Vocecitas
Ese lacónico susurro parece estar saliendo de las cuñas publicitarias y se ha puesto de moda entre los políticos
No sé si les pasará a ustedes lo mismo, el caso es que a mí me desquicia un poco, me mosquea cuando es ya demasiado ... tarde y he tenido que escucharlo porque no me ha dado tiempo a taparme los oídos, o a cambiar el dial de la radio. Me refiero a la moda marketiniana de enviarnos mensajes con vocecitas, esos lacónicos susurros con los que, abusando de nuestra presunta inocencia, nos intentan vender algo que muchas veces suena a moto sin ruedas, premeditado chollo, o monumental milonga. Como quien cuenta un cuento a un adormilado bebé antes de caer rendido en la cama, esas pausadas y lánguidas voces parecen querer amodorrarte para, al descuido, colocarte un seguro, enjaretarte una hipoteca, o acongojarte con unos intrusos que irrumpen en tu casa y, de ese modo, instalarte una alarma.
Es esta una de las recurrentes estrategias en nuestro marketing moderno para tratar de comernos el coco, y endosarnos productos y servicios de toda índole, tanto si los necesitamos como si no. Ese embelesador susurrito, que en un primer momento pudo resultar hasta original por lo novedoso de la técnica, se ha ido poniendo en boga hasta llegar al punto en que uno no sabe si está escuchando la radio, o está en el diván de un psiquiatra que quiere sacarte el alien que llevas metido en el pecho, en un intento de que alances un nirvana sensorial absoluto mientras te planchas una camisa. Aquel maravilloso colegio para el crío, la residencia soñada para nuestros mayores, donde los van a atender con un cariño y atención conmovedores, el viaje de nuestra vida... El caso es obnubilar al personal con la vocecita de alguien que no sabes si es que lleva tres días sin dormir, que tiene un colocón de campeonato o que se acaba de despertar de una profunda siesta.
Hubo un tiempo en el que nos mofábamos del vozarrón del tipo del No-Do, con aquel tono enérgico, prácticamente a toque de corneta, con el que informaba y alarmaba al mismo tiempo, contándote que el generalísimo había inaugurado un pantano. A algunos no les sonará esto de nada, pero todos los que recuerden quiénes eran Gaby, Fofó y Miliki en blanco y negro (los 'itos' vinieron mucho después) sí que lo saben bien. Si ibas al cine, daba igual la peli, te tenías que tragar aquel No-Do grabado en plan 'Bienvenido Mister Marshall', antes de pasar a ver lo que realmente te llevaba a la butaca. Más adelante se pusieron de moda las voces de tipos duros, los que doblaban a actores como Bruce Willis o a Clint Eastwood. Esos se hicieron de oro vendiendo de todo, o por lo menos trabajaron mucho, que lo de ganar pasta ya es otra cosa. Mezclaban humor con agallas, dulzura con mala leche, y la cosa les quedaba muy bien. 'Hay que ser un tipo muy duro para afeitarse con tal maquinilla', te decían apretando los labios. El caso era que, te compraras el chisme o no, el anuncio tenía su gracia. En otra oleada publicitaria se puso de moda la voz de un chaval muy sobrado que nos colocó cupones millonarios, lotería y quinielas por un tubo. Un presunto zángano que no pegaba un palo al agua, pero se compraba yates y mansiones, bostezando mientras gastaba como un jeque. Un tipejo que pasaba de todo, pero que se transformaba, a golpe de sorteo, de mangante en magnate. Ese también tenía un puntito, aunque de tanto oírlo, cansaba, y apetecía agarrarlo por los hombros y darle un meneo.
La cosa es que en este ambiente híper hedonista en el que vivimos ahora, la vocecita adormilada parece encontrarse como pez en el agua. Tanto, que parece estar saliendo de las cuñas publicitarias y empieza a ponerse de moda entre los políticos. De hecho, el que gritaba hace bien poco el famoso 'no es no' lleno de energía, ahora nos baja el tono y, en un prolongado mohín, nos susurra cooperación, concordia, visión de estado, arrimar el hombro y esas cosas tan finas. Las mismas trolas, pero ahora en una versión mucho más 'soft', arqueando las cejas cuan inocente corderito. Un ensayado 'yo no fui, fue otro' publicitario, con sedación por vía auditiva dirigida a la peña a ver si cuela.
Tan sólo una sola cosa les pido a los gurús de este buenismo estratégico y opiácea persuasión: antes denme vozarrones que susurros todo el rato. Huimos como de la peste del modelo enérgico o voluntarioso; de la voz de Terminator cuando decía «volveré» y de la del Coronel Trautman en Rambo, ni hablamos. Qué pereza. El 'speaker' en blanco y negro no se comería ahora una rosca, telarañas le saldrían en la cola del paro con esa voz de ultratumba. Les sugiero que si quieren vender una alarma, metan miedo con un chirrido o un portazo. Si hay que firmar una hipoteca, que expliquen clarito el tipo de interés y la letra pequeña, y no pongan a una parejita retozando en un sofá, contando lo felices que están de empufarse de por vida. Genios del consumismo, dejen de tratarnos como si fuéramos bobos, y háblennos despacito. Alto, claro, y con buena letra. Como nos pedían antes los 'profes', o como en el No-Do.
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