Qué solos se quedan los muertos
Se murieron un domingo de elecciones. Se murieron cuando todos pensaban en colores como si de un día de juegos se tratara. No hay condenas, afección, tristeza o malestar. No hay lágrimas ni rabia. ¿Dónde quedaron todos esos sentimientos? ¿Acaso las urnas se los llevaron con ellas?
Despertaba el día,/ y, a su albor primero,/ con sus mil rüidos/ despertaba el pueblo./ Ante aquel contraste/ de vida y misterio,/ de luz y ... tinieblas,/ yo pensé un momento:/ ¡Dios mío, qué solos/ se quedan los muertos!» Esta es una de las estrofas de la Rima LXXIII de Bécquer. Rima a la que llevo dándole vueltas desde las elecciones del pasado domingo. Qué solos, sí. Qué solos se quedan algunos muertos.
Ocupados en discursos, arengas, papeletas, resultados, pactos, dimes y diretes, no son las elecciones un buen momento para morirse. Apenas ocuparás media página en el periódico; apenas unos minutos en el informativo de radio o televisión; apenas... Qué triste y qué solos. ¿Desde cuándo nos hemos vuelto tan cínicos? El muerto me importa, lo admiraba, es importante por lo que hizo y fue. Por lo conseguido y por su legado, pero hoy no. Oh, no. Hoy estamos a otras cosas que creemos más transcendentales. Incluso aquellos que suelen usar la muerte como complemento para obtener repercusión mediática, económica o de cualquier otro tipo, se olvidan de los muertos en estas fechas. «De un reloj se oía/ compasado el péndulo,/ y de algunos cirios/ el chisporroteo./ Tan medroso y triste,/ tan oscuro y yerto/ todo se encontraba/ que pensé un momento:/ ¡Dios mío, qué solos/ se quedan los muertos!».
Qué solos se quedan y qué ingrata es la política que se guía en exclusiva por el presente más inmediato, sin pasado y sin fututo. El primero quizá lo haya olvidado y el segundo, quién sabe. Tal vez el segundo, en realidad, no le interese tanto como nos vende porque solo le afecta el hoy. Solo. Nada más. Y no suelo yo ser partidaria de sacar rédito de los muertos, sean estos del tipo que sean, pues me resulta mezquino, necroeconomía barata y cruel, me produce verdadera aversión, pero la soledad y el olvido...
La soledad reducida a un tuit no es, no, no lo es, el lugar adecuado donde deben reposar las condolencias por el que deja un gran legado o por aquel otro al que le han segado la vida demasiado pronto. Tampoco por quien decidió que este mundo no era su mundo. Pero, fueran quienes fueran -famosos o anónimos, mujeres, hombres o niños, viejos o jóvenes-, se murieron un domingo de elecciones. Se murieron cuando todos pensaban en colores como si de un día de juegos se tratara. No hay condenas, afección, tristeza o malestar. No hay lágrimas ni rabia. ¿Dónde quedaron todos esos sentimientos? ¿Acaso las urnas se los llevaron con ellas?
Los muertos no votan. Lo muertos se olvidan. En estos tiempos los muertos sólo sirven si te dan un buen puñado de clics, de seguidores, una buena cuota de audiencia y de suscriptores. Para eso valen los muertos. Algunos, durante las eternas campañas, pueden ser usados, usar y tirar, con intención de obtener votos, pero son muertos viejos, demasiado pasados. Muertos que no terminan de encajar en el hoy, pues el hoy es distraído, así que pronto se olvidan de ellos, como se olvidan de los muertos que se mueren en un día de elecciones. Qué solos.
«¿Vuelve el polvo al polvo?/ ¿Vuela el alma al cielo?/ ¿Todo es sin espíritu,/ podredumbre y cieno?/ No sé; pero hay algo/ que explicar no puedo,/ algo que repugna/ aunque es fuerza hacerlo,/ el dejar tan tristes,/ tan solos los muertos».
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