Las premiadas plantean como desafío la accesibilidad universal de todos los avances

Fue precisamente Inmaculada Bermúdez quien alertó sobre el riesgo de excluir a los diseñadores de ámbitos más generales. «Soy diseñadora industrial y trabajo en mi pasión. Ahora me estoy planteando cosas que hace diez años no pensaba», comentó. Así, además de su actividad habitual apeló a que los creativos «disponen de una mente privilegiada para mirar de otra manera los problemas sociales o medio ambientales. Podemos aportar ideas para otros ámbitos. Me estoy planteado qué estudiar para poder hacerlo. Dadnos un hueco», reclamó.

Los análisis de sangre ideados por Rocío Arroyo han demostrado su capacidad para detectar el cáncer de colon antes de que aparezcan los primeros pólipos, lo que abre el camino a diagnósticos cada vez más tempranos. Ahora investiga las posibilidades en otros tumores como el páncreas o de pulmón. Combinar todos esos recursos junto el potencial de la inteligencia artificial y los datos que se pueden conseguir de cada persona abre la vía de una medicina personalizada y predictiva de una manera que nunca se había podido imaginar.

Con todo, Arroyo alertó de los riesgos de nuevas discriminaciones. «Uno de los retos es que la innovación sea asumible para toda la sociedad, con independencia de su nivel educativo, formación o recursos», aseguró.

Alba González, por su parte, reflexionó sobre los avances que implica la tecnología de impresión en 3D en la que trabaja y que permite la producción de prótesis personalizadas y adaptadas a las características de cada paciente. Reconoció que «cambiar el paradigma en la cirugía reconstructiva del hueso es complejo», pero confió en el potencial que significaba «la mejora en la calidad de vida de los pacientes más complejos».

La mesa redonda también sirvió para que las tres galardonadas expresaran su admiración por diferentes diseños y relataran anécdotas de su vida. En ocasiones, con un gran contenido, como Alba González, quien recordó su primer piano como el gran objeto de diseño que la marcó. Gracias a él aprendió que «lo que quieres lograr, generalmente no se logra a la primera. Es algo muy importante».

Una de las anécdotas de la mesa redonda la protagonizó Inmaculada Bermúdez cuando citó al Citromatic diseñado por Dieter Rams, uno de sus referentes, según confesó, y que, más de cincuenta años después de su creación para Braun aún sigue vigente en muchos domicilios. Javier Cañada reveló que, en ese trabajo, las aportaciones del español Gabriel Lluelles habían sido fundamentales, un dato que Bermúdez desconocía.

Por su parte, Rocío Arroyo aludió a las veladas familiares de Cinexin. «Me encantaba el objeto en sí» y también un microscopio donde, en los años ochenta, se divertía mirando desde alas de mosca a pelos y que, sin duda, alimentó su vocación científica. Aunque las tres participantes presentaron sus recuerdos con fotografías, Arroyo desveló que tenía «muy pocas imágenes» de su infancia», así que había optado por la inteligencia artificial para crear alguna de las imágenes. Dejó al público que llenaba el auditorio del Centro Cultural Oscar Niemeyer adivinar cuáles eran.

Las tres también coincidieron en la trascendencia de la comunicación digital, como era el avance tecnológico que más había cambiado sus vidas y ayudaba a avanzar en sus trabajos.