El vestíbulo del infierno
Políticos que no actúan a tiempo, líderes que no tienen la valentía de afrontar crisis con firmeza, instituciones que se quedan en la burocracia. De esta suerte, llega una parálisis que hace que los problemas se acumulen
El infierno es un concepto o un lugar que, en mayor o menor medida, está presente en todas las creencias. Incluso aquellos que se definen ... como ateos o agnósticos creen en él, aunque sea de un modo diferente, como metáfora por ejemplo. Un lugar o estado donde, tras la muerte, son martirizadas eternamente las almas de los pecadores. A lo largo de la historia, cada religión, cada cultura, ha definido el infierno a su manera. Para los griegos es el Hades, un lugar oscuro donde las almas vagan sin rumbo; en la mitología nórdica es el Helheim, el reino del frío, el hielo y la oscuridad. El cristianismo, por su parte, lo popularizó como un sitio de llamas eternas, de sufrimiento interminable, donde los pecadores reciben su merecido castigo. Esta visión quizá sea la más extendida y la que la mayoría imagina de forma inconsciente si oye hablar del infierno.
No obstante, de todas las representaciones que existen —las citadas sólo son una muestra, hay más—, la que más me fascina desde hace muchos años, desde que la descubrí por primera vez en la adolescencia, es la de Dante Alighieri. Su infierno es un lugar estructurado compuesto por nueve círculos, cada uno de ellos destinado a un tipo determinado de pecado y donde, ciertamente, gobierna una innegable justicia poética. Así, tenemos desde los lujuriosos del segundo círculo, castigados a ser arrastrados por impetuosos vientos sin fin contra el suelo y las paredes, hasta los traidores, en el noveno, congelados en un lago de hielo. Muy diferente esta imagen de las llamas eternas y el calor perpetuo. Dante narra un cuadro minucioso y a la vez feroz de los castigos que aguardan a los culpables. Si bien, de todo lo descrito por el florentino, lo que personalmente más me atrae no son tanto los círculos, como lo que uno encuentra antes de entrar en ellos: el vestíbulo del infierno.
Este vestíbulo es un espacio reservado para los inútiles y los ineptos; para aquellos que en vida nunca hicieron nada con propósito. Personas que no cometieron grandes pecados, es verdad, pero que no tuvieron el coraje de actuar ni a favor ni en contra de nada. En este lugar las almas están condenadas a correr eternamente detrás de una bandera que nunca alcanzan, mientras son perseguidas por insectos que les pican y les chupan la sangre. Un castigo simbólico para quienes, por su falta de acción y valentía, fueron irrelevantes en la vida.
La inacción, ese no hacer nada, puede ser incluso más dañino que cometer un error
En estos días pienso, y mucho, en ese vestíbulo del infierno de Dante, porque tengo la sensación de que tal y como va el mundo se va a quedar pequeño. La inoperancia, ineptitud y falta de acción no son ya algo anormal; al contrario, florecen con fuerza y se han convertido en una especie de epidemia. Vivimos rodeados de personas que prefieren no tomar decisiones, no asumir responsabilidades, no arriesgarse y con ello contribuyen a que las cosas empeoren. Políticos que no actúan a tiempo, líderes que no tienen la valentía de afrontar crisis con firmeza, instituciones que se quedan en la burocracia. De esta suerte, llega una parálisis que hace que los problemas se acumulen.
La inacción, ese no hacer nada, puede ser incluso más dañino que cometer un error al tomar decisiones, porque la pasividad tiene consecuencias. Cuando las cosas van mal, esa falta de acción puede llevar a un sufrimiento evitable. Es un fracaso moral que permite que las injusticias aumenten, las catástrofes se desarrollen sin oposición y que el mundo se desmorone sin ni siquiera una pobre tentativa de resistencia.
A medida que miro el estado de las cosas (y no sólo me refiero a lo sucedido en Valencia tras el desastre de la DANA; también a lo que ocurre en otros lugares del mundo), esa imagen de Dante se hace más nítida. Pienso en las palabras no dichas, los trabajos no acometidos y las oportunidades desperdiciadas, y entonces doy vueltas en mi cabeza, no lo puedo evitar, a la idea de que el vestíbulo del infierno va a necesitar una ampliación porque no sólo se nos juzga por lo malo que hacemos, también por el bien que dejamos de hacer.
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