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Belen Nieto junto a Pablo Diéguez, dos de los jóvenes que ayudaron en el incendio de Alvaredos. Virginia Carrasco
Historia desde los incendios (V)

Los héroes de Alvaredos

Una pandilla de jóvenes veraneantes se jugó la vida para salvar una diminuta aldea de Lugo, donde el fuego arrasó la única vivienda habitada todo el año, la de un matrimonio de 92 y 86 años. «Esto los ha matado en vida»

Sábado, 30 de agosto 2025, 00:06

A orillas del Sil se levanta Alvaredos, una pequeña aldea en el sureste de la provincia de Lugo, que sigue en pie gracias a sus ... veraneantes más jóvenes, una de esas pandillas de amigos de toda edad y condición que se fraguan en vacaciones, se vuelven inseparables y que por unas semanas devuelven la alegría y la vida a la España vaciada.

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Ellos fueron los que el pasado 17 de agosto, cuando las llamas cercaban este pintoresco pueblo, puerta de entrada a la legendaria Ribera Sacra, desenredaron las mangueras, las engancharon a las bocas de riego de las callejuelas y dándoles toda la presión posible lanzaron el agua hacia la maleza y los tejados, como les habían dicho que hicieran, para evitar que el fuego penetrara en las casas por sus cubiertas de pizarra y madera.

«Esos muchachos son los que han salvado Alvaredos. Gracias a Dios que era agosto y estaban aquí de vacaciones. Lo que han hecho es increíble; son unos héroes y estoy muy orgullosa de ellos», sostiene emocionada Marimar Caballero, copropietaria, junto a su marido Antonio López, de las bodegas Alvaredos-Hobbs, ubicadas en esta parroquia de 18 casas y cinco habitantes censados (solo un matrimonio vive allí los doce meses del año), donde los días pasan despacio y ni los pájaros tienen prisa.

La santanderina Marimar y Antonio, que nació en Alvaredos, residen desde hace décadas en Nueva Jersey (Estados Unidos), y en cuanto tuvieron conocimiento de lo que estaba sucediendo con los incendios en Galicia, tomaron un avión y se plantaron en el pueblo. Sus viñedos formaban parte de ese paisaje idílico de la Ribera Sacra, calcinado ahora por el fuego. El golpe económico ha sido duro. Han perdido toda la cosecha y con ella la producción de 20.000 botellas de uno de los caldos (garnacha y godello fundamentalmente) más selectos de la viticultura heroica, llamada así por las condiciones de un terreno en pendiente con las cepas desafiando al vértigo. Las llamas, eso sí, no dañaron ni su bodega ni su casa, gracias al arrojo de los jóvenes veraneantes… como Belén Nieto.

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Del Mediterráneo al Sil

Con casa familiar en Alvaredos, la aldea natal de su madre, Belén, graduada en Física y profesora asociada de la Universidad de Alicante, ciudad en la que nació hace 26 años y donde habita, se escapa siempre que puede hasta el que considera su lugar en el mundo. «Vengo en verano, en Semana Santa, en Navidad… Me gusta muchísimo. Cada rincón es mágico y hay una paz y una tranquilidad que hacen que el tiempo parezca eterno», describe la joven que confiesa que es feliz charlando con los paisanos mientras se zampa una fruta sentada en un poyete de piedra y con la vista perdida en un horizonte de campos de vides, olivares, manzanos y cerezos, hoy carbonizados y de riguroso luto.

Ángel Diéguez muestra la casa quemada de su primo de 92 años. Virginia Carrasco
Gallinero arrasado por las llamas con las aves dentro. Virginia Carrasco
Marimar Caballero, copropietaria de las bodegas Alvaredos-Hobbs. Han perdido en el incendio sus viñas y la producción de este año. Virginia Carrasco
Alrededores quemados del monte que rodea al pueblo de Alvaredos. Virginia Carrasco
Belen Nieto, una de las jóvenes que veranea en el pueblo y que ayudó a salvaguardarlo de las llamas. Virginia Carrasco

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Belén se pregunta si el haber contribuido tan decisivamente a salvar las casas del pueblo no será una señal de alguna meiga buena que le está susurrando que se deje besar, no por la brisa mediterránea de su Alicante natal sino por los aires fluviales del Sil. «Después de lo que ha pasado, estoy pensando seriamente en cambiar el rumbo de mi vida y venirme a vivir aquí», asegura.

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La veinteañera recuerda perfectamente la película de terror que ella, sus valientes amigos y algunos vecinos de la parroquia, vivieron el pasado 15 de agosto, cuando empezaron a ver a lo lejos las primeras llamas del incendio de Larouco, el más grave de Galicia. Ese mismo día, un viernes, las personas más mayores y los veraneantes con hijos pequeños abandonaron el pueblo por precaución. Sólo se quedaron los adultos más jóvenes -una docena de amigos de entre 20 y 40 años- y algún que otro turista. Las 48 horas siguientes se las pasaron en vela y sin quitar ojo a las llamas que avanzaban por los montes de alrededor, aunque muy lentamente. «Por las noches no dormíamos por si el fuego se acercaba», cuenta Pablo Diéguez, amigo de Belén y otro de los héroes de la banda de Alvaredos. Todos los del grupo se atrincheraron allí, prepararon las palas y las mangueras, se protegieron con botas y mascarillas y esperaron, vigilantes, el feroz ataque del 'enemigo'.

Tras dos días sin pegar ojo, el domingo por la mañana respiraron algo más tranquilos porque el fuego parecía remitir y alejarse. Pero sobre las dos de la tarde, un brusco cambio en la dirección del viento avivó las llamas que empezaron a cabalgar desbocadas hacia las casas. «Llamamos a Emergencias y no nos cogieron, pero pudimos contactar con un brigada forestal que conocíamos y nos dijo que lo sentía muchísimo, que no podían ir, que estaban desbordados y que no tardáramos en refugiarnos porque el incendio venía con mucha fuerza», relata Belén.

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«Ya no hay pueblo»

Pese a ser una aldea diminuta, Alvaredos goza de una eficiente red de hidrantes de incendio. Dispone de cinco bocas de riego estratégicamente distribuidas por sus calles, cada una con su correspondiente manguera profesional en perfecto estado, porque siempre hay un vecino encargado de revisar su funcionamiento. «Empezamos a desplegar las mangueras, pero de repente teníamos las llamas encima, no podíamos ni abrir los ojos, ni respirar ni siquiera con mascarillas y el calor era terrorífico. Nos llevábamos preparando dos días para salvar el pueblo, pero el fuego vino con tanta intensidad que lo único que quedaba era irse. Fue frustrante».

Todos salieron pitando y se dirigieron a una carretera situada a las afueras. Sólo un vecino, «por experiencia o valentía», permaneció en el casco urbano refrescando las casas. «Nosotros desde lejos veíamos el fuego y pensábamos que las llamas ya se habían adentrado en las viviendas. Yo mandé un wasap a algunos familiares con el mensaje 'el pueblo se ha perdido. Ya no hay pueblo'. Pero unos 40 minutos después este vecino llegó en coche y nos dijo que necesitaba manos porque había mangueras pero no personas. Nos subimos corriendo al coche, vinimos por la carretera entre llamas e intentamos salvar lo que pudimos», recapitula la joven alicantina.

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Ella y sus colegas se emplearon a fondo, y a base de manguerazos sobre los tejados y la maleza próxima a las casas detuvieron aquel infierno antes de que se tragara la aldea. Sin embargo, nada pudieron hacer por defender de la pira la única vivienda del pueblo habitada todo el año, la más próxima a la montaña y la primera con la que se tropezó el fuego. Excepto ese inmueble, otro en ruinas, y un pequeño corral en el que murieron abrasadas once gallinas y tres gallos, el pueblo ha quedado intacto.

Aspecto de la única casa habitada quemada en Alvaredos. En ella vivía durante todo el año una pareja de ancianos. Virginia Carrasco
Ángel Diéguez, primo del dueño de la casa destruida, habla con el perito del seguro al lado de las mangueras que utilizaron para apagar el fuego. Virginia Carrasco
Alrededores quemados del monte que rodea al pueblo de Alvaredos. Virginia Carrasco
Belen Nieto junto a Pablo Diéguez, dos de los jóvenes que ayudaron en el incendio. Virginia Carrasco
Detalle de unas botas medio chamuscadas de uno de los vecinos, que quieren dejarlas como recuerdo de los que combatieron las llamas. Virginia Carrasco

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«Nuestra misión era refrescar los tejados porque nos habían dicho que una vez que el fuego afecta al tejado, entra dentro de la casa. También mojamos las zonas con maleza cercanas a las viviendas. Yo temí por mi casa porque es toda de madera. Tuve la suerte de que se encuentra en el centro del pueblo y hasta ahí no llegó ningún foco», rememora Belén.

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Pese a su brava acción, Belén y Pablo sienten no haber podido proteger el hogar de Enrique e Isabel, un matrimonio sin hijos, él de 92 años y ella de 86, y los únicos residentes fijos en Alvaredos. «Me da mucha pena porque ellos viven aquí desde siempre y el hombre, a sus 92 años, seguía yendo a su huerta, seguía cuidando sus gallinas y yo creo que haberle quitado eso… pues lo hemos matado en cierta forma. Y eso me pesa, porque mi casa es vacacional y vengo ocasionalmente, pero ellos sí que tenían aquí su vivienda, con sus recuerdos y sus historias», expresa Belén con semblante serio y unas palabras que rezuman sincero desconsuelo.

El anciano matrimonio sigue «en shock» y no quiere hablar de lo ocurrido «porque sufren mucho», detalla Ángel Diéguez, de 73 años, padre de Pablo y primo del nonagenario Enrique. Fue él quien se encargó de que la pareja abandonara el pueblo dos días antes del fatídico domingo. «No querían marcharse de ninguna manera, me costó mucho convencerlos porque mi primo, jubilado de la Renfe, nació y ha vivido aquí toda su vida, y su mujer es de una aldea cercana, y los dos estaban muy a gusto», se lamenta Ángel, natural de Alvaredos y residente en Salamanca.

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Enrique e Isabel dejaron atrás su casa el día 15 con la confianza de regresar pronto. «Salieron con la ropa puesta y solo se llevaron las medicinas. Nadie imaginaba lo que iba a pasar dos días después. Ahora están muy afectados, pero al menos no han visto arder la casa de su vida».

Unos días después Enrique, que ahora vive con su esposa en el piso de un familiar en A Coruña, se desplazó al pueblo para comprobar los destrozos en su casa y «se le cayó el alma a los pies», resume su primo. Todo ha quedado reducido a escombros y cenizas. Ni una foto de recuerdo les queda.

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La vivienda consta de dos plantas separadas por un forjado de hormigón y el matrimonio vivía en la superior, con tres dormitorios, salón-comedor, baño y cocina. El fuego prendió el tejado de madera, entró por arriba, reventó las ventanas y arrasó con todo el mobiliario, los electrodomésticos y otros objetos de valor, entre ellos cierta cantidad de dinero que en estas aldeas de la España rural la gente mayor acostumbra a guardar en un cajón.

Las llamas no penetraron en la parte de abajo, donde Enrique almacenaba sus aperos de labranza con los que entretenía sus rutinas en su huertecillo. «No sé si volverán porque esto los ha matado en vida», lamenta Ángel, que, ante la avanzada edad de su primo, se está haciendo cargo del papeleo del seguro. «Lo que les ha pasado es una gran putada, pero lo más importante es que no habido desgracias humanas», zanja.

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La chapita de la Brigada Alvaredos

Pese a que Alvaredos ha sobrevivido prácticamente intacto al fuego que ha devorado otras aldeas cercanas, lo ocurrido con la casa de Enrique ha dejado muy tocados a los veraneantes. Hay desolación y tristeza. «El fuego ha arrasado nuestros viñedos, pero pienso en este matrimonio viejito y digo ¿de qué nos quejamos nosotros? Para ellos esto es perder su casa, perder su vida, sus recuerdos… así que estamos todos muy disgustados», se duele con un nudo en la garganta la bodeguera Marimar. «Y en lo que respecta a nosotros… bueno, a ver si el Gobierno y la Xunta no se olvidan de estos pueblos y hacen algo».

Detalle del distintivo de la 'Brigada Alvaredos', que los amigos han confeccionado a modo de recuerdo de su acción. Virginia Carrasco

«Da rabia que sea justo la única casa que no se ha salvado», asevera Pablo, de 40 años, que trabaja en una asociación de salud mental de Salamanca. Hoy, cuando han pasado ya un par de semanas desde el incendio, repasa lo sucedido y se siente «muy orgulloso» de sus amigos de verano, que ahora, más que nunca, ya lo serán para toda la vida. «Hicimos lo que teníamos que hacer», dice mientras se palpa con los dedos una chapita prendida en la pechera de su camiseta en la que se puede leer 'Brigada Alvaredos'. Un recuerdo de su heroica acción y de una amistad forjada para siempre a fuego.

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