La fabada de Concha Piquer
En su camerino del Teatro Jovellanos narró la intoxicación sufrida en América tras aceptar la invitación a cenar de un matrimonio astur
Sábado, 15 de abril 2023, 00:12
1948. Hace 75 años.
Tenía 42 inconfesables años y una fama que ya trascendía las fronteras de España. Hace 75 años, Concha Piquer -por aquel entonces aún era 'Conchita'- actuó en Gijón, en el Teatro Jovellanos, y EL COMERCIO la entrevistó. Con gran impresión, todo sea dicho. «Al penetrar en el camerino destinado a Conchita Piquer, creímos percibir en el ambiente un singular perfume que no procedía de esencias ni de flores, sino de nuestro propio subconsciente, que veía entre aquellas paredes el alma de España cubriéndose de galas, para ofrecerse en la escena al conjunto de sus melodiosas canciones». La artista acababa de volver, cargadita con sus baúles, de América, donde, según aseguraba, la aceptación del folkore español era «inmejorable. Durante los tres años que estuve en aquellas tierras gocé de las simpatías e interés con que allí son recibidas las embajadas artísticas de España».
Allí, por cierto, había tenido cierto incidente con una rotunda fabada. Ojo a la anécdota: contaba la Piquer que «actuando en Méjico, al terminar una noche la representación, oí unos golpecitos dados en la puerta de mi camerino. Abrí, y me hallé ante un caballero y una señora, que luego supe que eran matrimonio asturiano, y me ofrecieron un ramo de flores, instándome a que fuese a su casa invitada a cenar. Cedí a sus ruegos, pero al día siguiente no pude acudir al teatro».
«Sucumbí a la fiebre»
Pues sí: a la pobre cupletista le dieron de cenar... fabada. «Sucumbí a la fiebre que me produjo un alimento de tan fuerte naturaleza. Desde luego, nada me extraña la fama de robustez de que gozan los astures». No volvería a caer esa breva en Gijón, por más que la quisiéramos invitar. Con todo, no era su primera vez aquí. «Estuve la última vez hace cuatro años, y tuve ocasión de comprobar que este público prodiga muy poco sus efusiones entusiastas». Se quejaba la Piquer de nuestra intromisión, haciendo buena gala de su fama de 'repunante'. «Concede el aplauso sin reservas cuando el espectáculo al que asiste lo merece verdaderamente, y de ello se desprende que es sobrio, que se codea con los más cultos». ¿Se lo diría a todos?