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El último acto de la democracia

Los enemigos de la democracia se han infiltrado en sus entrañas y quieren destruirla desde dentro. Son líderes sin escrúpulos que han retomado un ataque global a los más débiles

JUAN FUEYO

Sábado, 10 de octubre 2020, 11:34

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Ocurrió en el sur profundo, en el estado de Georgia de los Estados Unidos. En un centro de detención de emigrantes se detectaron prácticas médicas ilegales a mujeres extranjeras. Según la enfermera denunciante, un ginecólogo apodado 'el coleccionista de úteros' realizaba histerectomías sin consentimiento a las mujeres con las que se cruzaba en el campo de detención y deportación.

La isla de Lesbos, en Grecia, es un infierno para los refugiados. En sus países de origen –República del Congo, Afganistán–, se hablaba de Europa como un paraíso de los derechos humanos. Pero en la isla mediterránea han encontrado marginación y odio. Hombres, mujeres y niños viven en condiciones infrahumanas. Y esta situación no tiene una solución fácil. Nadie los quiere.

Más de doce mil personas que vivían hacinadas en el infame campo de Moria, el mayor de Europa, han tenido que ser desplazadas, usando fuerzas policiales, después de un terrible incendio. Entre los recolocados hay miles de niños y cientos de menores no acompañados. No se sabe cuántos de ellos tienen familiares en Europa. Algunos con familia en el Reino Unido no pueden reunirse con sus parientes ingleses por problemas más políticos que burocráticos, a pesar de que la reunión familiar ha sido aceptada por las dos partes. Una protesta pacífica de los refugiados para denunciar su situación fue reprimida sin contemplaciones, usando incluso gases lacrimógenos.

Dos ejemplos de desmanes en países democráticos. Dos ejemplos no escogidos al azar: Estados Unidos se precia de ser el líder del mundo libre y Grecia nos regaló en su día la portentosa idea de la democracia.

Las democracias parecían seguras, hasta muy recientemente. Atrás habían quedado los golpes de estado militares y sangrientos. Pero desde el final de la Guerra Fría la mayoría de las democracias han sido asesinadas desde dentro. En este nuevo paradigma, los enemigos del sistema asumen el poder a través de las urnas y una vez en el Gobierno legislan para recortar derechos y libertades. Poco a poco, eliminan la independencia del poder judicial y censuran o silencian a la prensa. Así ha ocurrido, entre otras muchas naciones, en Polonia y en Hungría, en Brasil y en Chile, en Jordania y en Israel.

En 'How democracies die', Levitsky y Ziblatt comentan que una de las grandes ironías de cómo mueren las democracias es que la propia defensa de la democracia se usa a menudo como pretexto para su subversión. Los autócratas usan crisis económicas, guerras, ataques terroristas o pandemias como la covid-19 para justificar el uso de medidas extraordinarias y antidemocráticas. Los ejemplos históricos que Levitsky y Ziblatt usan par ilustrar este tema incluyen los casos de Alberto Fujimori en Perú y Hugo Chávez en Venezuela. Y podríamos añadir muchos otros, como los de Kovind en India y Erdogan en Turquía.

El rechazo a los emigrantes es una característica de los gobiernos populistas del presente. Pero la confrontación se extiende a otros grupos. Ahí está el ostracismo al que son sometidos los movimientos que denuncian el cambio climático, que puede llevarnos a la sexta extinción. Vemos la desfachatez con la que se asesina a rivales políticos en Rusia y Corea del Norte, o con la que se intenta destruir moralmente al candidato a la presidencia en Estados Unidos Joe Biden, acusándolo de pedofilia. Y la advertencia de que no se respetarán las reglas del juego: anunciando que no se aceptará la derrota en unas elecciones, la calumnia de que las autoridades médicas tienen una agenda política, la defensa en público y en las redes sociales de que la ignorancia es tan valiosa como el conocimiento, y la aceptación de que se puede mentir desde el Gobierno, sabiendo que cuanto más grande sea la mentira, más terror se inspirará en los rivales.

Los autores de 'How democracies die' critican la demagogia de Trump con sus puntos de vista radicales sobre emigrantes y musulmanes. En España, voces sin conciencia claman que los males del estado vienen del emigrante, tanto en la esfera social, donde se les pinta como la fuente del crimen, como en la pandemia, donde se les acusa de ser la causa de la propagación de la covid-19. Cuando el Gobierno turco fue criticado por atacar a los kurdos, amenazó con inundar Europa con emigrantes: como si los emigrantes fuesen un arma química o nuclear, un veneno social, un cáncer.

Cuando predicen el fin de la democracia, Levitsky y Ziblatt no están solos. Shawn Rosenberg, profesor en la Universidad de California, afirma que la democracia se está auto devorando y no durará. Según él, los nacionalistas ofrecen respuestas simples a temas complejos. Y toman ventaja de que a los votantes no les gusta romperse la cabeza. Los autócratas proponen que no es necesario aceptar convivir con ciudadanos que piensan de modo diferente o personas que tienen un color de piel distinto –como pide el espíritu de la democracia–, sino que basta con rechazarlos. No hay que pensar, no hay que reflexionar: el odio está justificado y es suficiente.

Los enemigos de la democracia se han infiltrado en sus entrañas y quieren destruirla desde dentro. Son líderes sin escrúpulos que han retomado un ataque global a los más débiles, mientras sus caras sonrientes ocupan espacios predominantes en los medios de comunicación. Cuando examino de cerca a los autócratas en el poder y me traslado con la imaginación a los campos de refugiados o de emigrantes, recuerdo los últimos versos de aquel soneto de Quevedo:

Y en tantas glorias, tú, señor del todo,

para quien sabe examinarte, eres

lo solamente vil, el asco, el lodo.

Juan Fueyo es neurólogo y escritor.

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