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Urgente «Cuando llegué abajo y vi las llamas, se me vino el mundo encima»
El Rey Juan Carlos charlando animadamente con Adolfo Suárez.
Un año sin Adolfo Suárez, el hombre de las dos transiciones

Un año sin Adolfo Suárez, el hombre de las dos transiciones

Desde su muerte se vivió el relevo en la Corona y la irrupción de Podemos, y los partidos comienzan a hablar con naturalidad de una posible reforma constitucional

OCTAVIO VILLA

Lunes, 23 de marzo 2015, 13:39

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El 23 de marzo de 2014, dos días después del cuestionado anuncio por parte de su hijo del inminente desenlace, una enfermedad neurológica degenerativa se llevó a uno de los dos principales protagonistas de la Transición Española, el expresidente del Gobierno Adolfo Suárez González.

ADOLFO SUÁREZ

  • Personal. Nació en Cebreros (Ávila) el 25 de septiembre de 1932. Falleció en Madrid el 23 de marzo de 2014 (81 años).

  • Hasta 1975. Fue procurador en Cortes en 1967 y gobernador civil de Segovia en 1968. En 1969 es designado director general de Radio Televisión Española, hasta 1973. En diciembre de 1975 entra en el primer Gobierno de Arias Navarro como ministro secretario general del Movimiento.

  • Democracia. En julio de 1976, Juan Carlos I le encarga formar el segundo Gobierno de su reinado. Hizo un gran esfuerzo por hacer posible la cohabitación política, con la legalización del PCE como hito más destacado. El 15 de junio de 1977 ganó las primeras elecciones generales tras la dictadura. El 3 de marzo de 1979 volvía a ganar, para formar su tercer y último Gobierno. El 29 de enero de 1981 dimitió. Después creó el CDS, en el que abandonó la política activa en 1991.

La carga simbólica de su deceso vino acompañada de una serie de acontecimientos que, de forma más o menos nebulosa, presagian la llegada de una nueva fase en el desarrollo de una aún joven democracia, la española, que afronta posibles cambios por evolución que no hace tantos años se habrían considerado imposibles. Comenzaba la pasada primavera y en el horizonte se percibían los nubarrones del proceso soberanista catalán, con un Artur Mas que se atrevía ya no sólo a decir en alto la palabra 'independencia' sino también a propugnar medidas políticas, más o menos cosméticas, que lo que innegablemente lograron fue situar el debate sobre la ruptura entre Cataluña y el resto de España dentro de lo posible, por remotamente que sea.

El siguiente cataclismo, presagiado desde las protestas del 15-M, se produjo en mayo. Las elecciones europeas hicieron cristalizar el proyecto de Podemos en unos resultados, traducidos en cinco eurodiputados, que resultaron ser un aldabonazo para unos y otros. Para los partidos clásicos, porque el aviso era patente: la indignación del pueblo llano tiene un límite, y los líderes de Podemos han sabido, cuando menos, canalizar esa indignación hacia sus propios fines. Para la izquierda alternativa, porque merced a esos resultados comenzó a creer que romper el esquema bipartidista desde dentro del sistema democrático es factible.

Y aún hay quienes piensan que esos resultados, con un cierto paralelismo con lo ocurrido en las municipales del 14 de abril de 1931, supusieron la gota que colmó el vaso para que Juan Carlos I de Borbón se decidiese a dar el paso que supuso el principal acontecimiento político de 2014 en España: su abdicación y la entronización de Felipe VI.

Todo ello también ha ido dando paso a un clima político en el que se empieza a hablar con cierta naturalidad, especialmente desde los partidos de izquierda, de la necesidad de afrontar una reforma constitucional para garantizar la pervivencia tanto del sistema democrático como de la unidad del Estado.

Con la renuncia del Rey y el fallecimiento de Suárez, como queda dicho, se iban los dos principales actores de la Transición. Bien es cierto que hacía ya mucho tiempo de que Adolfo Suárez, por mor de su enfermedad, se había retirado al ámbito estrictamente familiar. Su última intervención pública quedaba ya lejana. Fue en 2003, cuando acudió a un acto del PP en Albacete para apoyar la candidatura de su hijo Adolfo Suárez Illana a la Presidencia del Gobierno autonómico de Castilla-La Mancha.

Poco después, su propio hijo anunció que su padre sufría de Alzheimer, y Suárez se retiró a su ámbito más íntimo, sufriendo una degeneración cognitiva que le llevó a que en sus últimos años no recordaba quién había sido ni su relevancia en la historia de la política española, y quedaba limitado a las expresiones de afectividad en el seno de la familia y de algunos amigos. Entre éstos últimos, el propio Juan Carlos I.

Habilidad y visión de futuro

Si algo caracterizó a Suárez durante toda su vida política, eso fue su carisma y su capacidad estratégica, ambos supeditados a una inquebrantable idea de unidad de España y una vocación de superación de las diferencias entre los españoles, aún muy abiertas en los años setenta por el recuerdo de la entonces aún bastante cercana guerra civil y por la dictadura posterior.

En su discurso de dimisión, Suárez dejó un resumen perfecto de lo que había sido su ejecutoria desde que Juan Carlos I le encarga, en julio de 1976, la formación del segundo Ejecutivo de la etapa postfranquista: «No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España». A ello dedicó buena parte de sus esfuerzos entre 1976 y 1981, la etapa clave de la Transición. Esfuerzos que le valieron, a partes casi iguales, la admiración y el rencor en toda la extensión del arco político. Especialmente, cuando como presidente del Gobierno predemocrático supo vencer las reticencias de quienes se oponían a la legalización del Partido Comunista de España, que se concretó el 9 de abril de 1977.

¿Había virado hacia la izquierda el antiguo ministro secretario general del Movimiento franquista? El entonces secretario general del PCE y figura icónica de la izquierda española durante todo el franquismo, el gijonés Santiago Carrillo, lo expresó con clarividencia ese mismo día: «Yo no creo que el presidente Suárez sea un amigo de los comunistas. Le considero más bien un anticomunista, pero un anticomunista inteligente que ha comprendido que las ideas no se destruyen con represión e ilegalizaciones. Y que está dispuesto a enfrentar a las nuestras las suyas. Bien, ese es el terreno en el que deben dirimirse las divergencias. Y que el pueblo, con su voto, decida».

El pueblo, con su voto ya sin constricciones legales, pudo decidir libremente, sin ver limitadas sus opciones. Y dio dos victorias consecutivas en las urnas a Suárez, en 1977 y en 1979. Pero en la valiente decisión del presidente del Gobierno de hacer posible una democracia realmente representativa también se encontraban las semillas de la progresiva descomposición interna de su propio partido, la Unión de Centro Democrático. Finalmente, eso le llevó a sus horas más bajas, con la dimisión, el 29 de enero de 1981, menos de un mes antes del golpe de Estado del 23 de febrero. Pero las raíces de la reinstauración democrática estaban ya bien fijadas, en muy buena medida gracias a Adolfo Suárez.

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