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Juan Arnau rehúye el fatalismo. «La partida hay que jugarla -dice-, quien no lo hace es un pobre infeliz».
«El planeta arroja pandemias para protegerse de nosotros»
Juan Arnau | Astrofísico y filósofo

«El planeta arroja pandemias para protegerse de nosotros»

Especialista en pensamiento oriental, el autor de la apasionante 'Historia de la Imaginación' (Espasa), un libro del que ahora aparece la segunda edición, advierte: «Las ciencias pueden hacer la bomba o la vacuna, pero no nos van a sacar las castañas del fuego si no escuchan a los humanistas»

ANTONIO ARCO

Domingo, 7 de marzo 2021, 00:41

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Valenciano nacido en 1968, ha traducido del sánscrito las principales obras del budismo y el hinduismo y es autor de numerosos ensayos, entre los que destacan 'Manual de filosofía portátil', 'La invención de la libertad' y 'La fuga de Dios'. No esperen que Juan Arnau se entusiasme con los logros de la carrera espacial, búsquenle observando las noches estrelladas mientras lo acuna un oleaje mediterráneo.

- ¿Qué tiene usted de Odiseo?

- Me he pasado media vida entre Asia, América y Europa. Al final he regresado a mi Ítaca particular y ahora vivo debajo de casa de mi madre, que siempre ha sido una inspiración para viajar, para poner tierra de por medio [risas]. Espero que el itinerario no haya concluido y nos esperen nuevas aventuras.

- ¿Es tan importante la imaginación en estos tiempos?

- Si la historia se contase a través de cuentos, nunca se olvidaría, lo decía Kipling. La imaginación dibuja nuestros miedos y nuestras esperanzas. También nuestras creaciones, desde la novela al teorema. Para el físico los elementos fundamentales de la realidad son los átomos, para el humanista, la percepción y el deseo. Ambos dependen de la imaginación. Y de la memoria, claro. Pero la memoria también es un proceso imaginativo. El recuerdo no se almacena, se recrea y se imagina cada vez que se activa, por eso los recuerdos son tan maleables y esquivos.

- 'Esperando a Godot' se inicia con Estragón diciendo: «No hay nada que hacer». ¿Está de acuerdo?

- El fatalismo ha seducido desde siempre a la mentalidad europea, sobre todo en el norte. Calvino y Laplace fueron vigorosos ejemplos, uno de la religión, otro de la ciencia. Los deterministas parecen inteligentes, pero son unos pobres infelices. La partida no está jugada, hay que jugarla. Mi postura es más meridional y soleada, tocada por la brisa mediterránea. Tenga en cuenta que la filosofía es un asunto peninsular: nació en dos penínsulas, la de Anatolia y la de Italia -Jonia y Elea-, y se confirmó en la griega y más tarde, en la ibérica. La filosofía medieval es judía, cristiana y musulmana y se gestó en nuestra tierra. Tomás de Aquino era napolitano. Finalmente, el norte ganó la partida y ahora, filosóficamente, gobiernan prusianos.

- ¿Llegó a imaginar en algún momento una situación global de pandemia como la actual?

- La verdad es que no. Tengo por norma no pensar mucho en el futuro, evita sufrimientos innecesarios. Para la corriente de pensamiento en la que me inscribo, esquivar el sufrimiento que provocan nuestros propios pensamientos es fundamental para la vida saludable y feliz. También reírse un poco de los propios deseos. O al menos verlos con cierta distancia. Con ironía y desprendimiento.

- ¿Cómo la está viviendo?

- Me preocupa, como a todo el mundo. Aunque no dejo que la preocupación campe a sus anchas…

- De cuanto observa, ¿qué le tiene más inquieto?

- El estado mental de la ciudadanía. Que el miedo se instale en los corazones y ya no vuelva a salir. Luego, a nivel laboral, los trabajadores precarios, los autónomos y las pequeñas empresas, que son los que tiran de la economía del país. También me preocupa la pérdida de libertades, aunque si las perdemos es que hemos dejado que nos las quiten.

- ¿Por qué estamos tan agresivos, tan insatisfechos?

- Hay mucho hierro en el ambiente. El espectro del miedo recorre Europa. Hay que desarrollar técnicas para controlarlo. La palabra y la respiración son las más eficaces.

- ¿En qué nos estamos equivocando más?

- En que esto se resuelve mediante un agente externo o los laboratorios. El voluntarismo reseca el alma y un alma reseca no puede respirar. La imaginación, en todo este asunto, tiene un papel que jugar. Aunque es posible que no se vea a corto plazo, ya se habla de las secuelas psíquicas de la pandemia.

- ¿De qué estamos todavía a tiempo y de qué no?

- De descargar ciertos hábitos neuróticos. De templar el ánimo. La pandemia es altamente simbólica. Puede verse como una combustión suicida, acelerada y agónica. Destruyendo la naturaleza nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Como tema, la pandemia es ya un tema aburrido y gastado. Es mejor hablar de nuestra actitud ante ella. Ella no es externa a nuestra humanidad; es nuestra, la hemos creado, ya sea por comer lo que no debíamos, por un desliz de laboratorio o por la explotación del planeta, que arroja pandemias para protegerse de nosotros. No lo sabemos y probablemente tardaremos en saberlo.

- Recuerda usted que, según los sufíes, de la imaginación emana todo lo vivo, que sin imaginación no se podría vivir. ¿Cómo andamos de imaginación por este lado del mundo?

- Hoy vivimos la imaginación de un modo pasivo. Nos bombardean con series y películas. Pero hay modos de cultivar la imaginación activa y tomar de nuevo las riendas de nuestro mundo imaginal, mediante la atención a lo que percibimos, en el ensueño y el duermevela. Siempre hay un trasfondo de sombra con el que lidiar, pero es posible orientarlo.

- ¿Qué le interesa tanto del budismo y de Berkeley, un filósofo que cita a menudo?

-Que se centraron en la atención y la percepción. Ser es percibir, dice Berkeley. Si a ello añadimos el deseo, entonces ya tenemos los dos elementos esenciales del conocimiento. Creo que hemos venido a este mundo a conocer, ese es el derecho inalienable de la persona. Y el conocimiento no son únicamente los libros y la cultura, ocurre a todos los niveles, puede haber más conocimiento en una cueva que en una universidad.

«El poder de la ciencia»

- Habla de ciudadanos similares a 'cañas susceptibles de ser partidas', a motas de polvo en el desierto inabarcable de las estrellas. Pero, ¿acaso no somos los reyes de la creación, la especie más importante de todas?

- Somos parte de la naturaleza. Esto es fundamental entenderlo y vivirlo. Deberían poner en todas las escuelas Dersu Uzala, la película de Kurosawa. Sin un sentimiento de pertenencia al orden natural, la humanidad está perdida y la ciencia desvaría. En civilizaciones tecnológicas como la nuestra, que detentan el enorme poder de la ciencia, las consecuencias pueden ser devastadoras. Si acabamos con la naturaleza estamos acabando con nosotros mismos. De ahí que la ciencia deba ir de la mano de las humanidades, en lugar de ir de la mano del poder político.

- Asegura que el destino del mundo dependerá de cómo seamos capaces de imaginarlo, ¿cómo lo va usted imaginando?

- Hay una competición demencial entre los diferentes estados nacionales que está haciendo un daño global. Ahora, en esa carrera, entra la tecnología de las vacunas y, por supuesto, la diferencia entre ricos y pobres, que se agranda. Queremos desesperadamente regresar a la normalidad. Pero la normalidad en la que estábamos asumía una explotación indiscriminada del planeta en aras del poder económico y tecnológico. Si lo hacemos, no habremos aprendido nada de la pandemia.

- «Infeliz aquel que carece de patria» (Nietzsche). ¿Cuál es la suya?

- Mi patria es el planeta Tierra. Estudié astrofísica, pero nunca soñé con ser astronauta. Mi planeta es éste. Aquí he vivido y aquí quiero quedarme. El impulso arrollador de la tecnología está dejando exhausta la Tierra. «Si se agotan los recursos de este planeta, buscaremos otro», nos dicen los tecnócratas. Me opongo. Soy nacionalista terrícola. Me gusta el azul del mar, los verdes prados y el blanco de la nieve. Prefiero el rojo de los atardeceres al rojo de Marte.

- ¿Qué opina de las banderas, los himnos, los nacionalismos?

- El juego de las banderitas resulta incomprensible para un antropólogo. Tenga en cuenta que he dedicado los últimos 25 años de mi vida al estudio del pensamiento indio. Una filosofía maravillosa que, para cualquier persona sensata y culta, puede parecer extravagante, pero nunca tan extravagante como lo es el nacionalista para el antropólogo.

- ¿Hay otra vida tras ésta? ¿Qué es la muerte?

-Desconozco qué es la muerte. Y no digo: ¡Ojalá lo supiera! Tengo mis intuiciones, como todo el mundo. Desconocer qué es la muerte forma parte de la esencia de la condición humana. Las soluciones al problema de la muerte del cristianismo, el materialismo o el islam me parecen ingenuas y demasiado fáciles. El problema de la muerte es el problema del yo. Nos hemos habituado a nosotros mismos y nos da pena desprendernos del yo. Frente a la obsesión occidental con la salvación del yo, en oriente apostaron por la liberación del yo.

- ¿Entonces?

- Creo que la muerte no resuelve nada, que con ella nada termina y que tampoco aclara las cosas. Me gusta más la idea de la muerte como umbral. Los hindúes creen que ya hemos muerto otras veces, pero que lo hemos olvidado. Queda un instinto, una experiencia, que nos ayudará a morir. Simpatizo con la postura budista. Ellos hablan de una continuidad de la conciencia. De que el viaje sigue. Pero proyectamos lo que hemos sido en otro. El ego debe quedarse al margen. El alma es mortal, el espíritu no. Una actitud que fomenta una 'generosidad anónima'. Otro hereda el fruto de nuestra vida, pero no se acordará de nosotros.

- ¿Qué le aporta la filosofía india?

- Permite relativizar algunos problemas que han obsesionado al pensamiento occidental. En este sentido, proporciona una ironía saludable frente a esos problemas.

- ¿Qué tipo de problemas?

- Muchos. La idea de un juicio final o de un Dios creador, justiciero y omnipotente; la idea del pecado original, la de una justicia universal (las grandes utopías sociales), la idea de que la naturaleza habla el lenguaje de las matemáticas, las ideas puritanas respecto al cuerpo, el dualismo entre cuerpo y alma. Todas estas ideas son más o menos extrañas a la mentalidad india. Una de las más importantes, para los tiempos que corren, es la idea de la soledad de nuestra especie, que tiene que ver con el delirio ontológico de la civilización europea. Nos creemos el pueblo elegido, la especie elegida, con derecho a todo. Esa idea no se dio en la India. Allí las otras especies están más cerca de la humana, tanto por arriba como por abajo. Nosotros por arriba nos hemos quedado huérfanos, mientras no aparezcan los extraterrestres.

- Nos hemos propuesto, y parece que lo vamos a conseguir, darle la razón al 'Corpus Hermeticum', que parecía ya anticipar el desastre del cambio climático. ¿Saldremos de esta?

- Hay dos temas de nuestro tiempo. El poder tecnológico y el cambio climático. Todo lo demás es provinciano. Y ambos temas se encuentran profundamente relacionados. Luego están los problemas de siempre, la precariedad y la pobreza. También de la precariedad mental, llamada depresión. Estados Unidos es el país más rico del mundo y el que tiene el estado mental más deteriorado. Eso tendría que hacernos pensar.

- ¿Qué virtudes considera hoy fundamentales?

- Para la vida interior: la imaginación, la empatía y el desprendimiento. Para la vida social: la simpatía, la solidaridad y la flexibilidad. Cada religión crea su dios, cada ciencia también. El dios creado en las creencias es un mal necesario del pensamiento. Pero cuando una ciencia, un pueblo, un credo o una ideología, se empecina en creerse única y verdadera, entonces se empieza a transitar el camino del infierno -ese que está lleno de buenas intenciones-. Para la vida filosófica: el asombro, la simpatía -saber establecer correspondencias- y la libertad.

Tacto y mirada

- Propone usted meditar caminando, ¿qué primeros pasos seguir?

- Mi propuesta es una filosofía de la percepción. Meditar con la mirada o con el oído. Con el olfato, para un mamífero bípedo como nosotros, lo veo difícil; con el gusto, también. El tacto ata más que la mirada. Y de lo que se trata al meditar es de liberarse.

- ¿Con qué nivel de interés sigue usted las noticias sobre la aventura espacial, que nos ha llevado hasta Marte?

- Creo que encontrarán vida, porque creo que la hay por doquier. Quizá nuestra idea de la vida sea demasiado estrecha. Para Leibniz es percepción y afán. Como para Simone Weil o Whitehead. En este sentido, todo está lleno de vida. Todo está lleno de dioses, como diría el primero de los filósofos, Tales de Mileto, un asiático del Mediterráneo.

- A día de hoy, ¿contra qué combate y qué defiende usted?

- Contra el cientifismo imperante. Hoy día se cree que la ciencia es una. Y ese es un peligro peor que el de los monoteísmos más intransigentes. Nuestra condición histórica es científica, pero la idea de que la ciencia es la solución y no el problema es muy cuestionable. Las ciencias, que son muchas y divergentes, tienen un gran poder. Y el poder, por naturaleza, no tiende a difundirse o compartirse, no es muy democrático, que digamos. Las ciencias pueden hacer la bomba o la vacuna, pero hagan lo que hagan, no nos van a sacar las castañas del fuego si no escuchan a los humanistas. Esa es mi batalla que, como todas las batallas que merecen la pena, es una batalla perdida.

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