizar en la parte final, resultado de un esfuerzo mal calculado. Es frecuente ver gente colapsando por el camino, totalmente K.O., incluso vomitando en las aceras, y éstos son casi siempre jóvenes. Los veteranos, curtidos por esos errores de cálculo, tenemos nuestra estrategia fijada de antemano, según el entrenamiento previo. Pura vida. Por otra parte, esa tarde te vas encontrado con gente nueva, hijos e incluso nietos de tus amigos, pero también echas en falta a personas cercanas con las que coincidías en la salida y con las que compartías sinceros abrazos de fin de año. Los hay que no corren ya y otros por desgracia no están con nosotros, así que de un tiempo para acá no dejo de acordarme de estos amigos durante el recorrido, de su trote, mientras avanzo por las concurridas aceras.
Otra cuestión que me parece destacable, y que demuestra el paralelismo entre la San Silvestre y nuestra sociedad, es la presencia de las mujeres. Cuando empecé a correr la prueba había muchos menos participantes, pero apenas veías mozas, todo eran pelazos y barbas. Con el tiempo nos han ido quitando las pegatinas multitud de chicas, pasándonos como aviones de caza, cada vez más atléticas, más potentes, más técnicas, más todo. Más de hoy. En esta última edición me impresionó el hecho de que la primera mujer fuera octava en la general. En la salida hay corredores muy rápidos y he de admitir que meterse ahí me hubiera parecido hace años imposible para una mujer. Por lo tanto, espero tener tiempo para ver a una chica ganar y asistir boquiabierto a esa revolucionaria fotografía en la línea de meta.
Respecto a mi rendimiento este año, lo único bueno que tiene esta carrera cuando te sale tan lenta es que tienes mucho tiempo para pensar. Como el objetivo era terminar, sin más, tuve la tarde para darle vueltas a mil y una cosas. Así que ahí iba yo, entre pisadas, rostros enrojecidos, zancadas y jadeos, en mi nirvana asfáltico de 37 minutos y pico. Este año, el día de San Silvestre fue en Asturias una fecha triste para muchos, entré los que de alguna manera me sentí, a causa de una de esas tragedias que tanto cuesta asimilar. Accidentes fatales, cosas que pasan y que te dejan impactado, exhausto. De ese modo llegué hasta la carpa donde te dan el anhelado Aquarius, en mi mundo, y en mis cosas. Luego, ya caminando de vuelta con los jóvenes de casa, nos cruzamos con un titán, un chaval con una pierna ortopédica, luchando aún por llegar a meta. Ahí va un gigante, les dije, y me arrepentí de no haberle animado más, de no haber corrido con él de nuevo los últimos metros. Ahí tus huevos, guaje. Como en la San Silvestre, cada uno de nosotros va trazando su propia carrera, su propia vida. Con sus vivencias, errores y aciertos, en un camino más o menos tortuoso, que empieza a parecer extenso cuando ya solo logras avanzar a trote lento y ya no puedes, ni quizás querrías, desandarlo. Un recorrido que nunca sabes cuándo ha de terminar.
Por todo eso, cuando llego a San Pedro, que es quizás el lugar más bonito de Gijón, últimamente echo una mirada a su campanario, musito para mis adentros un 'gracias' de corazón al dueño de esa santa casa, recordando a los que ya no están, y doy por terminado el año. Confiando en que el destino, la suerte, Dios, o como quiera usted llamarlo, pues todo viene a ser la misma cosa, me permita volver un año más.
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