Vaquinas
A diferencia de nosotros, todavía no les han puesto a cuidar del rebaño a quienes quieren acabar con él
Forman parte de nuestro paisaje. En nuestra Asturias, patria querida, cualquiera se las va a encontrar paciendo tranquilamente, incorporadas al paisaje como un elemento decorativo ... más. Da igual que vayas en coche, en bici, en tren o incluso desde el avión, diseminadas las vas a ver como puntitos, blancos, negros, pintos o canelas, en medio del verde asturiano, formando parte de nuestra tradición, identidad y sustento. Yo las veo todos los días, de la que voy y vengo de casa. No importa que llueva, nieve o haga un sol radiante, por allí andan, a lo suyo, sin molestar a nadie. En su ciclo de vida nos aportan su preciado alimento, bien sea por las buenas, es decir via leche y derivados, bien por las malas, via cruel matarile, en filetes y demás despieces. El caso es que a cualquiera a quien se le pregunte por la primera imagen que le viene a la mente al nombrar Asturias, es muy posible que te describa una vaca y un prado. O Eso, o la sidra y les fabes, claro. El sol, no. Esa suerte, para el resto del país.
Nuestras apacibles vaquinas y sus xatinos primero pastan, y luego dan. Pasan frío y calor según toque, y se mojan a la intemperie. A las vacas nunca se les pregunta nada, tan solo se les ordena, vara en mano si hace falta, y se las ordeña sin más contemplaciones. Pese a su tamaño, son dóciles y asustadizas, y raramente se rebelan contra quien las maneja. A las que osan hacerlo, se les ata un cuerno a una pata para que no puedan ni correr ni cornear, hasta que vuelvan a la docilidad de sus compañeras de rebaño. Las vacas no piensan, no se informan, no contrastan, no opinan, no disienten. Las vacas no votan. De pensar algo, más bien poco, lo hacen todas igual, como cuando arrecia temporal y se ponen de culo a la ventisca, o cuando diluvia y se meten todas debajo del mismo árbol. Tan solo es instinto animal, dirán algunos, pero para el caso… La vaquina es silenciosa, raramente le da por mugir. Algo muy grave tiene que pasar para que una vaca se queje; de hecho, si no les pones un cencerro, ni te enteras de que andan por ahí. A una inocente vaca la puedes engañar una y otra vez, no te va a pillar. Por todo esto, se sabe que la capacidad de aguante del animal es casi infinito, y la capacidad de someterle, también.
Pese a todo, nuestras vaquinas parecen felices, aunque no dejan de tener algunos problemas. Además de su esclavitud vitalicia, y del hecho de que nos dé por comérnoslas, ahora sus dueños, los ganaderos, están cabreados. No les salen las cuentas, y por ello no les queda otra que alzar la voz y protestar por sus condiciones de trabajo. Mucho esfuerzo, muchos madrugones, frío e inclemencias, para un rendimiento prácticamente nulo. Argumentan elevados costes y una disparada inflación como para que el litro de leche o el kilo de chuletas se los sigan pagando al mismo precio. A buen seguro tienen un montón de razones para quejarse, al igual que otros sectores, que se tambalean ante el desbarajuste económico al que se enfrentan. Cada vez son más, y más enfadados. Casi todos nosotros, sin importar cómo nos ganemos la vida, compramos leche y demás bienes de primera necesidad, con lo cual todas nuestras carteras se verán afectadas.
En todo caso, y pese a sus desgracias e incomodidades, a nuestras queridas reses patrias todavía les quedan consuelos. Ellas al menos tienen pastores que, a su manera, las cuidan. Hasta les ponen nombres cariñosos: 'Pinta', 'Careta', 'Carbonera', 'Roxa', 'Blanquita'… Además, a nuestras vaquinas, a diferencia de lo que nos sucede a nosotros, todavía no les han puesto a cuidar del rebaño a quienes quieren acabar con él. Ellas no tienen al matarife cuidando de su establo. Aún no les han colado por la puerta trasera de la cuadra a pastores separatistas para que las dirijan, les hagan sus cuentas y les aprueben sus presupuestos. A los que cuidan de ellas, les importa su rebaño; a los que nos cuidan a nosotros, al parecer, menos. Están de suerte nuestros queridos animalitos, tan solo tienen que comer hierba, y no otra cosa peor, que podría rimar con su preciado alimento. De todas formas, no parece justo meter a todos los 'indepes', indeseables pastores, en el mismo saco. Los unos tan sólo se muestran chulos, arrogantes, altivos y rufianes; pero los otros… Los otros son otro asunto bien distinto, y mucho más grave. Y demasiado reciente, real, y doloroso. Los protagonistas del miedo y la pólvora como estrategia, negociando y, de paso, dirigiendo el cotarro. Quién lo iba a decir. Aquí todo parece dar igual, ya no hay límites, ni líneas rojas, ni nada que se le parezca. ¿Se pensaba que el respeto y la decencia estarían siempre por encima de la ideología? Qué equivocados estábamos. De moral, ética, y demás minucias, ni hablamos, eso ya está superado. Cosas de otra época. Da la impresión de que aquí se puede hacer cualquier cosa, con tal de seguir en el poder. A este paso, acabarán apareciendo lucecitas rojas, y quizás no sean de Navidad. El día en que el pasto empiece a escasear, o cuando nos cansemos de tanto rumiar. Tolón-Tolón.
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