«Nunca pude con les injusticies»
Aquilino Vega, Quilo El Chintu, minero jubilado, veterano comunista y confeso amante de la letra impresa, sopló cien velas junto a su familia
Hay fiestas que valen una vida, pero algunas se salen del calendario como la que ayer festejaba en La Grandota (San Pedro de Naves, Oviedo), los cien años de Aquilino Vega Menéndez, Quilo El Chintu. Y es que no todos los días se soplan las velas de un siglo con la vitalidad y la memoria prodigiosa de alguien que vivió dos dictaduras, una república y una monarquía constitucional, con la revolución del 34, la guerra civil y la postguerra de fame y represión entre medias. Llegar además a centenario habiendo sido minero, no es un hecho común, como corrobora su nieto, Iván Fernández Vega, patólogo del HUCA. Él y toda la familia rodeaban en torno a la tarta a este veterano comunista de voz firme y convicciones igual de arraigadas que ameniza con mente despierta y retranca sus palabras. Tocado con una gorra del Real Oviedo, sonríe a nuestro saludo preguntándole sobre el club azul: «A mi gústame ver partidos, pero no tengo ideología futbolística».
Lector diario de prensa y autor de numerosos cuadernos en los que ha ido anotando a lo largo del tiempo toda clase de reflexiones o recuerdos, relata con naturalidad y gracia los episodios de una vida que es pura novela real, especialmente por cómo la cuenta el propio protagonista. «Siempre me gustó leer, desde guaje y como no teníamos aceite para alumbrarnos, salía a leer el periódicu a la luz de la luna», desvela. Su amor por la letra impresa y las historias no parece azarosa en el bisnieto de La Chinta, la aldeana de Naves en la que se inspiró Clarín para la Rosa de su cuento 'Adiós cordera'. «Decíen que estaba loca. Cuando murió, el cura no la quiso enterrar, por eso mi güelu nunca pudo ver a los curas, yo tampoco». La precisión en el detalle, es marca de la casa: «Entré de rampleru en la mina La Riera, en El Viso (Langreo) el 14 de agosto de 1941, el añu que más hambre se pasó en España. ¿Que qué llevaba pa comer? Cuatro patates, si les había».
La memoria se muestra igual de clara al evocar la revolución del 34 y la víspera en que «tando a llendar» se topó con tres mineros que venían a observar Oviedo: «Traíen un jamón que requisaron e invitáronme a comelu con ellos». Su imagen de la capital asturiana esos días de octubre es «la misma que en la guerra: todo fumo, solo se veía la torre de la Catedral». Con un sonido estremecedor resume la posguerra: «De madrugada escuchaba los tiros en el cementerio de San Esteban y los gritos de los que mataben: '¡Viva la libertad!', '¡Viva la República!'. Eso a diario». También el olor inconfundible del grisú en el tajo: «Como el del betún. Esparcíamoslo con les chaquetes».
Bisnieto de La Chinta, la aldeana de Naves en la que se inspiró Clarín para la Rosa de 'Adiós, cordera', lee el periódico a diario
En su inagotable anecdotario, hay una idea que se repite: «Nunca pude con les injusticies». Afirma que por ello pasó por todas las categorías mineras: «Menos vigilante. Negueme». En el mundo que ve hoy, siguen removiéndolo y no es muy optimista: «Hay guerres igual que antes, el ser humanu ya nació pa cometer injusticies». Y el secreto para llegar a los cien: «Trucu ninguno, jamás tomé un cubalibre, pero borracheres les que quieras. Y el aire de aquí que ye puro, eso debe ser».