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Nacho Manzano con su receta de codorniz en sarcófago.

Recetas de película

Con la vista puesta en los Oscar, cuatro profesionales de la cocina de Asturias reviven para YANTAR recetas de películas galardonadas

Eva Mayordomo

Miércoles, 14 de enero 2015, 23:47

Mucho ha evolucionado el cine desde su nacimiento en 1895 de la mano de los Lumiére. Ni ellos, ni aquel Charlot hambriento delante de su zapato en La quimera de oro (1925) se podían imaginar los usos expresivos de la comida que a lo largo de un siglo de celuloide, la historia del cine iba a ir descubriendo. A veces de manera discreta, dado que en muchas cintas se come y se cocina, pero sin influir en la trama, pero otras veces, el guión pivota inexcusablemente en torno a la gastronomía.

La Academia así ha sabido reconocerlo otorgando diversos galardones a varios filmes donde los sabores son otro rol más de la película. Es el caso de El Festín de Babette (1987), obra danesa de Gabriel Axel que se alzó con la estatuilla dorada de Mejor película de habla no inglesa. Sencillamente, esta historia no existiría de no ser por la antropológica necesidad de complacer al cuerpo a través de los sentidos. En una puritana aldea, Babette, la cocinera exiliada parisina, decide invertir todos sus esfuerzos y dinero recién ganado en un verdadero banquete. Dentro de su menú, uno de los protagonistas es la codorniz en sarcófago, «un plato muy antiguo, muy barroco y recargado», opina el encargado de darle vida en esta ocasión, el cocinero Nacho Manzano.

Sin duda no solo ha evolucionado el cine hacia un minimalismo formal (cabe recordar experiencias extremas como el cine dogma), sino que también la cocina ha ido huyendo de los grandes alardes de artificio.

Por ello la codorniz del siglo XXI no necesita de ostentación y de aparecer de cuerpo presente sobre su ataúd de hojaldre, pero no renuncia «a un puré de boniato, salsa de la propia carne y las verduras, enteras, como antes», explica Manzano sobre su versión de la receta. El cocinero, poseedor de dos estrellas Michelin en Casa Marcial (Parres), muestra en el local gijonés de La Salgar, que regenta junto a sus hermanas Esther y Sandra, tres volovanes de los que aún asoman las patas de la codorniz. Para un efecto más cinematográfico, recomienda «dejar la cabeza y la pata entera». Con uñas y todo, como en el fotograma. Otra manera de sucumbir a los placeres del gusto es a lo María Antonieta. «Era todo voluptuosidad, y en cuanto a la comida no iba a ser menos», cuenta Isabel Pérez, a la cabeza del café y pastelería creativa Aliter Dulcia, de la Calle San Bernardo.

Sacando su faceta de historiadora, rememora las escenas en las que las damas comen tan solo un bocado de cada pastel. «En un alarde de esa actitud que fue lo que les costó la cabeza», resume Isabel. «Era vivir alejados de la realidad totalmente». Y la comida sirve de vehículo visual para plasmar esa idea en la película de Sofía Coppola, Maria Antonieta (2006). Fue vapuleada por la crítica, ya que su uso de la música pop y rock, así como su narrativa moderna, formaron un cóctel poco digestivo para el estómago de muchos críticos cinematográficos.

Sin embargo se llevó el Oscar en la categoría de Mejor vestuario. Y en cuanto a los postres reflejados, en el rodaje contaron con los mejores pasteleros, en opinión de Isabel, los de Ladurée en París. «Los macarons, como los conocemos ahora, con esta forma redondeada, se crearon precisamente para María Antonieta». Sin embargo, matiza esto con un dato digno de nota: «En la película aparecen macarons dobles con relleno, y es un anacronismo porque se crearon años después. En ese tiempo se comerían solo las tapitas una a una». Licencias de la directora, seguramente.

Del hambre de Chaplin al culto al placer de Babette y de ahí al hedonismo versallesco, pero la siguiente manera de ver la comida en el cine ya va por otros derroteros. Declarado fan de Tarantino, Pedro Martino prepara una hamburguesa en su estilo, que casi podría rebautizarse como Big Pancuno para esta ocasión. Y es que el admirado director en cuestión, que obtuvo el Oscar por Mejor guión original, con esta Pulp Fiction (1994), se inventó la marca Kahuna para sus películas, y es célebre la frase del personaje Jules Winnfield en una escena en la que amenaza al mismo tiempo que come. «Hamburguesa. La piedra angular de todo nutritivo desayuno». Entre risas, Martino no lo niega. «Aquí triunfa esta hamburguesa, desde luego, seguro que entra muy bien a eso de las doce, en un brunch...». ¿Comida basura?. Quizás la de Pulp Fiction pueda serlo, pero no la versión tangible del local Naguar, en la avenida de Galicia de Oviedo. «Hasta el ketchup es casero», indica su autor.

n el corazón de la misma ciudad, en la calle Cimadevilla, Mauricio Torres, de Carta de ajuste, declara haber visto Ratatouille «unas cuantas veces, por nuestra hija». Y es que la cinta, galardonada con el Oscar a Mejor película de animación, hace las delicias de los más pequeños, pero pese a su obligado final feliz y aire naif del simpático Minichef roedor, la historia que subyace es la de que los buenos cocineros pueden hallarse en todas partes. La rata y su compañero humano Languini logran emocionar a un envarado crítico gastronómico atacando desde la sencillez: un plato campesino a base de verduras, el ratatouille. A través de su sabor, el crítico experimenta sensaciones olvidadas de su infancia. Y los espectadores con él.

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