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La soledad ante el fuego de los vecinos del valle del río Xenestaza

La soledad ante el fuego de los vecinos del valle del río Xenestaza

Los habitantes de este valle, en el concejo de Tineo, pasaron la noche en vela luchando contra las llamas

Idoya Rey

Lunes, 21 de diciembre 2015, 09:30

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Al río de Xenestaza lo llamaban el río la fame. Un apelativo para una zona remota del suroccidente asturiano, apartada, tal vez demasiado acostumbrada a la soledad rural. Allí se esconden historias de lucha, historias trasmitidas por la tradición oral que el sábado alguien puso en el mapa, un mapa que para muchos aún es difícil de ubicar. Ese apelativo que a nadie consigue ofender hoy, es el título que una escritora de una de esas pequeñas aldeas escogió para su libro, una recopilación de historias con nombre de mujer, de mujer rural, que vecinos de todo el valle celebraban el sábado antes de volver a casa, de volver a una soledad que esta vez les esperaba entre llamas.

El jueves en lo alto de algunos montes de Tineo, encima de pueblos como Torayo, La Brañueta y Puentecastro, asomaron llamas de un fuego que ardió en esa soledad. No salió en las noticias. El fuego llevaba toda la semana por los alrededores, decían ayer algunos vecinos de la zona. Los bomberos, incluido un helicóptero del Servicio de Extinción de Incendios, trabajaron para apagar ese fuego. El propio presidente de la Junta Vecinal de Montes de Tuña y Castañeo, Epifanio, recorrió gran parte de las zonas afectadas y parecía que estaba extinguido. No quedaba nada, no había humo, parece que luego surgió otro incendio, uno nuevo, valoraba. Durante todo el viernes las temperaturas fueron muy elevadas y cerca de aldeas al otro lado de la montaña, en Mieldes y Tabladiello, aparecieron nuevas llamas. A primera hora de la mañana del sábado, desde Tuña, el presidente de la Junta de montes ya dio aviso de lo que podía ocurrir. A media mañana, desde el bar el Pipo también advertían que el viento podía volver la situación incontrolable. Las llamas comenzaron a avanzar.

Los bomberos trabajaban protegiendo otros incendios y faltaban medios para todos. Estaban desbordados. El fuego había vuelto. Eso comentaban los vecinos del valle durante la presentación de ese libro, Nel ríu la fame, de Pilar Arnaldo, que era toda una celebración para la zona, en el palacio de Merás, en la capital tinetense. Lo decían sin saber que a la vuelta, apenas una hora después, la situación iba a ser mucho peor. En poco tiempo Asturias había comenzado a arder y las llamas se acercaban a sus casas.

En el pueblo natal de la escritora, Puentecastro, el fuego había corrido, empujado por un viento del sur con rachas que durante todo el día descartaron los medios aéreos de extinción, estaba ya en un bosque de castaños centenarios. De arrasarlo, llegaría a las casas. Cuatro vecinos, cuatro de esos héroes anónimos que esa noche roja de Asturias pelearon para proteger todo un pasado, toda una vida y todo un futuro para ellos también, salieron para intentar contener las llamas. Llamamos a emergencias pero no había medios y el pueblo no lo localizaban en el mapa, relataban algunos vecinos. Los bomberos trabajaban en dos pueblos cercanos, en Cabaniellas y La Troncada, donde las llamas quedaron apenas a diez metros de las casas.

Esos cuatro vecinos se dirigieron al bosque a intentar salvar su ganado y contener el fuego. Sus armas eran unos pocos cubos con los que lanzar agua. Eran unas llamas altísimas, de veinte metros, era increíble, contaban ayer Palmira González, Antón Menéndez y Higinio y Javier Arnaldo. Pasaron casi toda la noche en vela, como sus vecinos de La Troncada y Cabaniellas. El humo te cegaba y no sabías donde estabas. El viento cambiaba rápidamente, relataban. Oían caer árboles a sus espaldas y las chispas volaban sobre sus cabezas, casi quemándoles el cabello. Se llegaban a proteger la cabeza con esos cubos para poder alejarse de las llamas. Salvaron cuadras y consiguieron frenar el fuego cuando se acercaba peligrosamente a las casas. Trabajaron en la soledad, solo con la ayuda de una tímida lluvia que duró poco tiempo.

Ayer domingo aún portaban cubos para apagar esos rescoldos que quemaban en los pocos castaños que quedaban en pie. Tengo 85 años y nunca vi un incendio así. Hubo otros uegos, pero en el monte alto. El problema es que ahora no se cuidan los montes, están abandonados, lamentaba Aladino González, mientras ayudaba en esas tareas para impedir que el fuego se reavive en las próximas horas. En la zona todo el mundo se preguntaba quién podía hacer algo así.

La ley de montes, lejos de solucionar problemas, hace que se lidien venganzas personales y penaliza además a inocentes, explicaba el presidente de la Junta de montes. Lo decía porque en monte quemado el ganado no puede pastar, bajo riesgo de sanción, durante al menos dos años. La falta de medios para la extinción de incendios y el desconocimiento de la zona de difícil acceso por muchas brigadas hacen que todo se vuelva más complicado, que en el valle todo siga un poco aislado, un poco en soledad.

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