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Una cruel y gran tragedia

Antonio Papell

Jueves, 17 de agosto 2017

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Los efluvios del 11 de marzo de 2004 sobrevolaron hoy de nuevo los aires pacíficos de este país con la saña y la arbitrariedad que hacen especialmente detestable el terrorismo: los paseantes que, pese al ardor canicular, transitaban por las entrañables Ramblas catalanas se vieron brutalmente arrollados hasta la muerte por la furia homicida de los fanáticos. La causa que defienden estos monstruos no prosperará, más bien al contrario, pero la horda se congratulará por haber estremecido a las muchedumbres que abrazan sus creencias sin agresividad, con la tranquilidad y la paz interior de que quien tiene dudas porque sabe que el otro puede tener razón.

Tras el 11-M, los dirigentes de las fuerzas de seguridad y de inteligencia españolas comenzaron una ardua tarea de organización de unos equipos antiterroristas que han conseguido éxitos notabilísimos, basados en la creciente y progresiva aceleración de lo que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado conocen como detenciones tempranas o "anticipativas": las personas procedentes de países árabes e islámicos que frecuentaban webs de Internet vinculadas a la yihad o al terrorismo de las distintas organizaciones (ISIS, Al Qaeda, etc.), o que mantenían reuniones frecuentes con congéneres sin un motivo conocido, o que hacían proselitismo de ideas radicales, han sido detenidas y, o bien presentadas a la Justicia, o bien expulsadas del país. La Policía Nacional, la Ertzaintza, los Mossos d'Esquadra, la Guardia Civil, el CNI y los especialistas en inteligencia del Ministerio de Defensa han desempeñado una labor magnífica, que se nutre de informaciones provenientes de infiltrados, confidentes, etc, que han rastreado mezquitas, lugares de reunión, zonas calientes que puedan convertirse en focos de irradiación de las ideas destructivas. El Código Penal se adaptó en 2010 y en 2015 para combatir mejor esta lacra e impedir subterfugios que facilitasen la impunidad.

Durante trece años, esta estrategia ha sido exitosa. En 2012 hubo 8 operaciones antiyihadistas, 13 en 2014, 36 en 2015, otras 36 en 2016… En los seis primeros meses de este año ya se habían practicado 27. Se han evitado sin duda muchas tragedias, pero todos sabíamos que no siempre es posible desactivar policialmente todas las amenazas. Al escribirse estas líneas, fuentes policiales sin confirmar mencionaban que se habían hallado pasaportes marroquíes en el lugar de los hechos… La paternidad islamista de la matanza no parece dudosa. De cualquier modo, es claro que estamos en presencia de crímenes alevosos, suscitados por falsos profetas que embaucan a los crédulos activistas (sin demasiado futuro personal, por otra parte), dispuestos a morir como mártires.

Es claro que este fanatismo, que lleva a los sayones a inmolarse, dificulta la lucha contra esta forma de terrorismo, ya que es mucho más fácil matar si el asesino no necesita asegurarse la retirada. Y el sistema del atropello a paseantes indiscriminados hace innecesario el uso de armas convencionales: cualquier vehículo se convierte en un artefacto mortal. El “invento” primigenio se estrenó hace poco más de un año, el 14 de julio de 2016, Fiesta Nacional de Francia, cuando el tunecino Mohamed Lahouaiej Bouhlel arrollaba con un camión a las personas que transitaban por el hermoso Paseo de los Ingleses de Niza atestado de gente, con un saldo macabro de 84 muertes. Desde entonces, ha habido atropellos mortales en Berlín, en Londres, en Estocolmo, en París… y en Barcelona.

Es la hora del duelo. Mientras las fuerzas de seguridad trabajan incansablemente para desentrañar lo ocurrido, aprender de ello y tratar de prevenir nuevos dislates, los ciudadanos de Occidente tenemos que superar el dolor y seguir plantando cara con valentía a estos iluminados que quieren humillarnos. No lo conseguirán: la libertad es tan poderosa que ya podemos arrogarnos la victoria por adelantado frente a la horda sin la menor vacilación.

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