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De izquierda a derecha, Lorena Fuentes, Belén Basterrechea, Rebeca Blanco, Ángela Roces, Beatriz Baragaño, hemano Antonio Blanco, Víctor Vázquez, Nieves Martínez, Leandro Rodeos, María Jesús Rodríguez, Alba Vázquez, hermano Luis Arce, Gildo Sobrino, Pío Victorero y Alicia Álvarez, personal del Sanatorio Marítimo posan frente al Marítimo tras saberse ganadores del premio.

«Estábamos un poco en la penumbra»

La Orden de San Juan de Dios, que en Gijón gestiona el Sanatorio Marítimo, celebra que el galardón les haga más visibles a la sociedad

Jessica M. Puga

Jueves, 3 de septiembre 2015, 00:10

Frente a la bahía gijonesa se levanta el Sanatorio Marítimo, el centro de Atención a Personas con Discapacidad Intelectual que da asistencia a unos 240 usuarios gracias a la labor de un centenar de trabajadores. Ayer todos ellos estaban de celebración pues eran conscientes de que «una 'lentejita' del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2015 es para nosotros», celebraba Alicia Álvarez, una de sus incansables colaboradoras. El centro depende de la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios cuya presencia en medio centenar de países también pasa por Asturias. «Es curioso porque preguntas a cualquier gijonés dónde está el Marítimo y no fallan, en cambio si lo haces por la Orden... Estábamos un poco en la penumbr a», hacía notar el hermano Antonio Blanco, superior de la comunidad y representante de la orden en el Principado.

Ahora el premio les da luz, como también dan luz sus trabajadores a la rutina diaria y optimista que se vive -y se contagia- en el Sanatorio Marítimo de Gijón. «Esto es una gran familia» en donde la monotonía no tiene sitio. «Aquí no estamos por dinero, vienes porque te gusta y te hace sentir genial cuando las cosas salen bien», insiste el trabajador Viti García, encargado de los talleres laborales del Centro de Apoyo a la Integración (CAI). «Trabajas con personas, gente que ves un año sí y otro también, por lo que llegas a empatizar de tal forma que sus alegrías son las tuyas y sus problemas, te afectan», completa Beatriz Baragaño, también miembro del CAI, pero del área de talleres ocupacionales. «Ayuda que aquí se reparten abrazos y besos durante todo el día, vale que haya peleas y problemas de vez en cuando, pero eso se olvida pronto», apunta Álvarez, trabajadora del centro de día al uso y que desde niña está vinculada al centro porque su madre dedicó 35 años de su vida laboral a la institución.

La actividad en la institución privado-concertada con la Consejería de Bienestar Social y Vivienda del Principado no cesa. No hay que olvidar que en su interior además de los usuarios externos hay internos. A grandes rasgos, tres son las áreas que aglutina la institución gestionada por la Orden de San Juan de Dios en Gijón. Está en primer lugar la zona de residencia, cuyo objetivo es favorecer el desarrollo personal y social de los usuarios con la intención de potenciar al máximo sus habilidades adaptativas y que se subdivide en módulos en función de las necesidades de apoyo demandadas por el usuario. Dentro de ésta, hay también dos viviendas tuteladas, ubicadas en el exterior del recinto para mayores de edad que puedan valerse por sí solos. En segundo lugar está el CAI, encaminado a favorecer la normalización e integración social del adulto, de ahí que la edad de los 179 usuarios que aprovechan el servicio supere los 21 años. Allí internos y externos comparten faena y obligaciones. Finalmente, la última rama del Marítimo es la dedicada a los niños y jóvenes entre 9 y 20 años. Se trata del área escolar, que se subdivide en tres niveles: Enseñanza Básica Obligatoria, Transición a la Vida Adulta y Formación Profesional, esta última nueva hasta el punto de que se estrena en este curso 2015, lo mismo que la escolarización combinada. En total, en torno a cuarenta jóvenes disfrutan cada curso de los servicios de una decena de maestros y demás profesionales de apoyo como fisioterapeutas, logopedas o trabajadores sociales, entre otros. Muchos de ellos, voluntarios.

Eso sí, el ajetreo ayer fue mayor de lo habitual. «Estuvimos toda la mañana pendientes de los medios porque sabíamos que nuestro nombre estaba entre los finalistas», reconocía Baragaño, al tiempo que afirmaba que «nos lo merecíamos». La sensación en el Marítimo era como la que se vive en las casas el día de la Lotería Nacional, describían sus trabajadores. Tras la alegría inicial, el segundo paso fue pensar en cómo transmitírsela a los usuarios. Detrás de la celebración, tanto los hermanos como los trabajadores quieren que con el galardón se conozca la labor que la Orden desarrolla en medio mundo. Ellos, en concreto, demandan que el Sanatorio Marítimo «no pierda la idea de dar calidad de vida a la persona, más allá de la cuestión económica». El hermano Antonio Blanco pide que se siga ayudando a que el centro «cree todo lo necesario para dar a las personas que lo habitan una vida de calidad y que se trabaje por una línea de actuación nueva para los internos de más edad, que igual con 60 años ya no demandan talleres variados y, mucho menos, quieren irse del centro después de pasar en él hasta cuatro décadas».

La jornada de ayer era de celebración, o mejor dicho, era el «primer día de festejos», que continuará cuando el próximo martes, Día de Asturias, la institución gijonesa sople setenta velas en su tarta de cumpleaños y, en octubre, cuando representantes de la orden vayan al Reconquista a recoger de manos del Rey el galardón que acredite su reconocimiento. Hoy, su labor humana continúa con la línea de trabajo marcada por los hermanos de la Orden premiada la cual, ellos mismos dicen, es su seña de identidad.

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