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Vicenzo Pasquariello en el piano, Ann Masina y Joanna Dudley durante 'Tide Table'. MARIETA

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Un espectáculo de cine-concierto demuestra en el Teatro Palacio Valdés el poder de las creaciones de William Kentridge

F. DEL BUSTO

AVILÉS.

Jueves, 19 de octubre 2017, 03:02

El público asturiano descubrió en el Teatro Palacio Valdés las razones por las que mañana viernes el sudafricano William Kentridge recogerá el premio Princesa de Asturias de las Artes. Su universo propio, el poder de sus imágenes y la capacidad de evocación marcaron el original cine-concierto para piano y dos voces según el programa editado por la Fundación Princesa de Asturias.

En el escenario avilesino, el propio Kentridge agradeció el homenaje y presentó las dos partes del concierto, ambas con siete piezas de diferentes duración. La primera era una especie de breve antología de su obra más reciente, con creaciones desde 2003 a 2013, mientras la segunda ('Paper music suite') se compuso de manera específica para la cita de ayer en Avilés.

Kentridge explicó cómo en las piezas había reflexionado «sobre la influencia de lo que se escucha en lo que se ve, pero también de lo que se ve en los que se escucha». Un campo donde había experimentado con el apoyo del músico Philip Miller, al que elogió.

La proyección de los trabajos videográficos de Kentridge se reforzó con tres músicos sobre el escenario, si bien también asumían funciones de actuación según el video proyectado. Los límites entre un arte y otro se difuminaban para crear una pieza que solo se puede entender como una unidad y que obligaba a un papel cambiante de las tres personas sobre el escenario.

Así, Joanna Dudley pasaba de tocar el ukelele y cantar a balancearse al ritmo de los diapasones en 'Nubian-landscape'. Ann Masina demostraba una potencia vocal increíble por la amplitud de registros que iban desde el universo lírico a los ritmos tribales. Vincenzo Pasquariello pasaba de interpretar el piano a romper hojas sincronizando el ruido con las imágenes en 'Shards', de una manera tan perfecta que no se sabía si el ruido era de la película o creado en directo. La máxima expresión de la multidisciplinariedad: no solo en la creación, también en la ejecución ya que la obra artística era colectiva.

Y, sobre todo, el poder de las imágenes de Kentridge que se convertía en parte de la obra y aparecía en los propios videos, como un actor que hacía de él y, por lo tanto, podía convertir la proyección en una obra de ficción, pero también en un documental. Sugerencias, un impacto permanente de imágenes, bien de animación, bien reales, pero siempre en blanco y negro, recordando en más de una ocasión los grabados de Goya, y aprovechando todas las posibilidades técnicas.

El torrente visual también permitía comprobar la riqueza de las referencias de un creador donde no falta el humor, como se vio en muchos momentos de su 'Journey to the Moon', toda una declaración de amor a los inicios del cine.

Pero no faltaron tampoco referencias surrealistas y juegos en el más puro estilo dada, pasando de un objeto a otro. En suma, un universo de sensaciones que no pudo sino cautivar al público que llenó el Teatro Palacio Valdés.

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