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Anselmo Santos presenta hoy en Gijón su libro. :: CITOULA
Cultura

«Stalin no era bolchevique, sino un nacionalista patriótico»

La monumental biografía del dictador ruso será presentada hoy por el autor en el Ateneo Jovellanos, acompañado de Pedro de Silva Anselmo Santos Historiador

ALBERTO PIQUERO

Lunes, 21 de octubre 2013, 14:15

Anselmo Santos (Salamanca, 1930) fue militar, llegando al grado de capitán, antes de abandonar el servicio castrense al que había accedido por razones coyunturales y emprender nuevo rumbo en la vida civil. Se licenció en Ciencias Políticas con una tesis sobre la revolución portuguesa de 1974 y fue dando cuerpo a su verdadera vocación de historiador. En 2003, publicó 'En Rusia todo es posible', primera aproximación a un país que le fascina. Y hace unos meses, ha puesto en las librerías 'Stalin, el grande', una biografía monumental del 'Zar Rojo' que coincide con el sexágesimo aniversario de su muerte. Hoy será presentado en el Ateneo Jovellanos por el propio autor, a quien acompañará en la tribuna el expresidente del Principado de Asturias Pedro de Silva.

-¿Son los rusos tan parecidos a los españoles como creía Dostoievski?

-La primera impresión que yo tuve de los rusos es que todos están locos. Se lo digo a menudo a ellos. Es verdad que Dostoievski señaló su semejanza con los españoles en el 'Diario de un escritor', pero yo creo que se paracen más a los portugueses. La saudade de los portugueses es como la melancolía rusa.

-Leyendo su libro, no se sabe qué causa más asombro, si el inmenso talento de Stalin para la guerra, sus enormes conocimientos literarios, artísticos, técnicos e históricos; su tremenda capacidad de trabajo o su infinita crueldad y desprecio por la vida humana. ¿Compensan las virtudes el horror que desató?

-Hablando desde el punto de vista del poder, aunque se diga que es una burrada, para mí tenía razón. Quiero decir que sin las purgas que produjo para acelerar la industrialización y la colectivización, Rusia habría quedado desmembrada, repartido su territorio entre las potencias de Japón, Inglaterra o Alemania (tras la guerra civil que siguió a la Revolución de 1917, en la que intervinieron naciones extranjeras). Fue una salvajada, pero él tenía claro que no quería repetir el error de Iván el Terrible, quien por no eliminar a las familias poderosas de su alrededor, estuvo a punto de cargarse el país.

-Tampoco se quedaron cortas las purgas de los años 30...

-Se puede hacer un cálculo de unas 800.000 personas, 20.000 de origen trotskista. Matar, para él, era como tomar un café. Kissinger escribe en su libro 'Diplomacia' que nunca mató por razones psicológicas, sino por motivos estrictamente políticos. Las purgas de los años 30 se relacionan con su previsión de que antes o después serían invadidos por Alemania. Quería unidad.

-¿Era indispensable tanta sangre?

-Si se examina desde una perspectiva del poder, probablemente sí. Si el análisis es sentimental o espiritual, no hay defensa posible. Él tenía una mente fría e identificaba la sentimentalidad con la estupidez.

-Lo que ningún historiador niega hoy es su papel decisivo en la II Guerra Mundial, aunque en Hollywood nos hayan contado otras cosas...

-El desembarco de Normandía, que Stalin había solicitado dos años antes, se produce tras la batalla de Stalingrado, cuando ingleses y norteamericanos advierten que los soviéticos están en condiciones de llegar a los Pirineos, si se lo proponen. Stalin estuvo seguro siempre de que ganaría la guerra, aunque a un alto precio. Es impresionante la operación logística de trasladar la industria militar a los Urales y Siberia. Inmediatamente después de que los nazis invadieran Polonia, también había puesto a salvo la mayor parte de las obras artísticas del Ermitage.

-Es curiosa su protección de los 'yurodivie', los artistas locos, a los que les permitía réplicas que a cualquier otro le hubieran costado la vida. ¿A qué se debe esa predilección?

-Se identificaba mucho con los zares, que sentían debilidad por los locos que les decían las verdades. Pero distinguía muy bien a los locos proféticos de los que no lo eran. Sí lo fueron Platónov o Anna Aijmátova. En cambio, a Pasternak lo consideraba falso e hipócrita, y de la misma manera que a Bulgákov, que sufrió miedos indecibles, los utilizaba por su repercusión en el exterior. Era implacable, en general, con todos aquellos que no entendían su proyecto.

-¿Su perspicacia para juzgar a las personas era tan profunda como se asegura?

-Su intuición psicológica era inmensa. Y cuando paseaba por su despacho con la pipa apagada, mal presagio. Si fumaba plácidamente, entonces se podía hablar con él.

-Sin embargo, Beria acabó envenenándolo. ¿Ahí le falló la sagacidad?

-Ya estaba muy mayor. Los últimos años tomó decisiones que no se corresponden con el Stalin anterior, como el reconocimiento del Estado de Israel, pensando que los judíos le estarían agradecidos por haberlos salvado de los campos de exterminio. Al comprender que se habían aliado con los norteamericanos, se puso histérico. O la intervención en la guerra de Corea, pretendiendo de paso llevarse pore delante a Mao Tse Tung, porque Stalin no era un bolchevique, sino un nacionalista patriótico, al contrario del internacionalismo celestial de Trotski.

-En fin, un personaje...

-El más importante de la historia de Rusia, digno de Shakespeare.

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