Zagajewski bajo la bóveda celeste

A Adam Zagajewski lo acompañó un aplauso interminable hasta el centro del escenario. Se inclinó, manos juntas, en señal de reverencia hacia el millar largo de miembros de clubes de lectura que se acercó al Palacio de Congresos de Oviedo a verle, a escucharle.

Eran las siete y media exactas de la tarde de ayer cuando las luces se atenuaron, tiñeron de celeste el auditorio abovedado: empezaba el acto con un saludo de Teresa Sanjurjo, la directora de la Fundación Princesa, que se dirigió a los ciento quince clubes de toda España que habían acudido a la cita («Dais sentido a lo que hacemos. Hacéis sociedad, ciudadanía y cultura») y especialmente a los clubes de lectura del Suroccidente asturiano, a los que dedicó un aplaudido recuerdo por los fuegos «atroces» que azotan la zona.

Luego llegó el maestro de ceremonias, Juan Manuel Bonet, director del Instituto Cervantes y, finalmente, pasos cortos, el flamante Premio Princesa de las Letras 2017.

Eligieron el francés para la charla, en la que Bonet fue transitando por la vida, el mundo y las artes que impregnan la obra de Zagajewski. Pasearon primero por su Lwów natal y por el país «cambiante» que lo alumbró, como explicó Bonet.De esa ciudad infantil llegaron a Cracovia: «Mucha gente joven soñaba con irse fuera, a otro país, a París. MiParís era Cracovia», recordó el poeta. Y entonces los viajes: Estados Unidos, Europa, el Mediterráneo («Mi mar», señalaba Zagajewski) y, por fin, su París (ahora sí).

Sus barrios y su mezcla les sirvieron de trampolín para recorrer el mundo, el tiempo, con perlas certeras y unas gotas de humor: «Pronto me di cuenta de que yo no valía para la política: la política es una reunión interminable, y la literatura exige la soledad de un cuarto». O bien: «Me gusta mucho el románico francés, ese silencio. Las iglesias italianas son muy bonitas, pero no se callan nunca: los italianos no conocen el silencio».

Completado el trayecto, al cabo de casi una hora, Bonet le plantó delante un par de artes y un país (música, pintura y España) para redondear la charla. Sobre lo primero, la música, se fijó Zagajewski en que «no necesita traducción, es agresiva en el buen sentido»; sobre la pintura, alabó a los maestros flamencos, y sobre España, suspiró: «Daría para tres horas». Explicó la intimidad con Machado, con Miró, con Picasso, conCervantes, con Lope en momentos varios de su vida: «Me cuesta dar una visión completa», dijo, aunque sí celebró lo atractivo que le resulta el «contraste entre lo sombrío y el sol, la luz del país».

Otro aplauso y, al cabo, un silencio: «Y ahora ¿qué hacemos?», preguntó. Quedaba una sorpresa para él y una para el respetable: la suya era un vídeo, preparado al efecto por la Fundación, en el que varios miembros de los clubes allí presentes leían ‘Campanas’; la reservada al público, una lectura de cuatro poemas escogidos por el Princesa de las Letras.

Lo hizo al alimón con el poeta asturiano Fernando Beltrán: él en español y Zagajewski, a renglón seguido, en polaco. El primero fue ‘1943:Werner Heisenberg visita a Hans Frank en Cracovia’; el segundo, ‘Chacona’, que está dedicado a Jaume Vallcorba, el desaparecido alma máter de la editorial Acantilado; el tercero, ‘Concurso’, «especialmente emocionante» para Beltrán; y, por último, ‘Nuestras ciudades del Norte’.

Están los cuatro incluidos en su último libro, ‘Asimetría’, de este mismo año, que inmediatamente después de dar por concluido el acto se acercaron una, dos, tres, veinte personas a pedirle que se lo dedicase.

No había tiempo para más, le decían entre ‘selfis’: Zagajewski se resistió, firmó unos cuantos. Acabó por alzar los hombros y salir por el otro extremo: la bóveda volvió a encenderse.