La buena política y la reflexión de los políticos en soledad
Habría que abordar cuestiones tales como si los políticos de la Nación se dejan llevar por el barro humano en el desarrollo de sus funciones
En este mundo que nos ha tocado vivir, en que se junta la ignorancia y la sabiduría, la mentira y la verdad y la tristeza ... y la alegría, existen personas que temen estar de vez en cuando solas para «investigarse a sí mismos». El mal es viejo. Ya en el siglo XVII consideraba el poeta inglés Abrahn Cowley que le resultaba fantástico y contradictorio que, «amándose los hombres a sí mismos sobre todas las cosas, no puedan estar solos consigo mismos». Miguel de Montaigne, en el siglo XVI, en sus 'Ensayos', recuerda a los políticos de su tiempo que deberían disponer siempre de una 'trastienda' «que les permitiera disfrutar de un mundo sólo para ellos y plegarse a sí mismos», y cómo no, nuestro Jovellanos, en el siglo XVIII, en su 'Memoria sobre la educación pública', se manifestó en términos análogos, señalando que «el estudio de nosotros mismos se elevará no sólo a la verdadera virtud, sino también a las modificaciones que se refieran a la conducta pública y privada».
Si los políticos supieran utilizar aquella 'trastienda' siempre que tuvieran que tomar una decisión sobre su forma de actuar, que como tales les correspondiese, el ambiente del país cambiaría y la alegría y la paz aparecerían. Desafortunadamente estamos muy lejos de poder decir con Fray Luis de León «vivir quiero conmigo, a solas sin testigo…». Sin embargo se multiplican cada día más los deseos de gloria, la ambición y el deseo de escalar a lo más alto del cocotero de los puestos políticos, sin pensar ni sopesar todo esto en la 'trastienda', logrando así que en ciertas decisiones no sólo prevalezca una ideología berroqueña, sino la razón y la conciencia de cada uno, adoptando el llamado punto de vista de Sirius, que equivale a dar siempre preferencia a la objetividad a y a la imparcialidad desterrando el interés personal y dando plena entrada al interés general, sin olvidar tampoco aquellas palabras con las que comienza la 'Metafísica de las Costumbres' de Kant: «Ni en el mundo, ni en general fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo la buena voluntad», algo que más de una vez se echa de menos en el ajetreo político.
Por supuesto que para realizar una política del buen sentido será necesario que exista una formación en gobernantes y gobernados, que permita actuar con la razón y que sepa quitar el miedo a estar solos en la 'trastienda'. No se trata de hacer unos 'ejercicios espirituales' –aunque tal vez algunos los necesiten–, sino que se reducirá a practicar ejercicios éticos e intelectuales. Pierre Hadot, historiador de la Antigüedad, dijo una vez a este propósito: «El ejercicio de la política democrática, tal como debía ser llevada a cabo, tendría que corresponder a una a una actitud de objetividad, tanto en el político como en el sabio».
Pero, ¿qué es lo que se ha de pensar en aquella 'trastienda', por el hombre político? Muchas cuestiones serán las que deberán ser abordadas, algunas de las cuales citaremos a continuación: Si lo que un día se prometió no se cumplió; si la mentira se prefiere a la verdad, utilizando aquella como arma apropiada; si se pintan de rosa situaciones por las que la Nación pasa, en que superabunda lo negro; si para defenderse de errores o manifiestas corrupciones se acude al ya bien conocido 'y tú más', dirigido al partido contrario, que también hace lo mismo cuando le toca; si se respeta claramente la división de poderes; si para los puestos eminentes del Gobierno se tiene más en cuenta la conveniencia de los encargados de nombrarles que una real adaptación y formación para desempeñarlos; si se hacen pinitos sociales y económicos que dejan un tufillo marxista, y, en fin, si los políticos de la Nación se dejan llevar por el barro humano en el desarrollo de sus funciones.
Con esta manera de desarrollar la política no sólo se llegará a purificarla, sino que además se perderá el miedo a usar la 'trastienda' en el momento en que se tenga que decidir la mejor forma de actuar, para que el pueblo soberano pueda ser más feliz.
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