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Una verdadera democracia nunca olvidará al escritor, aristócrata y politólogo francés Montesquieu que, principalmente en su obra 'El espíritu de las leyes', nos dio a ... conocer en los tiempos modernos el principio de división de poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, entre otras muchas cosas, a que haremos referencia, que iban a permitir un justo equilibrio político y a la vez liberarnos de los gobiernos despóticos para conseguir que gobiernen las leyes y no los hombres.
Volviendo a leer, pasados ya muchos años, a Montesquieu y tres de sus obras más conocidas, las 'Cartas persas', 'La grandeza y decadencia de los romanos' y 'El espíritu de las leyes', se puede observar una progresiva política que le llevó a darnos la clave, aunque no la única, que puede resultar útil para mejorar algo de lo que vemos en la época en que vivimos.
Comenzando, por tanto, con las 'Cartas persas', traducidas a un purísimo castellano por el inquieto y revolvedor Abate Marchena, veremos cómo el ansia de libertad del autor francés, que escaseaba en la Europa que vivió, le hizo decir que a la larga no bastará con la división de poderes si no se adoptan conductas ajustadas a unos adecuados niveles de moral ética y política, cuya falta desluciría la brillantez de la democracia. Cuando se ven, a manera de ejemplo, las referencias que hace a las condiciones que los ministros deben reunir, nos dice lo siguiente: «El alma de un gran ministro es la buena fe». Y más tarde, con rotundidad llamativa, señala: «Sí, me atrevo a decir, no es el mayor mal que puede hacer un ministro sin probidad el no servir a su gobierno y arruinar al pueblo; otro mil veces, a mi entender, más grave es el mal ejemplo que da». Y lo anterior le hace preguntarse: «¿Qué delito mayor que el que un ministro comete, estragando la moral de una nación entera, avillanando los ánimos generosos, empañando el brillo de las dignidades, oscureciendo la propia virtud y mancillándola más ilustre prosapia, con el universal desprecio? ¿Qué dirá la generación naciente, cuando con el hierro de sus abuelos coteje el oro a quien ha debido el ser?». Cuando se leen estas palabras no se puede por menos que tener a Montesquieu, como un auténtico adivino, que anunció algunas cosas que, a la larga íbamos a ver.
En la 'Grandeza y decadencia de los romanos' se vuelve a insistir en que los gobernantes deben ser un modelo para el pueblo: «Hay malos ejemplos que son peores que los crímenes y más Estados han perecido por haber violado las costumbres, que por haber violado las leyes».
Y, en fin, en 'El espíritu de las leyes', nos encontramos ya con un torrente de consideraciones referidas a lo que siempre se debe evitar, escribió: «Me sentiría el más feliz de los mortales si pudiera hacer que los hombres se curasen de sus prejuicios, y llamo prejuicios no lo que hace que se olviden ciertas cosas, sino lo que hace que nos ignoremos a nosotros mismos». Día tras día, contemplamos en el transcurso de la vida política que la buena forma de pensar se sustituye por una serie de prejuicios, que impiden actuar conforme a lo que el fondo de nuestra alma nos aconseja.
Arremete el politólogo francés contra los que piensan que «no hay nada justo e injusto más que lo que ordenan y defienden las leyes positivas, que es tanto como creer que antes de trazar un círculo no todos sus radios son iguales». Y a este propósito hace una enumeración, que es totalmente actual, de los vicios que acosan a alguno de nuestros políticos: «La ambición en la ociosidad, la bajeza en el orgullo, el deseo de enriquecerse sin trabajar, la aversión hacia la verdad y el incumplimiento de lo que se promete… La mayor parte de las figuras principales de los Estados son poco honestos y los que ocupan un lugar inferior suelen ser gentes de bien; los primeros engañan, y los segundos aceptan por ser unos inocentes».
Después de volver a leer las palabras de Montesquieu, al menos recobramos la esperanza –dado que el Catecismo del Padre Astete que aprendimos de memoria en nuestra niñez está de capa caída– de que un día cesarán los soponcios que nos llevamos al conocer las cosas que pasan en España y, por supuesto, también en todo el mundo.
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