«Unas navidades sin familia no son navidades»
Seis asturianos emigrados cuentan cómo pasarán esta Navidad lejos de su tierra. Están en México, Panamá, Australia, Estados Unidos y Escocia y explican sus nuevas costumbres y sus añoranzas
Cristina M. Gayo
Jueves, 14 de junio 2018, 13:53
En sandalias, manga corta y rodeado de mexicanos envueltos en bufanda y guantes (a pesar de que las temperaturas no son muy bajas) pasará la Navidad el asturiano Luis Ania, de 51 años, que vivirá unas fiestas alejado de su país de origen, pero disfrutando de las ricas costumbres de su tierra de acogida, Tuxpan (en Veracruz). Allí sus conocidos se quejan del frío por los 15 grados hasta los que baja el termómetro en estas fechas, «aunque yo voy en camiseta», bromea al tiempo que se dispone a contar cómo va a pasar esta Pascua. Su fiesta preferida es pintoresca y no muy común en México: es la del Día del Niño Perdido, una celebración que hace referencia al pasaje de la Biblia en la que el Niño Jesús se pierde y pasa tres días alejado de sus padres. «Todo el mundo pone velas en la acera, en el borde que da a la calle, y las enciende. Son las velitas pa' que el niño encuentre el camino de regreso», cuenta. Además en Tuxpan tienen otra curiosa costumbre: el habitual tráfico de coches de las calles más céntricas es sustituido en Navidad por cientos de niños que arrastran carros de cartón, decorados para la ocasión. «Es difícil caminar por ahí con tanto niño 'jalando' de su carrito. Hay gente que los hace muy lindos y originales. Casi todos les ponen un par de velitas encendidas encima», lo que provoca que algunos se incendien, «pero no es grave la cosa», explica Luis, que ya lleva 12 años en México y que, cuando es preguntado por sus añoranzas, lo tiene claro: «Lo que más echo de menos desde aquí es a quienes ya no voy a tener la oportunidad de ver porque ya no están».
También en tierra azteca se encuentra Rosa Cayarga, periodista de 32 años y «de Cangas de Onís hasta la médula». Tras dos años y medio viviendo en Guanajuato, ya con acento mexicano relata que fue la crisis la que la obligó a emigrar. Después de estudiar en Salamanca y Barcelona y pasar por varios medios de comunicación en Asturias, pensó que tener la doble nacionalidad (su madre es de allí) era una buena excusa para probar suerte. Los comienzos no fueron fáciles para esta canguesa, pero hoy es directora de comunicación del Partido Verde Ecologista en el Congreso del Estado de Guanajuato. Precisamente este trabajo es la parte que más satisfacciones le trae en esta época: «Aprovechamos para celebrar posadas con niños pobres y/o enfermos, repartir juguetes, mantas, alimentos, etcétera. Sin duda, la labor social es la parte más bonita». Dice Rosa que las posadas son una fiesta típica que tienen lugar entre el 16 y el 24 de diciembre, que rememora los meses previos al nacimiento de Jesús y termina con su llegada al pesebre de Belén. Cada día se celebra en una casa diferente, con vecinos, amigos o compañeros. A pesar de que es evidente que Rosa ya se ha adaptado a su nuevo país, en el que vive con su novio, confiesa mientras escribe su relato para este periódico que ya le han brotado las lágrimas por la nostalgia. Sin embargo, se siente afortunada. «No me puedo quejar, ya que por suerte aquí tengo familia, a mi pareja y grandes amigos». Eso y que además puede disfrutar del sol y la playa. No está nada mal. Y mucho menos cuando admite que su plan para estas Navidades es pasar una parte con la familia de su pareja y después realizar un viaje por carretera que concluirán haciendo surf. Eso sí, no quiere dejar pasar la oportunidad de decirle a los suyos «lo mucho que les quiero... Y que me manden turrones, embutidos, fotos».
En el continente americano, aunque en el norte, se encuentra Sonia Barnes, gijonesa de 32 años que vive en Milwaukee, en el estado de Wisconsin (Estados Unidos), en donde vive desde hace año y medio porque consiguió un trabajo como profesora de Lingüística Española en la Universidad de Marquette. Llegó al país hace casi una década para hacer un máster y allí se quedó tras conocer al que hoy es su marido y padre de sus dos hijas, de 4 y dos años y medio. Antes venían a España a pasar las fiestas, pero ahora, lamenta, es muy caro comprar billetes para cuatro. Así que pasará la Navidad con la familia de su esposo, en Columbus, echando de menos a su gente y «algunas tradiciones de España». «Por ejemplo, no hay cena familiar de Nochebuena ni de Nochevieja ni se celebra el día de Reyes». Eso sí, Sonia está inculcando a su descendencia e, incluso, a su familia política, las costumbres de España. «En Nochebuena les preparo una pierna de cordero y otros platos de mi madre. Después de cenar, les obligo a hacer sobremesa. ¡El año pasado hasta echamos una partidita de Trivial!».
También por trabajo se fue de España la ovetense María Osorio, de 27 años, quien acepta la propuesta de salir en este reportaje de muy buena gana. «Lo malo es que mi abuela va a llorar como una loca cuando lo lea», dice. El caso de esta joven es un poco distinto, ya que emigró por motivos laborales, pero no por necesidad, sino «por vocación».
Al terminar sus estudios de Derecho Internacional Marítimo se fue directa a cumplir su «sueño» a Panamá, «a la aventura» y en compañía de una buena amiga. La idea era trabajar en el país centroamericano, aprender y desarrollarse en un ambiente «cien por cien marítimo». Ahora, dos años y unos meses después de su decisión, afirma rotunda: «¡metas cumplidas!». Su próximo deseo es pasar una Navidad calurosa, por lo que ha optado por quedarse allí en estas fiestas. Echará de menos a los suyos, sostiene, pero se muestra segura de su decisión, ya que las navidades panameñas son familiares y «muy parecidas a las de España», solo que en condiciones diferentes: en la playa y en bikini.
Aunque también se marchó por trabajo, las circunstancias en las que se encontraba el gijonés Carlos Viñuela eran bien distintas. A sus 25 años, este Ingeniero de Edificación se encontró con un panorama laboral escaso de oportunidades, por lo que hizo las maletas y en enero de este año se fue a Dublín, de donde regresó en agosto para, poco después, emprender un valiente episodio de su vida. Se fue a Sidney, en Australia, para «cambiar de aires y seguir con el inglés». Allí está desde el 10 de noviembre con visa de estudiante, trabajando en su tiempo libre y mejorando su conocimiento del idioma. Su objetivo es quedarse hasta junio, fecha en la que, en función de los objetivos conseguidos, decidirá si continuar. Según su experiencia, encontrar un trabajo en las antípodas no es tan difícil. «Hay que moverse pero, si lo haces, tienes bastantes posibilidades de encontrar algo. Casi es más complicado encontrar una casa que un trabajo. Los salarios están muy bien, con un trabajo de 20 horas a la semana te puedes mantener e incluso ahorrar. También es cierto que la vivienda está por las nubes», apunta. Carlos se toma su imposibilidad de venir a casa esta Navidad con resignación, es la primera vez que las pasa fuera y con nostalgia afirma que aún no sabe qué va a hacer. «Si de mí dependiera, me gustaría pasarlas trabajando. Unas navidades sin familia no son navidades».
Consciente también de la importancia de los idiomas, la gijonesa Lorena Recio vive en Edimburgo (Escocia) trabajando como «nanny de tres niños guapísimos y rubísimos, que me enseñan inglés con mucha paciencia». Tiene 29 años y vive en la capital escocesa después de pasar una temporada en Cagliari (Cerdeña), la ciudad natal de su novio, Nicola. En los cinco años que lleva fuera del Principado siempre había regresado en esta fechas, sin embargo, en esta ocasión ha optado por irse a la tierra de su pareja, aunque volverán a Escocia en Nochevieja porque él trabaja. Esa noche celebrarán el «Hogmanay, en el que montan una increíble fiesta por la calle que dura tres días. El día 30 de diciembre hay una procesión por el centro de la ciudad con antorchas. El 31, una fiesta con conciertos y fuegos artificiales a medianoche. Y el 1 los más valientes se pegan un baño en el mar para empezar 'bien' el año (los escoceses están hechos de otra pasta)», relata. Reconoce Lorena que es «inevitable» echar de menos a los seres queridos, «aunque acabas acostumbrándote a ese sentimiento de que siempre te falta algo. Está claro que vivir fuera de tu país significa estar constantemente con la maleta en la mano, despidiéndote de la gente y con lágrimas en los ojos». Esta gijonesa, que valora mucho lo positivo de esta experiencia, confiesa por otro lado que si hay algo que le apena es no celebrar el día de los Reyes Magos. «Por aquí no pasan sus majestades. Demasiado frío. Hay que recordar que ellos vienen de Oriente».