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El día grande de San Mateo en Oviedo triunfa: «Venimos todos los años, con sol o con agua, es una tradición»
Ovetenses y visitantes disfrutan en el Campo del bollo y los más previsores cogieron mesa «antes del diluvio, de aquí no nos mueven ni con grúa»
Las primeras horas de la mañana habían prometido un día espléndido. El cielo parecía contenerse, permitiendo que una marea de ovetenses y visitantes se asentara en el Campo San Francisco. Con cada minuto que pasaba, las mesas portátiles se llenaban, los manteles de cuadros se desplegaban con entusiasmo y el inconfundible aroma a chorizo, sidra y vino comenzaba a impregnar el ambiente, sembrando la esperanza de disfrutar de un día grande de San Mateo.
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Sin embargo, el pronóstico se cumplió con una precisión milimétrica que rozó lo irónico: a diez minutos de las dos de la tarde, justo cuando la mayoría de los comensales se disponían a dar el primer bocado a su bollo preñao, la lluvia irrumpió con fuerza obligando a todos a buscar refugio de forma improvisada. «¡Llevamos aquí toda la mañana con el bollu esperando y mira ahora la lluvia! Pero ¿sabes qué? Es parte de la aventura. ¡Esto es San Mateo con sol o con lluvia!», exclamaba entre risas María Antonia Suárez, mientras ella y sus amigas Bárbara y Martina Melitón se apiñaban bajo un paraguas compartido, protegiendo sus preciados bollos como auténticos tesoros. Pronto encontraron refugio en una mesa. «Venimos todos los años, con sol, con viento o con agua. Esto es una tradición familiar que nos pasa de generación en generación, y nada ni nadie nos va a quitar las ganas de disfrutar del día», decían.
La previsión fue clave para algunos, como la familia Villanueva, que había tenido la astucia de adelantar su festín y encontró un cobijo providencial bajo las densas copas de un viejo árbol, a salvo de las primeras y más intensas lloviznas caían sobre Oviedo. «Siempre venimos un poco antes por si acaso, y hoy va a ser buena decisión, ¡quién lo diría!», auguraba Celestino Villanueva, el sabio patriarca de la familia, con una pizca de orgullo en su voz. Su intuición, a tenor de lo que aconteció después, fue de oro.
Otros, pillados completamente por sorpresa por el aguacero, mostraron una admirable capacidad de adaptación y resiliencia. «¡Cogimos mesa de milagro justo antes de que cayera el diluvio! Menos mal que llegamos con tiempo, que si no...», afirmaba Ana Fernández, mientras su marido Juan Carlos Díaz destapaba con un sonoro y liberador ¡pop! una botella de vino, un gesto que parecía ahuyentar las nubes. «Ahora sí que de aquí no nos mueven ni con grúa. ¡Con vino y buena compañía, la lluvia hasta mejora el ambiente», añadía Juan Carlos Díaz, levantando su vaso en un brindis que irradiaba optimismo y camaradería.
En otra mesa, Berta Miranda, Laura Ansolena y Maribel Pontiga se cubrían con una sombrilla de playa que, aunque modesta, cumplía su función con dignidad. Compartían anécdotas y risas, ajenas al fresco. «Venimos todos los años, haga lo que haga el tiempo, y este año, aunque llueva, aquí estamos, fieles a la tradición y con más ganas que nunca», explicaba Berta Miranda. Laura, mientras ofrecía un trozo de empanada de atún, añadía con una sonrisa: «Es el día que nos vemos, que nos ponemos al día mientras comemos el bollu, la empanada y la tortilla. Es nuestro pequeño ritual, y la lluvia no lo va a estropear».
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Bajo una carpa más grande y bien resguardada, se reunían 'Las chicas del paseo', como ellas mismas se denominan con orgullo, un grupo de amigas que ha convertido el día de San Mateo en su particular y sagrada reunión anual. «Este es nuestro día sagrado. La lluvia es solo una anécdota que contaremos el año que viene. Nosotras venimos a comer el bollu, a reír a carcajadas y a celebrar nuestra amistad», confesaba Carmen García. Elena Pérez, otra integrante del grupo, comentaba: «Es que la lluvia le da un toque diferente, incluso más auténtico, ¿no crees? Es el espíritu asturiano. No recuerdo un San Mateo que no lloviera».
Los más jóvenes como Miguel Rivas y Lucía Castro, estudiantes universitarios, compartían bollos de chorizo bajo un paraguas. «La lluvia es solo una excusa para arrimarse más». La estampa del Campo San Francisco se transformó en un pintoresco panorama de paraguas, chubasqueros improvisados y bollos de chorizo pasados por agua.
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