Borrar
Gelu García, en el chigre El Furacu, en el céntrico carrer de Girona. SERGIO ROS
Barcelona, la otra patria querida

Barcelona, la otra patria querida

Asturianos afincados y arraigados en Cataluña reflexionan con inquietud sobre su tierra de origen y la de adopción

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 8 de octubre 2017, 04:16

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Han pasado dos días desde la huelga general del martes 3 de octubre, y en apariencia en Barcelona ya no ocurre nada fuera de lo corriente: las calles están a rebosar y los comercios exudan vida. Hace calor. Pero justo antes de aterrizar en El Prat se ve a la derecha el puerto y, saludando al recién llegado, el famoso barco de Piolín flanqueado de furgones de la Policía Nacional. Aquí y allá cuelgan esteladas y carteles de Òmnium Cultural, el brazo propagandístico de la secesión; en muchos pasos de peatones y aceras está escrito con spray un enorme «Sí» y en el centro, en torno a la Plaça Catalunya o a la Generalitat o a la Diagonal, abundan cámaras de televisión y fotógrafos, y alguna mirada suspicaz.

Por allí tienen un restaurante asturiano Susana Sánchez-Monge y Pablo Amado, pontevedresa y ovetense. Aquí los trajo hace cuatro años la casualidad y un negocio que resultó no ser tal. «Ya que estábamos aquí», explica ella, «nos buscamos la vida». Montaron un primer establecimiento y hace dos años se mudaron a este, que está integrado con un hotel céntrico.

Es un día de semana sin más, un jueves: tienen de menú del día fabada y escalopines, y sidra. Hay algunos grupos de oficinistas, unas cuantas parejas y una cuadrilla de amigos comiendo. Y, en efecto, parece que nada anormal está ocurriendo, pero a poco que se preste atención se descubre que aquellos seis compañeros de trabajo están comentando el inminente cambio de sede del Banco Sabadell; que los otros cuatro de la mesa contigua hablan de lo legal e ilegal de lo ocurrido el domingo pasado y que los cuatro jóvenes analizan, en catalán, las cargas policiales con gestos elocuentes.

«El problema», opina Amado, «es que te encasillan. Eso hace que en las conversaciones se corten mucho, que solo hablen del tema en confianza, y hemos llegado al punto en que para cierta gente es obligatorio que tomes partido. No es que sean muchos; es que están muy movilizados.»

Están justo al lado de una sede de Esquerra Republicana de Catalunya que luce dos tomatazos de pintura roja en la persiana. A veces van a comer, pero «se niegan a que los atiendan en español». El martes, explican, hubo piquetes, aunque a ellos no les afectaron. Sí a una agencia inmobiliaria vecina, a la que le estamparon unos huevos, y a una farmacia a la que le rompieron la luna; no a los bares chinos o a los supermercados paquistaníes que trufan la ciudad. «A ellos los dejan al margen».

Clientes de una bocatería en el centro de Barcelona esta semana.
Clientes de una bocatería en el centro de Barcelona esta semana. EFE

-¿Da miedo?

-Preocupa. Pero miedo no, nosotros no tenemos miedo -asevera Amado-. Nuestro cliente sabe a dónde viene.

Ellos no exhiben la bandera española, pero sí la asturiana. Puntualizan que en el cotidiano reina la normalidad y que «lo noticioso es lo malo» de todo cuanto está ocurriendo, pero no así «lo bueno» o incluso lo anodino, lo rutinario que se respira en las calles.

Eso explica que fuera de Cataluña cunda una imagen de gravedad algo deformada por una cobertura extraordinaria: el mismo jueves se iba a consumar la salida del Banco Sabadell de Barcelona, y a pesar de los perpetuos comentarios, del runrún, ni esa tarde ni esa noche de luna llena se pudo percibir en la sede de Diagonal 407B que ocurriese nada particular. En un concurrido bar a la vuelta de la esquina, la vida discurría como siempre. Con un ojo en el móvil y el otro en el periódico del día, pero como siempre.

Un centro asturiano y catalán

De una panadería de Grácia salen dos mujeres hablando de los antidisturbios con la merienda en la mano, un joven comenta al móvil que «Rajoy està tancat en banda», Rajoy está cerrado en banda, y la puerta del colegio aledaño está cubierta de dibujos infantiles con lemas como «Units fem força», unidos somos la fuerza.

Este paisaje de esteladas y carteles pidiendo el «sí» se va «españolizando» a medida que se sube hacia el distrito de Sarriá. De pronto, abundan más los palacetes, clínicas y consulados, y es viernes y baja por la Via Augusta una pequeña manifestación preñada de banderas de España, cortando dos carriles. «Con un par», aplauden una pareja de chavales envueltos en la rojigualda, mientras que los fotografían con el móvil.

Un poco más allá se están preparando las fiestas del barrio, y más allá todavía, lindando con el parque de Joan Reventós, lleva establecida desde 1982 la sede del Centro Asturiano de Barcelona. Recibe al visitante un equipamiento enorme, con un gran edificio central y dos pistas de fútbol perfectamente concurridas, un bar y una terraza. Allí atiende Enrique Delgado, un ingeniero industrial y máster en administración de empresas jubilado, que desde 2004 está al frente de la entidad.

Javier López Font, asturiano nacido en Barcelona.
Javier López Font, asturiano nacido en Barcelona. SERGIO ROS

-¿Cuántos asturianos hay aquí ahora mismo?

-Cero -explica el presidente, seguro y sin apenas mirar alrededor.

Hace años que han apostado «por la apertura», de modo que acumulan y aglutinan a los asturianos de la ciudad, pero también se han preocupado de atraer a vecinos, viandantes y visitantes ocasionales.

Maneja un presupuesto de en torno a 175.000 euros anuales. Tienen unos 500 socios que abonan una cuota de 130 euros al año «y disfrutan a cambio del equivalente a 400», expresa contento.

Delgado tiene 65 años y marchó de Asturias a los seis. Exhibe orgullo y arraigo, pero también un acento catalán que se entrevera con la tierrina. «No sabemos cuántos asturianos hay en Barcelona», dice, «ni lo podemos saber por una cuestión de protección de datos.» Poco importa porque, como repasa, el Centro Asturiano de Barcelona está muy integrado en el barrio, al que para las fiestas le ha cedido instalaciones, «y no deja de ser una entidad catalana», es decir, cuenta con sorna, «de llamarse Centro Catalán de Sarriá tendríamos diez veces más socios».

Delgado plantea que esta es una cuestión de enfoque, y que tanto sirve para entender Cataluña como para explicar el proceso independentista: «El asturiano en Madrid arraiga porque allí no hay una cultura propia, y puede desarrollar la suya. Aquí, sin embargo, los asturianos compiten con la cultura catalana. Y el catalán la defiende, está orgulloso. Es muy fuerte.»

Enrique Delgado, en elCentro Asturiano de Barcelona.
Enrique Delgado, en elCentro Asturiano de Barcelona. SERGIO ROS

Cuestión de carácter

Hay un rasgo que se repite a la hora de de completar el perfil de la ciudad que traza: «Tranquilo.» Eso explica la normalidad que, caceroladas o manifestaciones puntuales aparte, se respira en la ciudad. Y también explica algo más: la percepción del conflicto independentista fuera de Cataluña, como reflexiona Javier López Font. Hay una parte «que no es política: es de carácter».

Tiene 35 años y es barcelonés de nacimiento. Hijo de padre de Mieres y de madre catalana; él está casado con una joven de Vegadeo. Ha crecido en Barcelona pero no ha perdido pie en Asturias, y por eso comienza por delinear que «aquí no existen las conversaciones de chigre. El catalán», prosigue, «no se relaciona como el asturiano, en los bares. No sale y habla con cualquiera, sino que tiene el hábito de moverse con su 'colla', su grupo de amigos, y no es frecuente que se relacione tan abiertamente con el desconocido».

De ahí que «puedan parecer cerrados, desconfiados, pero nada más lejos. Aunque sí hay», reconoce, «una prudencia entre la gente a la hora de hablar del tema».

Los hosteleros, Amado y Sánchez-Monge, observan por su lado que el debate está enquistado por otros motivos: «Por el debate de las razones. Nunca hay problema en disentir de un independentista convencido», dicen, «pero la cosa se complica cuando entran en juego los argumentos. Hay una diferencia evidente entre Asturias y Cataluña, y es que si el principal motivo para la independencia es que a la región le roban, los asturianos podríamos decir lo mismo... Es una imagen egoísta, si entramos en esa dinámica».

López Font, por su lado, está a punto de entrar a jugar el partido de los viernes con un nutrido grupo de amigos, de todo signo y condición. Él se limita a subrayar que «lo único que hay es una organización del 'Sí' que se viene cuajando desde hace diez, o veinte, años, que sorprende que no hayan visto venir.» Luego, recoge (con prudencia: solo resume un argumento conocido): «De lo que se habla para justificar la independencia es de reparar un agravio». A continuación, tuerce el gesto al recordar las cargas policiales del domingo anterior, y sentencia: «Por los acontecimientos, no, lo que está pasando no tiene precedentes. Esto no ha ocurrido nunca».

La semana después

Gelu García, 54 años, es de Gijón, pero lleva treinta en Barcelona, trabajando en la sidrería El Furacu. Chigre emblemático y atrezado a la usanza, García procura ser socarrón, pero desliza que «esto se hunde».

«Habíamos caído con la crisis», cuenta en referencia al bar, «y ahora que levantábamos, mira: la gente no sale», fuma a la entrada del establecimiento. «Se está yendo todo el mundo, y esto es un desastre». Su análsis no se adentra más allá del hecho: que es viernes a la hora del almuerzo y atiende un par de mesas.

Amado y Sánchez-Monge, por su lado, están expectantes ante lo que ocurra el martes y a que se sustancie el preaviso de huelga que existe para paralizar la región entre el 10 y el 16 de este mes. El martes pasado se quedaron sin suministros por el seguimiento que hicieron sus proveedores.

López-Font también espera, y Delgado. Nadie mira con seguridad al futuro (nadie sabe qué va a ocurrir, y las noticias se suceden a un ritmo vertiginoso), sino al pasado. López-Font, en concreto, insiste en la necesidad de «hablar». Y advierte que eso, hablar, es algo «que puede hacerse con cualquiera».

No obstante, Amado y Sánchez-Monge no pueden evitar la gran pregunta: ¿Hubieran venido de haber sabido lo que iba a ocurrir? «No».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios