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Para paliar la falta, ya había camiones recolectores en la ciudad.
Historias de Asturias

Una ciudad sin barrenderos

Basura por doquier y la misteriosa desaparición del servicio de limpieza provocaron la crítica de EL COMERCIO al Consistorio

Jueves, 16 de marzo 2023, 01:09

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1948. Hace 75 años.

¿Qué habría sido de ellos? No solo es que los barrenderos llevasen días sin dejarse ver por muchos sitios de Gijón, sino que las consecuencias de la desaparición se dejaban sentir ya en nuestras calles... y de forma muy desagradable, claro está. Eso fue lo que contó EL COMERCIO de hace hoy 75 años, cuando, no sin retranca, denunció la reducción del servicio de limpieza gijonés por razones aún desconocidas. «Ayer por la mañana vimos un barrendero a pesar de que no salimos de Gijón», arranca la crónica. ¡Cáspitas! «Quedamos extrañados porque creíamos que habían desaparecido de nuestra ciudad. Pero no; allí estaba, en la calle del Instituto, con su carrillo, pala y escoba limpiando el suelo de porquerías».

Que era, claro, lo que debían hacer estos empleados. «Señalamos esto porque no todo gijonés tiene la suerte de ver un barrendero pues muchos no pueden viajar. En nuestra ciudad los barrenderos, como las 'manuelas', han desaparecido, pero así como estas fueron sustituidas por los automóviles a aquellos no los sustituyó nadie o, mejor dicho, únicamente la porquería que se acumula en la calle». Era mucha, según veníamos denunciando desde hacía un tiempo. Ejemplos no faltaban: «El sábado por la tarde», por ejemplo, «en la calle del Horno, inmediata a la de Corrida, y a los lados del Restaurante Falín había dos considerables montones de basura». Otro: «La calle del Marqués de Casa Valdés tiene cunetas. Pues bien es tal la cantidad de porquería acumulada en algunos sitios de la misma que la cuneta se cegó y se confunden, formando una unidad, la calzada y la acera».

«No se les ve»

Podía haber pasado de todo. Desde un misterio irresoluble hasta, más probablemente, que el Ayuntamiento amortizara las plazas de los empleados de limpieza, que los usara para otros menesteres o, sencillamente, redujera la plantilla sin previo aviso. «Lo cierto es que no se les ve trabajar». Eso era lo único que teníamos por seguro. «Y que las basuras se acumulan por doquier». Con un par de ojos en la cara, y con memoria, bastaba. Antes se les veía, siempre, «dejando el suelo limpio, y prontos a recoger cualquier cosa». ¡Aquellos tiempos!

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