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Detalles de la sala de máquinas de la central. JUAN CARLOS ROMÁN

Proaza y la energía creativa

La central de Proaza, una obra maestra con el sello del arquitecto y artista Joaquín Vaquero Palacios, cumple medio siglo de vida

m. f. antuña

Domingo, 18 de noviembre 2018, 14:12

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No era para Joaquín Vaquero Palacios (1900-1998) un lugar cualquiera. Cuando en 1964 afrontó el proyecto que habría de inaugurarse cuatro años después a la mente del artista, del arquitecto, del ser humano, llegaron imágenes de la infancia, de montañas hermosas, de días en compañía de su padre, Narciso H. Vaquero (1866-1964), que fue director y presidente de Hidroeléctrica del Cantábrico. Y todo ello quedó guarecido, presente y latente sobre las fachadas que hoy cumplen cincuenta años de existencia, las de una central hermosa, en la que el arte está en las líneas, en los colores, en todas las formas. «Cuando yo tenía apenas 8 años (...) mi padre me llevaba algunas veces en sus excursiones de trabajo, con la consigna de 'no preguntar nada'. Llegábamos a Proaza yo me quedaba extasiado de la belleza de aquellas montañas de caliza blanca, con laderas plegadas y aristas en la roca. Allí dejábamos el coche primitivo y acomodados en una plataforma abierta, del pequeño tren carbonero, mi padre y yo acompañados de dos ayudantes que llevaban los aparatos de medida, viajábamos hasta Teverga (...). Siempre guardé, imborrable, ese recuerdo y al concebir el edificio central para Proaza, sin necesidad de proponérmelo, llegué a una solución de fachadas en cierto modo remedo de las paredes rocosas», dejó escrito el arquitecto sobre una central cuyas obras comenzaron en 1964 y finalizaron en 1968. El libro 'La obra integradora de Joaquín Vaquero en Asturias' recogía estas palabras y otras sobre un salto en el que trabajó con absoluta libertad, sin premisas más allá del propio emplazamiento y las obligadas de la función generadora de energía que debía tener el equipamiento. «El compromiso era tan maravilloso como arriesgado. Nada hay más difícil que poder hacer lo que uno quiera», dejó dicho un hombre cuya energía creativa se deja ver en otras centrales de la antigua Hidroeléctrica del Cantábrico, hoy EdP.

En 1968 se inauguró un lugar de trabajo absolutamente apabullante. La estructura de hormigón armado dibuja formas triangulares, parece moverse y deja entrar la luz a borbotones a un interior diáfano e inundado de color donde se ubica la sala de máquinas. Hay alternadores, como es obligado en una central, pero al costado opuesto Vaquero creó seis pinturas murales con esquemas inspirados en motivos eléctricos. Dominando toda la sala, otro gran mural que representa un campo magnético.

El interior cuenta también con detalles diseñados por el artista asturiano, que dio forma a las carcasas para los alternadores -concebidos casi como esculturas-, armarios, pupitres y mesas... También una coqueta escalera de caracol y, por supuesto, el cuadro de mandos.

Ese exterior de hormigón que dialoga con la calma de las montañas tiene más sorpresas artísticas. En uno de sus muros, Vaquero Palacios diseñó un hermoso ornamento. Dieciséis relieves dibujan geometrías cargadas de significados. Son interpretaciones esquemáticas de signos de la antigüedad que se refieren al hombre y la naturaleza: el agua, el sol, el fuego, el aire, la tierra, el intelecto, el alba, el ocaso... «Nada queda al azar. Función y belleza quedan armónicamente integradas dando como resultado, en su conjunto, una obra de arte total», escribe Natalia Tielve García en 'Joaquín Vaquero Palacios. La belleza de la descomunal', el libro editado con motivo de la exposición que se organizó este año en Madrid comisariada por Joaquín Vaquero Ibáñez, nieto del creador.

Es esta central una joyita deslumbrante que acapara la mitad de las visitas que reciben al año las centrales de EdP, que tiene en Grandas de Salime, Miranda o Tanes otros ejemplos del equilibrio entre industria y arte. Son tres mil al año y unas 1.500 se dejan seducir por la belleza de un espacio que atrae no solo a escolares, a asturianos curiosos por conocer este patrimonio industrial sin parangón, sino también a expertos de medio mundo. Nunca falla la visita de un colegio de arquitectos de algún lugar lejano. Alemanes, japoneses, italianos... Los últimos, un grupo de 30 arquitectos austriacos. Y el interés va in crescendo, la exposición en Madrid sobre la obra de Vaquero ha hecho aumentar las solicitudes para visitarla. Ha sido incluso la central, que se alimenta de los ríos Teverga y Quirós y cuyas aguas acaban en el embalse de Valdemurio, el escenario de la grabación de un videoclip del músico Nacho Vegas.

Pero al margen de su belleza, indiscutible, sigue medio siglo después cumpliendo su función: dar luz a los hogares asturianos, sigue uniendo arte y técnica, ofreciendo un espacio humano a quienes la habitan, a quienes laboran en ella, que hace ya tiempo que la bautizaron como la discoteca. Asentada en la margen derecha del río Trubia, en la Garganta de Peñas Juntas, la central hidráulica cuenta con dos grupos generadores de 24 megavatios cada uno. 248.000 horas ha estado en funcionamiento desde aquel 9 de enero de 1968 en que echó andar el primer grupo. Eso significa que ha generado la energía eléctrica equivalente al consumo de más de un millón de hogares. Su producción anual da luz a 20.000 casas.

El jueves próximo se festejarán las bodas de oro con un acto en la propia central y una exposición que hará memoria del pasado.

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