Verano y humo
El verano se ha ido apoderando de la ciudad. Escandelera acojonante de conciertos que no dejan de tocar hasta las tantas de la madrugada. Parados, ... precarios, ninis, caminantes de Santiago con macuto, agitadores, macizas con percings, rubios y morenas, turismo nacional. O sea, hombres y mujeres puestos en la parrilla de salida y en la de San Lorenzo. Delirio térmico que nos puede hacer pirómanos y hasta criminales como el personaje del 'Extranjero' de Camus. También dijo Cervantes que «en el verano ardiente está la cólera a punto». Echan humo los 'ocalitos' de San Andrés de los Tacones (ladera gijonesa del monte Areo). Y es que parece que el calor y las hogueras despiertan odios, humor colérico y belicista.
Caloría que trae moscas verdes y más indignados. Se cierra el Congreso, se cierra la Zarzuela, la Moncloa queda a media luz los dos. Se amortajan los muebles y el personal va de vacaciones; (salvo algunos viejos que quedarán medio abandonados).
Gijón se ha ido pues nivelando con la mar, y deja ver un erotismo de ropa interior tendida en las carnes al sol. También se ven más a las tristes solteronas rumbosas, a viuditas primorosas, para, acaso, establecer un romance que terminará cuando se acabe el verano.
Y La Escalerona, sobrecargada de escaleras, que tiene también algo de navío humano. Dama ilustre que invita a fantasear desde su balconada visiones más allá de la raya del horizonte. Y luego está eso del laicismo que el Ayuntamiento de Gijón desea implantar. Quiere decirse instaurar una nueva religión patriótica, con su liturgia de salvación colectiva. Uno más de los retos que la fe republicana, con su consejo de Pastoral roja, lanza a la fe religiosa. Y es que el Estado laicista (que no laico, porque esto es otra cosa) pretende decir su discurso sobre el cuerpo y su bienestar, y también sobre el alma de los ciudadanos. Y persigue decirlo con toda autoridad, así en la tierra como en el cielo.
Pero dejémonos de filosofías y pensemos que el verano gijones (una de las ciudades preferidas por los españoles para cambiar de residencia) puede ser un astillero donde reparar alguno de los estropicios de la vida, de la enfermedad, la tristeza o la incertidumbre que a muchos embarga. Unos ejercicios que relajen el espíritu; un cambio de piel; una segunda oportunidad; caminar un buen rato descalzo por la orilla de la mar; leer un buen libro; sombra de tilo o de nogal; rajas de sandía fresca. He ahí un buen programa que nos puede ayudar mucho.
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